El silencio que envuelve el aire después de tantos días de lluvia se rompe con el habla envolvente y secreta de los pájaros. Cada mañana asisto inmóvil desde mis sábanas a sus diálogos intergeneracionales. Alimentan su curiosidad mirando con disimulo hacia mi alcoba y agudizan su vista y oído cuando notan que yo también entiendo las razones de sus intensas discusiones sobre la degradación del medio ambiente.
Me asomo a la ventana y pienso que si viviera en Ucrania podría estar en el punto de mira de un francotirador. El cielo cargado de nubes no presagia ni un bombardero con sus evacuaciones calculadas de torpedos y proyectiles ni drones empeñados en cercenar la vida de miles de personas indefensas.
Exterminar y ocupar, matar y justificar. Razones de estado. Razones sintientes. Espanto. Siempre ha sido así. El lobo no tiene la culpa. Plauto utilizó una metáfora equivocada.
Sigue lloviendo y no al gusto de todos. Parece ser que se desbordan los ríos y eso no nos gusta. Nos incomodan los excesos. Media docena de toallas cuelgan desde hace días de mis cordeles, laxas, aguadas. Si viviera en el Sáhara no tendría toallas mojadas colgadas durante días en cordeles cada vez más ennegrecidos. Resido en un lugar que no es ni un desierto ni tampoco una franja. Más bien un regalo.
Hay quienes sobreviven en la calle y construyen sus alcobas junto a contenedores. La lluvia los ha obligado a marcharse pero el sol de mañana o pasado los hará volver a las calles y portales.
El mundo es de quienes lo habitan. Si fuera una lombriz me arrastraría por la tierra. En otra vida podría ser una hormiga o una perra abandonada en la carretera. Nacemos y morimos en un planeta desposeído en medio del universo. Nada sabemos, nada queremos saber. Observamos y luchamos. Nos dejamos llevar por una vida cómoda siempre que podemos.
Hoy comienza la primavera y la naturaleza sigue su curso. Todos queremos una vida buena, alejada de penurias, de paro, de enfermedades, de plagas, de guerras, de intolerancias, de odio, de tristeza.
En el reparto de las viandas existenciales, el azar reparte y la mejor parte ¿Quién se la lleva? Quienes tenemos la suerte de vivir por estos lares y tener un techo sin goteras, comida en la nevera y un buen colchón donde dormir, no debemos olvidar lo que somos. Y de que formamos parte de un todo que es más que la suma de sus partes.
Aunque no lo parezca.