Los minutos de silencio se practican por cualquier chuminá, y a veces puede uno pensar que es chuminoso fabricar un silencio enlatado por cualquier injusticia contra la que no se ponen remedios y el silencio por sí solo no puede nada..., pero, en un mundo desquiciado de ruidos, un silencio por los 84 muertos que querían llegar al Primer Mundo a través de Canarias sirve para evidenciar a quienes no se dignan ni a unirse a ese respetuoso instante ni a levantarse siquiera del cómodo sillón como personas que se visten por los pies y no soportan el azaroso capricho de quiénes deben seguir viviendo como inútiles papagayos y quiénes deben morir ahogados en ese mar profundo que nos separa a unos seres humanos de otros. El caso es que hay gente que sí soporta ese azaroso capricho. Perfectamente. Gente que cree a pies juntillas, sin pestañear, que no todos somos iguales, que por algo unos hemos nacido aquí y otros allá y que es un inútil cuento de hadas eso de que todos los seres humanos somos iguales en dignidad. Todo se compra y se vende, todo tiene un precio y hasta un minuto de silencio cuesta lo que cuesta, aunque libre de impuestos.
A los parlamentarios andaluces de Vox les costó ayer muchísimo levantarse y guardar un minuto de silencio por la muerte de los 84 ahogados que no pasaron de su cayuco a la isla de El Hierro. Tanto, que prefirieron permanecer sentados y evidenciando su incomodidad mientras el resto de parlamentarios se ponía de pie en señal de respeto. El silencio lo había propuesto alguien de la otra orilla parlamentaria y eso, supongo, era suficiente para rechazarlo. Para los parlamentarios que ya nos han acostumbrado a no malgastar su valioso silencio en minutos al aire por los asesinados de Gaza o por las víctimas de violencia machista no era suficiente número de muertos o muertes lo suficientemente graves como para tener que guardar un silencio que se cotiza cada vez más caro para según qué cosas. Así que se quedaron sentados, balanceando su indiferencia sobre el dolor que a tanta gente impotente le producen estas realidades a las que el telediario y el viejo capitalismo feroz se empeñan en acostumbrarnos para que sigamos sentados, así, mirando el aire, convencidos de que las cosas pasan, simplemente, porque tienen que pasar, sin grandes causas orquestadas por detrás, durante siglos, sin más consecuencias que las puramente naturales que entiende el mismísimo océano, capaz de tragárselo todo.
También nosotros nos lo tragamos todo ya, hasta ese cuento de que todas las posturas (políticas o personales) son igual de respetables. Gestos como el de ayer en el Parlamento andaluz socavan nuestro sentido común, nuestra dignidad colectiva, nuestro aprendizaje humanista, todo lo que se supone que habíamos avanzado hasta convencernos definitivamente de que todas las personas, tengan lo que tengan y sean del color que sean, son igualmente respetables pero todos los gestos (públicos o privados) no. Con insultantes indiferencias como la de ayer de gente que come de lo público, y bien, estamos retrocediendo a pasos agigantados en esa evolución que se nos presupone desde el viejo continente africano cuando piensan en nosotros como primer mundo y se equivocan porque somos todos unos miserables, los unos por quedarse sentados y los otros por permitirlo con esa gentileza tan mal digerida del libertinaje moral. Qué vergüenza.
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