Todas las épocas tienen sus dioses. Aunque, si algo caracteriza a estos años en los que vivimos es la futilidad de sus héroes y demonios. Tan pronto como se ensalza a alguien se condena a los infiernos a otros cientos. Y siempre ha sido así, pero en 2024 lo que ha cambiado es la velocidad a la que se precipita hacia arriba o hacia abajo el ascensor del estatus mediático. Si tuviéramos que buscar a una diosa contemporánea nos costaría bien poco, especialmente en España y en esta semana —ya les digo que la cosa va de tiempos cortos—: quién mejor que Taylor Swift. Estos días en los que no deja de aparecer en las pantallas y en las portadas, resulta difícil romper el consenso de la perfección ‘swifty’. Sus multitudinarios conciertos se convierten en leyenda incluso antes de que pise el escenario. Leyenda son también aquellos que consiguen una entrada, pues las listas de espera se saturan en segundos y los fans no dudan en soltar cientos de euros por ver a un kilómetro a la rubia de oro. Todo el mundo la adora y coincide en que es un dechado de virtudes. La vida, a veces, tiene estas diosas.
Y qué es una diosa sin un demonio. Pues poca cosa. Creo que estamos apreciando más a la buena de Taylor en contraposición con los malos malísimos de nuestras primeras planas. Malvados hay muchos, y hasta los hay que lo son para todo el mundo, con lo difícil que es poner de acuerdo a la gente. Si tuviéramos que buscar a un villano contemporáneo nos costaría bien poco, especialmente en España y en esta semana: Abascal y su infame viaje de portada a Jerusalén. Resulta que al líder de ultraderecha no se le ha ocurrido mejor plan que visitar por sorpresa a Netanyahu para brindarle un apoyo que no necesita ni le importa un pito. Se conoce que Santi no consiguió entradas para el Eras Tour y se le quedó un hueco tonto de agenda al inicio de semana. Así que se dijo: pues voy a ver si me recibe este y alabo sus huevazos israelitas, que entre machos duros nos entendemos. Eso sí, fue en visita exprés, que tenía que llegar a tiempo para ladrar ayer en el congreso contra el satánico separatismo. Diría yo que, con la que está cayendo, ni sus fieles de pulserita han entendido la foto con el primer ministro de Israel. Para pulseras, es muy probable que hasta ellos se queden hoy con las del fandom de Taylor.
“Did you hear my covert narcissism, lightly disguised as altruism, like some kind of congressman? Tale as old as time” —”¿Lograste escuchar mi narcisismo encubierto, ligeramente disfrazado de altruismo, como si yo fuera un diputado? Es un cuento tan viejo como el tiempo”—. Este fragmento pertenece a la canción Anti-hero, del penúltimo álbum de estudio de Swift: Midnights, publicado en 2022. Narcisismo disfrazado de altruismo, diputados y cuentos muy viejos. Tan viejos como el mismo mal. Eso canta la rubia de Pensilvania, la diosa del 2024, la que genera impactos de diez millones de euros en la hostelería con cada concierto. Y los malos están ahí: en los insultos, desde los escaños, en las manos tendidas al genocidio, en el esperpento fascista. “Soy yo, hola, soy el problema”, cantó anoche ella en Madrid.