Yo soy mucho de sillón-ball, de levantamiento de vidrio en barra fija, y así de todos esos deportes no olímpicos, pero imprescindibles en la vida sedentaria de un casi sesentón.
Practicar deportes que exijan un ejercicio físico violento, es decir cualquiera, no es lo mío −lo fue cuando era joven−, pero tengo alguna cultura televisiva de deporte ahora que las competiciones de cualquier cosa son televisadas en cualquiera de los muchísimos canales y plataformas que tienen en esas retransmisiones la gallina de los huevos de oro del negocio audiovisual. Por tanto, aclarado el hecho empírico de que a mí me gusta el deporte, pero solo verlo, es notorio que el domingo pasado disfruté con la victoria de las mujeres de la selección de fútbol en el campeonato del mundo.
La insólita performance del energúmeno del presidente de la Federación de Fútbol no la vi en directo porque sencillamente una vez visto el partido apagué la televisión para disponerme a dar cuenta de un merecido almuerzo después de sudar tanto viendo sudar a las jugadoras.
Poco que decir después de lo que ya se ha visto y dicho durante toda la semana, no hay palabras para describir la vergüenza y la rabia que hemos podido sentir todas las personas durante estos días en esa espiral de viaje a los infiernos del señor Rubiales, pero no solo de este, si no de todos los que, por ejemplo, aplaudían como coreanos del norte las barbaridades que el sujeto decía en su intervención en la Asamblea de la Federación. También son culpables, o reos por omisión, aquellos que no han abierto el pico −el pico, esto va de picos− bien porque están de acuerdo con el australopithecus o porque han estado esperando como respondía la sociedad española y en que quedaba la cuestión para sumarse a lo que les conviniese.
Un pico, dice que se dieron, pero temo yo, después de ver las imágenes de toda su actuación, que un pico de droga tenía el fulano, eufórico de tocar teta y culo de mujeres jóvenes, de cogerse los huevos delante de una menor −aunque sea Infanta, es menor−, y el cromañón decía que era que esa euforia era por lo que se había conseguido; pena que la euforia no le día el día que la selección de hombres ganó la Nation League, hubiera sido espectacular verle comerse la boca con Carvajal, o con un bigardo como Rodri, coger en peso a Gavi y cogerle el culito a Morata. Pero no, la euforia era para las muchachas. ¡Deja la droga Rubiales!
Lo que se torna en imprescindible es democratizar estos organismos deportivos que, aunque son de naturaleza privada, en las competiciones internacionales representan a nuestro país. Democratizar para que ningún mastuerzo pueda ponerse un sueldo de unos 700.000 euros al año, más que algunos banqueros, que tenga un poder sin ningún tipo de contrapeso, para que ningún bobo de los cojones pueda hacer discursos fascistas sobre lo que le plazca sin consecuencias. En fin, que esos organismos deportivos que funcionan al amparo de leyes y normativas que se aprueban en el parlamento, no puedan funcionar como verdaderas ínsulas de poder medieval de personajes listos que nos toman a todos los demás por tontos.
Que dimita, que lo sancionen, pero a él y a los espabilados como el seleccionador de mujeres o el de hombres, ahora que ven sus sueldos y prebendas en cuestión, hacen juramentos y se dan golpes de pecho en apoyo a lo que ayer mismo despreciaban. Todo eso también, las dimisiones, suspensiones, ceses y demás no será suficiente si no se promueve una reflexión que conduzca a que esas federaciones dejen de ser entornos ideales para mafiosos sin escrúpulos. Un pico decía el tío…
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