Vuelve a tronar con fuerza el nombre del dictador que tronchó la Historia del siglo XX español gracias a la pericia del actual Gobierno en las largas vísperas del 50º aniversario de su muerte. El próximo 20 de noviembre se cumplirá medio siglo del acabose de Francisco Franco, el protagonista de aquella dictadura de infausto recuerdo para todos los demócratas sobre la que más de uno y de dos de los que se sientan hoy en instituciones democráticas no tienen tan malos recuerdos porque a sus familias, por ejemplo, tampoco les fue tan mal.
Cada cual habla de la feria como le va en ella, pero aquellos cuarenta años, inaugurados por una cruel guerra civil, no fueron precisamente una fiesta, y ya que Pedro Sánchez se empecina desde tan temprano en usar el sonajero del franquismo, convendrían de momento dos premisas que dudo mucho que se cumplan: la primera, que todos los partidos que comen (cobran, respiran y se proyectan) de la democracia se sientan impelidos a participar activamente en una efeméride marcada por el rechazo a la dictadura, a la violencia y a toda coacción a la libertad. No vale ese barato juego político de retorcer la propuesta del aniversario redondo para decir, como siempre, que es una cortina de humo para esconder los casos de corrupción. Todo gobierno, que tiene la sartén por el mango, puede usar cortinas más o menos opacas, pero que se van a cumplir 50 años de la muerte de un dictador que supuso abrirle la ventana a la Transición es innegable y no hay argumentos para ponerse de perfil frente al dictador, como él aparecía en las monedas por la gracia de Dios. La segunda premisa, que se aproveche la efeméride para estudiar, con el rigor que merece la suficiente distancia histórica, aquel período al que, en la educación pública –no digamos la privada-, siempre se le ha huido como si diera calambre con el manido razonamiento de que no daba tiempo llegar. De lo que no daba tiempo, quizá, era de que llegaran docentes más jóvenes dispuestos a perder el complejo de meterse en esos charcos tan recientes.
Se va a cumplir medio siglo de la muerte del dictador, sí, pero se están cumpliendo, igualmente, siglo y medio de la muerte de dos hermanos poetas que marcaron con sus versos, sus pensamientos y la mentira de su división al morir la posible regeneración de una España que solo unos pocos supieron conservar en la intimidad de sus ideologías libertarias. Me refiero a Manuel y Antonio Machado. Del primero se acaban de cumplir ya los 150 años de su nacimiento. Del segundo, se van a cumplir esos 150 años este próximo verano. De ambos nos contaron, tan falsamente, que acabaron representando las dos Españas, la azul y la roja, la de derechas y la de izquierdas; que uno era franquista y se quedó aquí y que el otro era republicano y se marchó al exilio, donde murió enseguida. Cuánto simplismo y cuánto trazo grueso de ese que lo mancha todo para hacernos más ciegos aún. La reciente exposición en la antigua Fábrica de Artillería de Sevilla nos ha revelado hasta qué punto toda aquella división presuntamente fraguada en la guerra civil fue un cuento bien orquestado, nunca sabremos hasta qué punto por las izquierdas o las derechas. Los dos hermanos estuvieron siempre tan unidos, y su compromiso con el ideal de la República fue tan prístino, que sonroja el discurso hilvanado con el tiempo a base de tópicos, desconocimientos consolidados y afán por ese borreguismo bicolor.
La bandera machadiana, que se enarbola desde el abuelo Machado Núñez que tocó todos los palos de la ciencia, la política y la cultura desde su triple papel como pionero naturalista asombrado con Darwin, gobernador de Sevilla y rector de nuestra Universidad, respectivamente, debería ondear con la alegría que merece el triple cincuentenario de la muerte de sus nietos, ahora que seguimos teniendo la oportunidad de que las efemérides nos sirvan para algo, no para el emborronamiento de lo que exige claridad ni para el blanqueamiento de lo que exige rechazo, sino para la lucidez que se espera de nuestra definitiva mayoría de edad democrática, con todas sus consecuencias.
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