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Uno de los puntos de la Raya, la frontera entre España y Portugal.
Uno de los puntos de la Raya, la frontera entre España y Portugal. Francisco Piniella

Últimamente, en esta vida contemplativa que tenemos las personas mayores, me gustan los viajes temáticos, en cuyos lugares haya algo común, una historia que contar. Hace sólo unos días que he vuelto de recorrer longitudinalmente, aunque de forma zigzagueante, la frontera entre España y Portugal, la que llamamos coloquialmente la Raya (A Raia). Mil doscientos kilómetros de frontera entre dos vecinos que no siempre se han llevado tan bien como hoy en día.

Es la frontera más larga entre dos estados de la Unión Europea y la más antigua, con más de siete siglos de historia. El viaje, por carretera, me ha permitido conocer, o volver a conocer, en algunos casos, esas pequeñas poblaciones, calificadas como rayanas, que han vivido cercanas a esa frontera, que hoy es cada vez menos separación y más unión. Sin duda el paisaje es quizás de los más bellos de la Península Ibérica, más en esta primavera donde los ríos brotan salvajes y los campos no pueden brillar con mayor verdor.

Mientras que los reinos y principados de la península se fueron uniendo (Castilla, León, Aragón, Navarra...), Portugal se mantuvo independiente y no optó por la unión. La frontera se ha movido a veces, incluso hubo un tiempo en que los dos países tuvieron el mismo rey, pero también ha habido sus conflictos, no pocos, saldados con algunas batallas y tratados de paz (el de Zamora de 1143, Badajoz de 1267, Alcañices de 1297, o el de Lisboa de 1864, complementado en 1926). Hay pueblos españoles que un día fueron portugueses como Olivenza, u otros que se comparten entre los dos países, como el zamorano Rihonor de Castilla.

En estos quince días he subido desde el sur atravesando las principales cuencas: Guadiana, Tajo, Duero y Miño. Y no, no hay diferencias entre pueblos que comparten las mismas costumbres, los mismos paisajes, los mismos ríos, hasta los mismos puentes que ya construyeron los romanos, cuando la Lusitania llegaba hasta Mérida o Salamanca. Los numerosos castillos que levantaron los pueblos fronterizos, especialmente los portugueses, ya hoy sólo son maravillosos reclamos para el viajero que recorre la raya.

En la nueva era Trump, donde todo se vuelve frontera, donde los gobiernos se empeñan en mantener políticas fronterizas, anquilosadas en la noción tradicional de soberanía, los pueblos, como estos rayanos del Alentejo, de Extremadura…, muestran una dinámica inversa, al desarrollar prácticas locales y transfronterizas. Las fronteras no dejan de ser construcciones que se adaptan a los contextos históricos, económicos y sociales. Célebres ibéricos, como lo fue el escritor Saramago, defienden aún la unión de los dos países.

La Unión Europea ha socavado el orden imperante del siglo pasado y ha permeado las fronteras, ha facilitado la movilidad entre países, el reconocernos diferentes, pero iguales en unos valores, que no podemos perder, ahora que los vientos de la extrema derecha corren como el fuego que azota los montes en el verano, destrozándolo todo, poniendo muros, aduanas, aranceles… Las fronteras no son meramente líneas cartografiadas, son intentos de exclusión, de segregación. Por eso, sin duda, disfrutar de lugares comunes como esta imaginada raya entre España y Portugal, es una medicina insuperable en estos tiempos que corren.

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