Hace cinco años de la declaración del estado de alarma como consecuencia de la incidencia del covid y su propagación por todo España. Cinco años ya de ese confinamiento inédito en nuestra historia y que fue, mientras se aceleraban las investigaciones para la creación de una vacuna contra el virus, la principal arma de lucha utilizada en la mayoría de los países en todo el mundo contra la expansión de la pandemia que se cebaba con todos, pero que lo hacía especialmente en las personas más vulnerables, concretamente con los viejos.
Quiero recordar como desde mi casa, donde cumplí con el encierro, obligado y necesario, solo y, porqué no decirlo, asustado, me puse como de costumbre a escribir mis artículos para este medio -esto me hace recordar, a su vez, que ya son más de cinco años colaborando con mi columna de opinión- en los que expresaba mis sentimientos encontrados, el miedo, el amor a la vida, mi solidaridad con los que sufrían la enfermedad, con los familiares de los fallecidos, donde expresaba mi indignación con esas campañas indeseables de conspiranoicos de ultraderecha que negaban cualquier medida para combatir a la “plandemia” como la habían bautizado. Expresaba mi desazón con las campañas políticas encaminada a desgastar a quienes estaban en el frente contra el virus desde la responsabilidad que les correspondiese. El cómo se desprestigiaba desde algunos espacios políticos o pseudopolíticos a los investigadores, científicos…y en general a todo aquel que colaborase en la mitigación de la pandemia.
En estos días la polémica ha surgido como consecuencia de la emisión por Televisión Española de un documental en el que se muestra cómo se gestionó, a través de una serie de protocolos, la derivación o no derivación a los hospitales de las personas enfermas en las residencias de mayores en la Comunidad Autónoma de Madrid. Esos protocolos imposibilitaban esa derivación, excepto la de aquellos residentes que tuvieran un seguro privado, que para estos no había problemas para trasladarlos a los centros sanitarios. En definitiva, y leídos esos protocolos, era una medida eugenésica que, según la propia presidenta Ayuso, se hacía porque “se iban a morir igual”. Hoy cinco años después, se niega, para mi asombro y la indignación de todos, que esos protocolos existieran. Alucinante. Hoy cinco años después se niega la cifra, 7291, de víctimas en esas residencias de las que se negaron a sacar a los enfermos, aunque esa cifra la ofreció la misma Comunidad. Hoy, cinco años después, se señala algo que la misma Comunidad también negó en su momento: que se medicalizaron los centros de mayores, cosa que los propios responsables de esas residencias han desmentido, obviamente.
Siendo todo eso terrible y que debería derivar en la asunción de responsabilidades, hoy me afecta el haber escuchado a la propia Isabel Díaz Ayuso referirse a las 7291 personas fallecidas con el siguiente despectivo párrafo: “siete mil no sé qué…”. Terrible. Es lo peor, la deshumanización de las víctimas, el desprecio, la falta de empatía absoluta.
Escuchándola, hoy, cinco años después, podemos afirmar, tal y como temíamos, que de esa pandemia no hemos salido mejores, yo diría que hemos profundizado en nuestras miserias, en los discursos y políticas contra la sanidad pública, contra la solidaridad, el mundo, solo hay que ver los informativos, está peor que yo nunca haya conocido. Y, sin embargo, como en aquel momento, se siguen encontrando gente maravillosa que procuran hacer mejor nuestra existencia, que nos hacen creer que todo va a mejorar, que los malos no ganarán, que la fuerza bruta, el odio, el rencor y la mentira, aunque ahora no lo parezca, terminarán por ser orilladas y podremos, esta vez sí, ser un poco mejores.