Hubo un tiempo, nada lejano, en que todos los pueblos del mundo iban a tener un delicioso laberinto de carriles bici que condujeran a Roma. Los Ayuntamientos se volvieron locos planificando líneas verdes por los planos, los empresarios se frotaron las manos mientras se abrían zanjas de metro y medio por los vericuetos más insospechados y hasta el negocio de la bicicleta tuvo su boom de todos los colores, formas y tamaños. Se soñó entonces con una ciudadanía libre de humos que iba y venía con sus ciclos de allá para acá, con los niños en cestitas traseras, gente que traía unas barras de pan muy largas y sin plástico en sus cestitas delanteras, donde luego se les veía un ramillete de flores, como en los carteles de esas películas cursis que imitaban lo italiano, ya sin gracia, en la gran industria hollywoodiense. Pero todo aquello pasó, se esfumó con la nueva moda de ejercitarse pagando pero dentro de cuatro paredes.
El personal ha pasado de exigir el carril bici con uñas y dientes a darlo todo en el gym. Gym por la mañana y gin por la noche, porque todo tonifica, o al revés. El caso es que a los carriles bici le han ido saliendo jaramagos del olvido y ahora la moda es ir y venir del gimnasio con uno de esos monopatines silenciosos que culebrean peligrosamente en el embotellamiento a todas horas.
Yo lo veo en mi pueblo, Los Palacios y Villafranca. Pero no es un caso aislado porque las modas son cada vez más globales y todo se dirime en el Insta. Aquí el Ayuntamiento quiere arreglar el problema del tráfico. La movilidad, dicen ellos. Y es verdaderamente una urgencia porque, en una localidad de casi 40.000 habitantes y donde a principios de este siglo estábamos casi seguros de que se iban a hacer hasta cuatro aparcamientos subterráneos y no se hizo ninguno, el parque automovilístico ha crecido incluso por encima de la población. No tengo datos, pero uno tiene la sensación de que ya hay muchísimos más coches que personas. A veces también tenemos esa sensación con los perros, que es otro cantar. Es como si los coches los regalaran, como si surgieran por generación espontánea en cada esquina, en cada una de estas avenidas infinitas que nos hemos ido fabricando en estos años, con medianas interminables en las que para dar la vuelta nos vemos obligados a conducir hasta la otra punta del municipio, sea donde sea, y especialmente en esa rotonda saturadísima de auténtica locura que reparte el tráfico sin descanso y sin aparente solución entre la avenida de Sevilla y la de Cádiz, entre el barrio de la Nana y el Manchón de la Pepona y entre el centro histórico y el centro comercial. La rotonda está adornada con una prensa de las antiguas, pero va a terminar prensada ella misma, en espiral de coches que parecen girar constantemente sin un destino cierto.
La radical modernidad de usar las piernas exclusivamente en el gimnasio. Qué cosas. El monopatín eléctrico, que sigue sin regularse, nos ha inmovilizado las piernas, muy juntitas, para intentar solucionar en la calle el problema sin solución de que el mercado automovilístico, al que también se le ha pasado ya la fiebre del cochecito eléctrico, esté superando claramente a la tasa de natalidad. Supongo que la bici vuelve a ser una cosa de Verano Azul, de esas que siempre esperan, como Penélope, volver a ponerse de moda.
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