Imagen de archivo de un escaparate con la luz encendida. Pocas Luces.
Imagen de archivo de un escaparate con la luz encendida. Pocas Luces. MANU GARCÍA

Por lo leído a lo largo de mi vida, que creo que no es poco sin llegar a ser un erudito en nada, el mundo, en su devenir histórico, tiene una tendencia clara de ir avocado a la estupidez. A la estupidez humana ¿recuerdan lo que dijo Einstein?: «Dos cosas son infinitas, la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo». No vivimos necesariamente en el peor momento de la historia, ni mucho menos, ni siquiera en el peor momento de la era contemporánea, aunque es posible que si unimos cabos del conjunto de circunstancias, casi todas ellas basadas en la estupidez, igual llegamos a la conclusión que estamos en un momento crucial. Sumamos: Hoy, como en los últimos siglos, las guerras son todas, ¡todas! económicas; antaño, en épocas muy pretéritas eran de religión, a ver quién tenía el dios más valiente y poderoso. Todo, o casi todo lo que comporta acciones estúpidas por parte de nuestra especie, tiene que ver con el dinero: el ansia de poseerlo, la necesidad de tenerlo, la obligación de usarlo y así, no podemos esconder la cabeza debajo de nuestras cortas alas. «el dinero no se come» dicen, pero ¡ay de aquel que no lo tenga para poder comer, beber, vivir!. El derroche, la falta de empatía, la diferencias sociales, la desigualdad, la dominación, todo tiene que ver con la posibilidad de manejar capital. Nuestra sociedad deriva a lo acomodaticio de un mundo que te procura el nervio necesario para vivir, te da la energía suficiente como para afrontar el presente ―no el futuro― con cierta holganza y disfrute. La movilidad, la conectividad y los avances en materia de salud son, desde mi corto punto de vista, las modalidades que definen mejor que ninguna otra cosa a nuestra civilización. Es la civilización de la energía. Energía para todos y todos serán felices. Pulsar un interruptor y pasar de las cavernas a un pisito o apartamento de medio pelo en un lugar de la costa atestado de gente que se conforma con unos cuantos de centímetros cuadrados de arena de playa ―arenas artificiales, traídas para que lo que decimos que es una playa parezca que es una playa. No importa la realidad, importa el disfrute inmediato de la apariencia de felicidad―, nos conformamos que, cuando lleguemos a esos treinta metros de apartamento envejecido, con el gotelé inmortal, azulejos para una exposición y ventanas oxidadas, podamos darle al interruptor del aire acondicionado para encontrar la temperatura que hemos dejado atrás en nuestro origen para ir de vacaciones a un sitio donde hace una media de doce grados más.

Las medidas del gobierno para ahorrar energía, en consideración con las indicaciones de la Unión Europea, y las del sentido común cuando hay una evidente escasez, producto de la guerra económica de Rusia, de la especulación sobre la energía y de la limitada capacidad de generación de recursos alternativos, son mejores o peores, en cualquier caso algo había que hacer en consonancia con lo que se nos pide. Acabar con el derroche y buscar el ahorro ante la situación que se plantea a corto y medio plazo….No obstante parece ser que hay que solidarizarse con aquellos ciudadanos que, por lo visto, salen a eso de las cuatro de la madrugada a ver escaparates (cuando yo era un niño, mi madre algún día de la semana, no fallaba, después de un baño y ropita limpia, nos conminaba a agárrarla de la mano y salir a la calle: «vamos a ver escaparates» Eso sí, íbamos a la fresquita, que como también ella decía «la noche es para dormir ―quien pueda―». No a comprar, íbamos a disfrutar lo que era el ocio envidioso de las clases bajas; era el posibilismo de quien recoge las migajas que la sociedad, la alta sociedad te permitía: no puedes comprar pero podrás admirar). Pues bien, parece que hay un gran descontento en los de la adoración nocturna de escaparates, o los admiradores en la madrugada de las catedrales y fuentes ornamentales. ¿Y qué me dicen de la cantidad de asesinatos, secuestros, robos, intimidaciones y demás catástrofes que se van a producir en las ciudades ante este ahorro energético? 

En la pandemia había que salvar a la hostelería porque además era un acto supremo de libertad: tomar cañas, se no decía. Ahora la libertad consiste en ser rebelde, enceder todas las luces, poner el aire acondicionado próximo a la congelación, iluminar hasta las casas ruinosas que "tendrán su encanto" y, ¿por qué no? Iluminar nuestros campos, las montañas, valles, ríos. Todo tiene que tener sus luces, sean Led o de las de toda la vida. Salvemos la libertad de consumir hasta quedar asqueados. Sin embargo ¡oh, sin embargo! Por ejemplo, en Madrid se sigue sin dar corriente eléctrica a alguna zona, solo por el hecho de que son pobres, drogadictos, gente que no merece el atracón de energía. Se suspira por la seguridad de nuestras calles si se apagan luces en los comercios, pero a la vez se recortan presupuestos contra la violencia de género. Todo muy kitsch, todo muy estúpido.

En definitiva, el mundo a pesar de estar del todo encendido, tiene muy pocas luces. Es lo que está de moda, cuanto no se tiene nada que ofrecer, se acude a la estupidez, cuestión que por lo visto hoy funciona, y el Trumpismo a la española es muy estúpido. Cuestión de luces, como en el siglo de las luces, pero sin ellas.

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