Catetos de la política: dejen en paz a Lorca

Es difícil saber qué opinión tendría hoy Federico de los toreros, porque al margen de que los fascistas de su Granada lo asesinaran junto a dos banderilleros no tenemos una bola de cristal

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

'Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejias. (Homenaje a Federico García Lorca)', de Dalí.
'Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejias. (Homenaje a Federico García Lorca)', de Dalí.

El nivelito de la política española es, como suele, tan radicalmente lamentable que ante la decisión del Ministerio de Cultura de suprimir el llamado Premio Nacional de Tauromaquia -30.000 euros de dinero público para tipos a los que llaman maestros mientras los maestros están pensando en hacer huelga la semana que viene-, salen en tropel a abroncarse con lo primero que les sale al paso, y como tenemos una clase política tan poco instruida, lo primero que se les ocurre es invocar a Federico García Lorca, de quien se han limitado a leer esas frasecitas que sus colegas ponen de vez en cuando en el estado de sus wasaps, tantas veces atribuidas a escritores que nunca las dijeron…

El caso es que mientras la derecha ha montado en cólera con la supresión de un premio tan fundamental para la Cultura de nuestro país, algunos de la izquierda salen a decir que, además de los toros, lo que a Lorca le gustaba era “el socialismo y follar con tíos”. O sea, para taparse la cabeza… 

Porque la pena negra de este tipo de polémica en la que se ve tantas veces envuelto Federico –un icono vacío para que el respetable lo rellene- es que el personal lo usa tan rastreramente para arrimar cada cual el ascua a su sardina con el mero objetivo de hacerle pupa al adversario político, sin que ni a unos ni a otros les importe lo más mínimo ni Lorca ni su obra universal. 

Hace un siglo que Lorca escribió sobre los toros, porque las corridas de toros eran en aquella época –la del Gallo y Belmonte- el gran espectáculo del pueblo como hoy lo es el fútbol. Además, había conocido, a través de La Argentinita, a un atípico torero gracias al cual fue posible el nacimiento de la Generación del 27. El matador, que también escribía teatro, practicaba el polo y era un enamorado de la aeronáutica, se acababa de cortar la coleta, aunque después de presidir el Real Betis Balompié cometió la imprudencia de volver a los ruedos, como si solo buscase que el poeta granadino le dedicase una de las mayores elegías de nuestra Literatura española contemporánea.

“Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura. / Yo canto su elegancia con palabras que gimen / y recuerdo una brisa triste por los olivos”, escribió Lorca como si hablase de sí mismo, aunque la motivación para ensalzar tanto a Ignacio no fuera, evidentemente, solo los toros. Lo sabía de sobra Rafael Alberti, que antes le había escrito otra elegía al cuñado de Ignacio, Joselito El Gallo, y que gracias a aquel detalle de un poema de encargo se atrevió luego a pedirle al protagonista del Llanto lorquiano que financiase la quedada sevillana de los jóvenes poetas en diciembre de 1927…

“Virgen de la Macarena / mírame tú, cómo vengo, / tan sin sangre que ya tengo / blanca mi color morena. / Ciérrame con tus collares / lo cóncavo de esta herida, / ¡que se me escapa la vida / por entre los alamares”, decía el poema de Alberti titulado A Joselito en su gloria, y terminaba así: “Que pueda, Virgen, que pueda / volver con sangre a Sevilla / y al frente de mi cuadrilla / lucirme por la Alameda”. Precioso homenaje y preciosa propaganda. Y el caso es que Ignacio puso el parné y los jóvenes del 27 tuvieron ya su trampolín…

A Lorca le gustaban los toros en aquellos felices años veinte del mismo modo que le gustaban el flamenco o los gitanos, y aunque no entendiera demasiado de ninguna de las dos cosas, encontró en todo ello el emblema de pureza con que emprender la alquimia mágica que caracterizó a toda la Edad de Plata, es decir, la luminosa mezcolanza de lo tradicional con las vanguardias.

De hecho, su libro Poema del cante jondo tiene más de atrevimientos vanguardistas que de flamenco. Pero para saber eso hay que leer el libro. También Alberti escribió de toros por lo mismo, incluso en su nostalgia por nuestro país al otro lado del mundo, soñando con toros que mugían en las marismas del Bajo Guadalquivir mientras aquí los franquistas se regocijaban por tener a un rojo menos dentro de España, y Picasso pintó en su Francia de acogida toros y palomas, y hasta el mejor de nuestros periodistas en aquellos años, Manuel Chaves Nogales, al que están descubriendo tan tardíamente, escribió aquella magistral biografía de Juan Belmonte no por su afición taurina sino porque entendió lo que significaba su heroica figura trianera en una época en la que había que comenzar la carrera triunfal en las noches de Tablada si se quería llegar a ser alguien. Pero para entender todo eso hay que leer más allá del Twitter que ahora se llama X, para resumir más. 

Es difícil saber qué opinión tendría hoy Federico de los toreros, porque al margen de que los fascistas de su Granada lo asesinaran junto a dos banderilleros no tenemos una bola de cristal y el contexto (histórico) es siempre mucho más decisivo que el propio texto. Pero, hoy por hoy, el panorama de la Cultura española es muy distinto del de hace un siglo, porque la preocupación por el bienestar animal ha crecido hasta límites incluso esperpénticos, y aunque haya por ahí estudios que aseguren que los toros le interesan a menos de un 2% de la población española es probable que exageren, que estén cocinados con intereses espurios y el porcentaje real sea por lo menos el doble. En cualquier caso, para dilucidarlo convendría que los políticos le tomaran el pulso a la sociedad real y dejaran a paz a Lorca, a quien solo deberían acercarse para leerlo.

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