Vidas sin épica

Lo que nos hace humanos, además del amor, es el sexo. Que seamos administradores de nuestros instintos y deseos nos hace humanos. Por ello es tan importante que aprendamos Filosofía: crítica y autocrítica

'Camisas abrazo y 41 etiquetas', obra de María Fernández Ortiz, primer premio MálagaCrea 2023.
'Camisas abrazo y 41 etiquetas', obra de María Fernández Ortiz, primer premio MálagaCrea 2023.

La vida se vino artificializando desde hace tiempo a medida que iba desapareciendo la épica. Artificializar significa, en este caso, enajenar de emociones meramente humanas; cabría decir que profesionalizar. Volvía a leer, hace poco, que “no se puede ser un buen profesional si no se es una buena persona”. Por aquí va la cosa. Lo más humano, en sentido estricto, si se asesinó a alguien, es esconder el hecho para que no se descubra nunca: es el miedo constitutivo del que estamos formados. Pero los nazis llevaban listas y detalles de toda su barbarie, en un acto más de deshumanización de sus actos. Las Juntas de Videla hicieron lo mismo en su barbarie reeditada. Solo cuando la emoción más humana, la de recuperar los cuerpos, habeas corpus, vivos o muertos de los seres queridos, los nazis y los milicos quisieron esconder lo que habían hecho, mostrando su miedo a ser descubiertos en sus crímenes y ser castigados por ellos. Quizá su único acto humano. La épica gallarda con la que se expresaban durante sus crímenes era toda impostada y al servicio del negocio: no eran sino tristes oficinistas del horror en una triste oficina de contabilidad. Era la mecanización de las emociones, la deshumanización más completa. Humanas eran solo sus víctimas.

Más deshumanización, y otra deshumanización, nos llega a través de la pornografía y la espectacularización del sexo en masa y profesionalizado. Romantizar la prostitución es, por cierto, otro de los horrores de nuestra civilización cristiana. Una civilización que con su moral sexual imposible conduce a muchas personas a la perversión moral más radical. Por poner un ejemplo: la novela negra y criminal tuvo su momento de gloria cuando era literatura social, luego de su éxito todos quisieron ganar dinero con ello y ahora la novela negra y criminal, a la TV o el cine, son un puro revolver de maldades y sangre sin épica ninguna. Llama la atención que una psicoterapeuta suiza, Ursina Donatsch, especializada en problemas de pareja aconseje a las parejas que vean juntos pornografía; a mí me llama la atención, pero porque esa es la demostración, diría yo, de que esas parejas no tienen ninguna cultura sexual y demasiadas represiones en sus pieles. La civilización cristiana sigue dedicándose a ‘criminalizar’ la sexualidad y el placer sexual, y a los que crean exagerado esto que digo abran los ojos a todas las ultraderechas del mundo queriendo prohibir, o prohibiendo, la educación sexual en las escuelas, prohibiendo, o queriendo prohibir, una moral sexual que no sea estrictamente la suya en nombre de un orden natural que no existe ni existió nunca. Lo que nos hace humanos, además del amor, es el sexo. Que seamos administradores de nuestros instintos y deseos nos hace humanos. Por ello es tan importante que aprendamos Filosofía: crítica y autocrítica.

Más deshumanización, y la misma deshumanización, nos llega desde la política, por su profesionalización, que la fue despojando de su aspecto más humano: el bienestar público, el bienestar de la mayor parte posible de las personas. La deshumanización fue un proceso largo y complejo, apoyado en la cosificación de los ciudadanos mediante las encuestas y la estadística. Lo colectivo fue poco a poco destruido, paradójicamente, apelando siempre a lo colectivo y anulando lo individual, para anular lo individual. Porque la estadística se fue convirtiendo en un instrumento para la normalización y la uniformización de las sociedades: “la mayoría piensa…”, ¿quién se atreve a separarse de la mayoría y llevarla la contraria?

Una política profesional que, por ello, vive ajena a las personas, y lo justifica porque ‘tienen que cuadrar los números’. ¿Qué números?, ¿cómo?, ¿para quién? El mundo fue siempre complejo, pero nuestro pensamiento se fue convirtiendo en uno cada vez más simple, porque la profesión política se aprendía en lugares preocupados por la complejidad y deseosos de simplificar. De simplificar las incomodidades que suponen ciudadanos que piensan distinto o que protestan. De esconder las contradicciones, porque la simplificación a la que se fue sometiendo a las sociedades impedía a muchos ciudadanos comprenderlas como algo humano. La simplificación del pensamiento inducido desde la política profesional creo a varios de los monstruos que hoy gobiernan en el mundo y causan el estupor en quienes todavía cultivan el pensamiento transversal, el sexo placentero, la noche golfa y la literatura de calidad. Todo lo humano se resume en la alegría, que es algo porque sí: la cárcel de la alegría es la felicidad.

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