La verdad es la que es, lo diga Agamenón o su porquero, mantenía Antonio Machado en aquella maravilla filosófica que supuso su Juan de Mairena, un libro publicado un par de meses antes de la guerra civil y que hoy nadie se para a leer porque todo el mundo anda enredadísimo en las redes. Hay gente que ya andaba enredada en sus propios laberintos ideológicos gracias al simplismo propagandístico de sus propias facciones ideológicas y a la que la espiral de sus propias redes ha terminado por arruinarle el sentido crítico, es decir, por posicionarle a favor del porquero o de Agamenón, da lo mismo, independientemente de cuál sea la verdad.
La verdad no importa, la verdad duele, la verdad hace daño, la verdad es un auténtico fastidio. Porque esta agonía de la postverdad en la que el mercado ideológico nos empuja a vivir nos ha acostumbrado a la comodidad de posicionarnos a favor de esto o de aquello en función de lo que diga mayoritariamente mi facción política, a la izquierda a la derecha, al margen de cualquier indicio de la verdad, que siempre es un engorro. Basta con oír el runrún de mi gente y de mis medios para saber lo que tengo que opinar.
Sin embargo, hay extremos que deberían zamarrear las presuntas convicciones de algunos para que se cuestionen lo importante que es la máxima machadiana. Da igual que la verdad la diga Agamenón o su porquero, porque la realidad está por encima de los emisores particulares. En las elecciones venezolanas, por mucha complicidad que le tengan a su gobierno las izquierdas de aquí o por mucha inquina que le tengan las derechas, el dato inquietantemente objetivo es que nadie sabe quién ha ganado realmente porque Maduro no deja ver los resultados ni el proceso es suficientemente transparente, lo cual es una vergüenza internacional.
No es la primera ni la última, claro, porque el mundo está salpicado de dictaduras, pero la verdadera vergüenza es que nos acostumbremos a que nos seduzcan con que hay dictadores de primera y de segunda, o dictadores malos y dictadores buenos, dictadores perversos y dictadores que dictan blandamente por el bien del pueblo.
La comunidad internacional está esperando a que Maduro enseñe los papeles o se vaya. ¿Qué pensaríamos aquí si a las actas de los resultados electorales solo tuvieran acceso quienes están en el poder? Evidentemente, que no se levantarían del sillón ni con agua caliente. Pues eso: que en Venezuela, ese azote simbólico que tanto se utiliza en España, ha pasado lo que haya tenido que pasar y ha ganado quien más votos haya cosechado, pero no lo sabemos porque quien tiene la obligación de enseñar los resultados prefiere que el electorado tenga fe en lo que él dictamine que ha pasado. Lo peor es que también quiere extender la misma fe al mundo y cuando el mundo le dice que no se fía, que prefiere verlo, hay ciudadanos en esta parte del mundo que prefieren fiarse solo porque lo diga Agamenón. O su porquero. Tanto da.
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