El Orgullo es nuestro

Venimos de una sociedad cruel en la que a los homosexuales se les ha tratado con conmiseración y lástima en el mejor de los casos, con condescendencia, cuando no con desprecio, con asco, con asombro

Álvaro Romero Bernal.

Álvaro Romero Bernal es periodista con 25 años de experiencia, doctor en Periodismo por la Universidad de Sevilla, escritor y profesor de Literatura. Ha sido una de las firmas destacadas, como columnista y reportero de 'El Correo de Andalucía' después de pasar por las principales cabeceras de Publicaciones del Sur. Escritor de una decena de libros de todos los géneros, entre los que destaca su ensayo dedicado a Joaquín Romero Murube, ha destacado en la novela, después de que quedara finalista del III Premio Vuela la Cometa con El resplandor de las mariposas (Ediciones en Huida, 2018). 

Una pancarta, durante una edición pasada del Orgullo.
Una pancarta, durante una edición pasada del Orgullo. MANU GARCÍA

El orgullo es nuestro, de los heterosexuales que hemos sido testigos del cambio, de quienes desde nuestra cómoda mayoría hemos visto cómo otras personas con sus propios gustos sexuales, tendencias y cosmovisiones propias, han podido expresarse como les da la gana en un mundo que, aunque tarde se reconozca, es de todos. Este viernes nos debemos sentir orgullosos porque el avance ha sido histórico, y no solo podemos contarlo, sino que hemos contribuido, más o menos, a que sea posible. 

Venimos de una sociedad cruel en la que a los homosexuales se les ha tratado con conmiseración y lástima en el mejor de los casos, con condescendencia, cuando no con desprecio, con asco, con asombro, con esa insoportable media sonrisa de quienes absurdamente se sienten superiores sin razón para ello. Venimos de una sociedad en la que los homosexuales han buscado, como alimañas perseguidas, el rol del matrimonio mal avenido, de la amargura en incomprendida soledad, del folklorismo rancio o del chiste como asidero.

El propio tópico anulaba torpemente una realidad muchísimo más diversa que la burda mirada del fascismo ideológico reducía al esperpento rechazable. De modo que ese fascismo veía maricas donde había transexuales, o simplemente gays, o bisexuales. En fin, que por algo surgió el colectivo LGTBI+. Porque en ese signo de más radica también la esperanza de que terminen dando igual las siglas e importen las personas en su intransferible esencia al margen de sus acomodos sexuales, que todos tenemos. Llegará el día en que, con el sexo, alcancemos la misma conclusión que con los acentos e idiolectos, a saber, que cada cual tiene el suyo aunque exista un idioma común. No se habla con la teoría del idioma, sino con la práctica del acento. Pues eso.

Yo tengo amigos y amigas homosexuales que presentan el mismo patrón de diversidad caótica que los heterosexuales. O sea, que entre ellos los hay graciosos y cenizos, charlatanes y taciturnos, empáticos y antipáticos, guapos y feos, pero todos con el común denominador aleccionador de no haberlos terminado de conocer hasta que, como es lógico, no he intimado algo más con ellos en más de una conversación. A toda la gente se la conoce hablando. Porque el logos sigue siendo el instrumento más decisivo de indagación psicológica entre los seres humanos.

Y ahora que termina el curso y las lecciones sobre la Generación del 27, creo que estas mismas conclusiones las sacarían quienes habían tenido el honor de tratar a poetas tan radicalmente diferentes como Federico García Lorca o Luis Cernuda, por ejemplo. Más allá de la poesía, el orgullo cotidiano es que los pequeños puedan expresarse desde bien temprano, que la condición sexual de cada cual no sea jamás una losa, sino una característica inocua e intrascendente que los haga aportar un matiz evidentemente único en el inmenso colorido del arcoíris social. Todavía, no obstante, hay latitudes del mundo en las que este cambio no ha llegado, en las que los homosexuales son perseguidos y asesinados. Y merece la pena que aquí sigamos mostrando nuestro orgullo para consolidar el ejemplo.  

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