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Colas en la Macarena, como las del Mercadona

Me comentaba ayer, extrañado, uno de sus tres o cuatro mil nazarenos que siguieran formándose esas hiperbólicas colas para sacar el derecho de salida en San Gil

27 de marzo de 2025 a las 10:09h
La Macarena, con su habitual aglomeración de personas, la pasada Madrugá, cuando no pudo procesionar.
La Macarena, con su habitual aglomeración de personas, la pasada Madrugá, cuando no pudo procesionar. MAURI BUHIGAS

Ponerte a la cola -en el pan, para que te corrigieran los ejercicios o en el paro- ha sido siempre un humilde ejercicio de democratización interiorizada. Las cajas de los supermercados siguen llenas de colas y al personal le encanta hacer cola los domingos para comprar sus churros, que aquí son calentitos y, más hacia el oriente andaluz, jeringos o tejeringos. ¿A quién se le iba a ocurrir cargarse las colas para sacar el derecho de salida en las cofradías si ese gesto es superior al del Miércoles de Ceniza para enterarnos de que estamos en Cuaresma y de que ya no hay vuelta atrás, llueva o no llueva?

En la cola de la hermandad se pega la hebra, se ratifican o desmienten los rumores, y hasta se encuentra el hueco para el chiste y la gracieta, lo mismo que en el tanatorio, pero con ventaja porque, en el caso de que haya muerto el titular cristífero, siempre le queda la Resurrección. “Muchacha de Andalucía”, llamó Alberti a la Macarena, en octosílabos perfectos de cuarteta popular, “la más clamorosa alhaja / de la sola cofradía, / de la gente que trabaja”. Y la gente sigue ahí, casi medio siglo después, como en un rito ancestral que se resiste a ser destruido por internet.

Me comentaba ayer, extrañado, uno de sus tres o cuatro mil nazarenos que siguieran formándose esas hiperbólicas colas para sacar el derecho de salida en San Gil habiendo como hay una aplicación facilísima en el móvil para sacar el derecho de salida sin moverse uno del sofá. Pues da igual. El personal prefiere ir allí, hacer su cola del tiempo que se tercie y calentar la silla los minutos que sean para que la otra muchacha, la de la oficina, imprima el papelito.

Precisamente tal día como ayer, de 1978, en el I Congreso Regional de Andalucía del Partido Comunista de España el poeta de El Puerto de Santa María leyó aquel poema dedicado a la Esperanza Macarena que luego sería conocido como “el poema de la discordia”. El autor de La arboleda perdida acababa de aterrizar del exilio, al compañero Aleixandre le acababan de dar el Nobel y, aquí en Sevilla, al poeta marinero no se le ocurre otra estrofa que esta redondilla: “Flor del vergel sevillano, / sangre de tu santa tierra, / de la paz, no de la guerra, / jamás de Queipo de Llano”, y otra más: “Que tú no eres generala, / abogada del terror, / sino madre del amor, / lumbre que todo lo iguala”. Ha pasado casi medio siglo de aquella composición un tanto de urgencia, como en la cola de los poetas que pretendían su lugar en la Historia, y resulta que sí, que finalmente Alberti ha terminado entrando en el canon definitivo de la Edad de Plata y a la Esperanza Macarena le quitaron aquel fajín donado por quien ya no proyecta en la Basílica ni su propia sombra. Jamás de Queipo de Llano.

Las cosas vuelven a su cauce y hoy por hoy hay tanta cola en la Macarena como en el Mercadona. Quién nos iba a decir, hace medio siglo, que de la Valencia de aquel otro congreso de poetas antifascistas en plena guerra civil iba a surgir una cadena de supermercados de tanto tronío como para conformar colas a la altura de la Macarena o viceversa. Quién nos iba a decir que nos impedirían hacer cola hasta en el banco y ahí andamos, pidiendo por favor a la muchacha, la del banco, que nos atienda en persona porque la máquina está escacharrada o porque no habla nuestro idioma. Las colas para sacar el derecho de salida en la Macarena, ora para Ella ora para el Señor de la Sentencia, constituyen la sacra alegoría del rescate del humanismo esfumado, del derecho a ser, a estar, a tocar, a recordar, a oler, acaso a soñar que somos de verdad, aunque nos hayamos acostumbrado a que nos traten como un número más digital que nunca.

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