Una ministra de España va a ser vicepresidenta de la Comisión Europea a pesar de todas las zancadillas del principal partido de la oposición para que no lo fuera y a pesar de que ese mismo partido, a nivel europeo, sí ha votado a favor, y todo porque este mismo partido, mirando a Valencia, no soporta que el presidente autonómico, de su color político, no haya encontrado coartada posible para su incapacidad de gestión en los primeros días de la DANA que ha dejado, de momento, 220 muertos.
En resumidas cuentas, que el PP intentaba dañar al PSOE haciendo fracasar la candidatura de Ribera en Europa porque el PSOE ha señalado al presidente valenciano en el desastre del 29 de octubre. La ciudadanía más madura solo se hace una pregunta, que sigue sin respuesta: ¿y qué tendrá que ver una cosa con la otra? Así que el pueblo, a quien quieren aficionar a no entender de política, como presumía Franco, solo ve que los reyes se han llenado de barro y actúan con sentido común, es decir, lo mínimo. Y así vamos, defenestrando la política y aplaudiendo a la monarquía. Puede parecer una cosa muy popular y graciosa, pero a mí me parece muy peligrosa y me recuerda, inevitablemente, lecciones históricas que tienen que ver, salvando las distancias de hace precisamente dos siglos, con el Deseado y con aquel grito de ‘¡Vivan las cadenas!’, y no lo digo exclusivamente por el rey…
El mismo pueblo al que están aficionando todo el rato a que despotrique de los políticos, que son todos iguales, repiten, unos cínicos aprovechados, insisten, unos inútiles zampabollos, critican, es el mismo pueblo que aplaude la reacción del único personaje institucional que no puede hacer nada práctico en la reconstrucción de Valencia porque el papel que nuestra democracia le asigna se lo impide: el Rey.
Al pueblo nos lo quieren aficionar, como se aficionó Franco, a no entender de política, pues es más fácil depositar la fe popular en un rey apuesto y educado que en tantos políticos mal encarados que llevan semanas tirándose posibles denuncias y barro reseco a la cara. De modo que en la crisis valenciana el único que está sacando algo en claro de tanto barrizal es el propio Felipe VI. Y doña Leticia, que ha vuelto, acompañándolo, para dar la cara en una situación en la que ambos saben que no pueden aportar más que eso: sus caras bonitas y una dosis impagable de empatía que pueda resarcir todo el daño a la Corona que el rey emérito se ha despreocupado de blanquear.
No contentos con eso, el propio presidente valenciano, un político al fin y al cabo, no tiene otra ocurrencia el día que se cumplen 49 años de la muerte de Franco que la de nombrar a un general retirado, Venancio Aguado, como secretario autonómico de la Vicepresidencia para la Recuperación Económica y Social de la Comunidad Valenciana. Fórmula tan perfecta no se le hubiera ocurrido cocinar ni a quienes han nacido dentro de la democracia y el estado de derecho para socavarlos.
Para que nos entendamos: que después de todo ese cúmulo de bulos de los miles de muertos por culpa de no haber estado a la altura de los pantanos y compuertas que nos regaló Franco, y después de la nefasta y lenta gestión de los políticos de todas las administraciones, desde la central hasta la autonómica, el único salvador que podíamos esperar era este militar que ya ha advertido de que no se someterá a análisis político alguno porque él viene desde otra dimensión a poner orden y no tiene que darle cuentas a nadie, con lo cual el círculo de la explicación se cierra ante la ciudadanía que ya tiene todos los elementos necesarios para entender que, en la cosa pública, nadie como un militar para gestionar los asuntos públicos sin tener que dar explicaciones y nadie como un rey para animar a la tropa.
Lo peligroso es que el militar ya no puede hacerlo peor de lo que lo ha hecho el político, y el Rey, por su parte, está dando pasos de gigante en la recuperación de su prestigio. Con lo cual no es fácil advertir quiénes parecen sobrar: los que parecen olvidar que han sido elegidos por el pueblo. También el pueblo lo olvida. No me digan que el cóctel no es para temblar frente a una juventud que ya alcanza los 49 años que acaban de cumplirse de aquel anuncio de que Franco había muerto. Por lo menos Mazón tiene ya 50.
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