¿En alguna ocasión te has tenido que encontrar, y sufrir, por ejemplo, en el trabajo, con un jefe o jefa manipulador, sin empatía, ególatra, que tiene en la envidia y el desprecio por los demás su máxima característica? Seguro que sí. Ese tipo de persona que siente placer, o lo que es peor, una clara inclinación por el sadismo para obtener “tranquilidad de espíritu” comprobando como con su acción es capaz de someter al que está por debajo, ese tipo de persona que es contundente, despiadado y fuerte con los débiles o con los que puede considerar un estorbo para poner en práctica lo que entiende que es su fin más deseado: el dominio, el poder. Por supuesto el poder ejercido para autocomplacerse, llegando a utilizar una violencia psíquica que haga evidente su capacidad neroniana de bajar el dedo pulgar para destruirte, sin compasión alguna, o levantarlo para después de humillarte, intentar demostrar que a pesar de su “enorme poder” te perdona la vida. Ese sentido de la justicia, ese desprecio por el derecho humano, esa tendencia al engaño hasta conseguir es doble cara que hace que desde el exterior se le vea como una persona afable, comprensiva, pero que en realidad es solo una artimaña para poder actuar con toda impunidad para cometer sus atroces tropelías.
Como nos describe Vicente Garrido en su libro El psicópata integrado” ese tipo de personas son aquellas que si bien no concuerdan con ese fenotipo de individuo que comete crímenes y que estamos acostumbrados a nominar a través de como nos lo presentan en series de “rue crime, ese asesino despiadado, frío, con un alma podrida más parecido a un robot programado para matar para, en esos casos, saciar su instinto criminal, no tiene nada que ver, dado que el psicópata integrado no es ese tipo de criminal, pero sí que es responsable de un sinfín de sufrimiento en la humanidad. Son personas que pasan desapercibidos, incluso en la comisión de estos otros crímenes que ellos hacen pasar por situaciones sobrevenidas: un psicópata integrado nunca asume ningún tipo de responsabilidad ante sus hechos contumaces. Es una persona que no cree en la verdad, solo en su relato, aunque este se base en una patraña auto justificativa. Son personas que te van horadando con una sonrisa, mientras te van clavando el cuchillo. No tienen escrúpulos mientras van diseminando su miseria moral por todo el ancho mundo.
Pues bien, si tenemos en cuenta que este tipo de psicópata, el integrado, el disimulado, aquel o aquella que pasa desapercibido en su comportamiento destructivo y que descubre el placer en la ruina de los demás, basa su actuación en, precisamente ese disimulo, en aparentar todo lo contrario de lo que son, mientras se sitúa en ideal postura genuflexa con los que tiene por arriba, estamos asistiendo a un proceso en el cual este tipo de personas van saliendo a la luz ante un cambio de paradigma en el cual, parece ser, que les sale más rentable actuar a ojos vista del resto, demostrar su maldad y poder -supuesto- para conseguir algo que le hace pensar que ese poder no tiene límites, como un poder divino, vengativo al estilo bíblico. Han perdido la vergüenza y gozan precisamente con el miedo de los demás, de todos.
Donald Trump ha encontrado su perfil más deseado cuando, públicamente, amenaza y humilla a su invitado el Presidente de Ucrania. ¿Cuál es su objetivo? Ese, amenazarlo, humillarlo. No hay mayor goce en un psicópata exintegrado, en un criminal ya no en potencia.
Milei, aparte de hacer un fraude multimillonario a todos lo argentinos, se permite amenazar y humillar a sus compatriotas por ejemplo situando en la nomenclatura oficial el insulto para las personas discapacitadas a las que clasifica -insisto, oficialmente- en idiotas, imbéciles y débiles mentales, aunque la mayoría de personas nos preguntas en que sitio de esas calificaciones se encuentra un tipo que dice que habla con su perro muerto, que oye voces…
En España, el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, sigue ofreciendo el triste espectáculo de no asumir ningún tipo de responsabilidad sobre su gestión antes, durante y después de la dana que mató a 227 personas en octubre pasado. Cree sus mentiras o, simplemente, prefiere pasar por un psicópata que, sin el menor rastro de empatía, busca desde objetivos económicos -los famosos dineros a cobrar si aguanta una legislatura-, o vanagloriarse internamente de cómo ha podido zafarse de las críticas.
Son tres psicópatas que han dejado de estar integrados, que ya no se conforman con amenazar, humillar, crear infelicidad y sufrimiento de manera disimulada, subrepticiamente… que su goce está en que lo admiremos por sus derroches de maldad, o mejor, que los temamos, que les tengamos miedo.
No creo que nos podamos dejar llevar ni por el miedo, ni por la simple contemplación, actuar y hacer lo que no esperan que hagamos: hacerles frente, aunque sea por dignidad, aunque nos cueste la misma vida.