Si hubiera ganado, que todo puede ser en el asombroso universo del fútbol, mi pueblo, mi ciudad y todo el país estarían refulgiendo de verdes fuegos artificiales. Pero no lo ha hecho y la noche se volvió, de súbito, una noche cualquiera. En realidad no lo fue, porque anoche, con la derrota del Betis en esa final europea con la que tanto soñamos, fue una noche emblemática de lo que supone este equipo con la mejor afición del globo.
El Betis nos ha dado su legendaria lección del manque pierda. Manque pierda con el Chelsea. Quién nos lo hubiera dicho hace solo unos años. Hemos perdido porque estábamos allí, lo cual no pueden decirlo otros. Hemos perdido porque hemos jugado. Hemos perdido porque así nos convertíamos en subcampeones de la Conference League. El Real Betis ha vuelto a ganarse a pulso que su emblema sea una alegoría de la vida misma: nacemos, crecemos, nos ilusionamos, nos enamoramos, logramos metas y buscamos las siguientes con afán, conseguimos llegar al final y, una vez completamente sabios, amanece y todo se vuelve más desagradablemente real: todo acaba, tarde o temprano, aunque aguanten más en la fiesta quienes tienen mayor presupuesto. Sin embargo, hemos estado en la fiesta, también hasta el final, y que nos quiten lo bailao.
Con todo, ha sido precioso soñar con que David iba a ganarle a Goliat, aunque en este caso esos personajes casi mitológicos dejaron corta su diferencia para lo que suponía anoche la de los dos equipos. Baste decir, objetivamente, que un solo jugador del Chelsea costaba tanto como los once del Betis. Aun con esa diferencia tan abismal, la plantilla, el escudo, la historia y miles de andaluces se plantaron en Polonia por un puro acto de fe. La fe mueve montañas, pero solo a veces, y en esta ocasión no ha podido ser. Sin embargo, que las pueda mover sigue sosteniéndose sobre la insistencia –futbolística pero también humana- de que cuando las mueve es porque se ha intentado muchísimas veces, tantas como nos ofrece la vida hasta lo infinito, es decir, de generación en generación.
Ese es el espíritu bético, y por eso los béticos saben mejor que nadie exprimir la vida no solo en las maduras sino también en las duras. Un equipo que tiene en su lema su propia vida eterna a pesar de los pesares y a pesar de las derrotas es un equipo que disfruta las victorias infinitamente más. El disfrute de la siguiente victoria, por tanto, que llegará cuando tenga que llegar, se está gestando ya sobre la derrota de anoche. Y esa lección espiritual, vital, de andar por este mundo, es una lección modélica para las nuevas generaciones que han llegado a pensar que todo se lo resolverá la Inteligencia Artificial. Como decía mi abuela, a ganar se acostumbra cualquiera. Lo difícil es perder. Saber perder. Mantener la dignidad y la sonrisa intactas cuando el adversario espera vernos derrotados y descubre que solo nos ha ganado un partido.