Me sé de memoria el argumento de que si los futbolistas cobran la millonada que nos sonroja a quienes aún seguimos viendo en el fútbol solamente un juego es por la sencilla razón capitalista de que son capaces de generar, de sobra, esas mismas cantidades. Nadie da duros por pesetas y, por estrambótico que parezca, la relación entre lo que una estrella del fútbol cobra y lo que es capaz de hacerles ganar a otros sigue siendo justa, tomándose el sentido de la justicia en una acepción bastante mate, recatada, matemática y neutra.
Con todo, no acostumbran los peloteros a dar las lecciones morales que les oímos, por ejemplo, a otros especímenes públicos que, por cantar bien, por ejemplo, son capaces de hacernos creer que también son buenísimas personas, excelentes oradores y honestísimos ciudadanos. Luego surgen, cuando surgen, los escándalos de cualquier índole y se nos caen los palos del sombrajo porque no habíamos llegado a reparar en que nuestros ídolos de la canción o de la gran pantalla eran solamente buenísimos cantantes o actores y poco más. Cada cual tiene su talento y algunos talentos son más notables que otros.
Dicho todo ello, nos sigue escociendo que, en el mismo mundo en el que vivimos todos, y a ras de suelo porque aquí nadie vive volando, un chaval que juega bien a la pelota pase de suspender la ESO a ganar varios millones de euros en solo unos meses. El peligro del ejemplo, además, es que todos los chavales que suspenden la ESO piensan que hay ciertas posibilidades de que les ocurra a ellos lo mismo. Y en ese juego de cifras con ceros indefinidos pasamos del espectáculo del fútbol al espectáculo de la televisión, que es tantas veces el mismo, donde además los divos tienen la oportunidad de tomar la palabra y, más allá de referirse al espectáculo suyo de todos los días, pueden esparcir toda la moralina de tres al cuarto que luego cae como confeti sobre nosotros.
Ahora que ya nadie se acuerda de las campanadas y de la chorrada aquella de la muchacha que sacó la estampita del Sagrado Corazón, nos recuerdan en RTVE que la cosa costó, supongo que más o menos como todos los años, alrededor de 250.000 euros. Lo normal, imagino. De esa cantidad, los presentadores se llevaron como 66.000, a repartir.
El año pasado, sin ir más lejos, la cantante Ana Mena, el eternizado Ramón García y la futbolista Jennifer Hermoso habían cabido a 25.000 euros cada cual, aunque –matizaron luego en RTVE- esta última sólo se llevó 11.000 euros después de liquidación y porque, al fin y al cabo, lo suyo fueron cinco minutos. Es divertido que esas explicaciones las ofrezcan desde un ente público, como acostumbrados a hablar de miles de euros públicos que se ofrecen, que se devuelven a continuación en forma de impuestos públicos, como quien trata de gallinas que entran por las que salen.
Y todo ello mientras el debate nacional seguía siendo entonces –y ahora- si era justo que el sueldo mínimo interprofesional subiera o no 50 euros. La patronal echándose las manos a la cabeza y el Gobierno apostando por la revolución del proletariado apuntado al taco, porque mil y algo de euros, después de 30 días de trabajo, es la auténtica maravilla con la que más de media España sueña cuando apaga la televisión.