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Cinco litros de leche no van a ningún lado

El problema es que nunca pensamos que la sociedad se construye desde abajo y no al revés

23 de enero de 2025 a las 10:25h
Botellas de aceite en un supermercado.
Botellas de aceite en un supermercado. MAURI BUHIGAS

No es ficción. Ocurrió en un supermercado de mi pueblo. La cajera no atinaba con el código de barras del paquete de seis litros de leche y le ha pedido a una compañera que le trajera una caja de litro individual para pasarlo por el escáner. El cliente, y yo que iba detrás, nos hemos percatado de que no lo había multiplicado por seis, así que cuando el hombre lo ha comprobado en el ticket, en vez de sonreír para sí mismo y largarse a toda prisa, le ha dicho a la cajera que se ha equivocado porque no le había cobrado los cinco litros restantes. Aunque pudiera parecer una anécdota sin importancia, es un gesto de esperanzadora heroicidad. Por las élites que tenemos de referencia, por la herencia pícara que nos hace sombra, porque vuelven a cobrarnos el IVA, porque estamos subiendo la cuesta de enero. En fin. Que todo el mundo, todo el mundo, no. Será quien sea. Y quien no, sostiene el peso de nuestra honradez, tan invisiblemente.

Iba a tratar hoy en la columna otro asunto, pero este me ha parecido, de súbito, fundamental y urgentísimo. Porque vivimos en una sociedad cuyo refrán más paradigmático sigue siendo ese de que aquí el que no corre vuela. Y nos hemos enrocado en una justificación de la inmoralidad que amenaza con destruirnos como comunidad.

Las sociedades no se destruyen por estados, ni desde las instituciones, ni a nivel provincial. No. El cáncer de la inmoralidad, del descaro, de la poca vergüenza, de la falta de empatía se crece en la pareja, en la familia, en la vecindad, en la tienda del barrio. Va echando raíces con esa sutilidad silenciosa del odio que termina por pringar. Y entran tan bien como el vino dulce todos esos razonamientos de que por cinco litros de leche no se va a arruinar un súper, que a quienes ganan ya demasiado no les vamos a hacer el juego de que ganen más, que los rateros son los de las distribuidoras que se lo llevan calentito, que si se han equivocado ellos no es mi culpa, que lo que no voy a hacer es echarme tierra en mi propio tejado, que lo que tienen que hacer es echar más cuenta la próxima vez, que yo no robo, pero quiero el ancho del embudo, que no me voy a disparar yo mismo en el pie, que más roban los ricos, que quien nos roba de veras es el gobierno, que no me iban a meter a mí en la cárcel por cinco litros de leche cuando los delincuentes más peligrosos y descarados están todos en la calle. Que peor es matar.

Y no sigo, aunque todos sabemos que las excusas son tan infinitas como para elevar a categoría de admirable algo que solo en la teoría más borrosa debería ser lo normal. Debería. Ya. Vivimos en la realidad que nos ha tocado o que nos construimos a diario. Pero luego somos expertos en despotricar de una clase empresarial y política que empieza a germinar desde aquí abajo. Si alguien en la circunstancia de mi paisano puede llevarse cinco litros de leche gratis y se los lleva, ¿qué no haría en otra circunstancia donde la miel abundara más? ¿Chuparse todos los dedos? Hasta los de los pies.

El problema es que nunca pensamos que la sociedad se construye desde abajo y no al revés. Y que tantas veces nos conviene señalar la inmoralidad de las élites para nosotros poder imitarlas, para tener un gigante parapeto moral a la hora de disimular nuestras pequeñas miserias. Si todo el mundo actuara como mi paisano ayer en el supermercado, probablemente los señalados serían los ladrones de las élites y no los consideraríamos unos más que simplemente roban en función de lo que pueden.

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