La última locura del extravagante actor francés Alain Delon no se va a hacer realidad porque él ya no está aquí para discutirla. Lo han enterrado solo, como suele ser normal, pero él tuvo el sueño egipcio de que lo enterraran con su última mascota, un perro llamado Loubo al que adoptó hace diez años en un refugio y al que, después de haber desheredado a sus propios hijos, trataba como a un hijo. La familia ha decidido no cumplir esa última voluntad del actor y dejar al perro vivo y coleando. Y el divo, al contrario de lo que siempre estuvo acostumbrado en vida, se tendrá que conformar para esa eternidad sin perro con la que soñó, según dijo en más de una entrevista.
Más allá del último capricho de un guapo del séptimo arte que tuvo tantos, la sola idea de que podrían haber sacrificado al perro para enterrarlo con su amo debe de poner los vellos de punta a los crecientes animalistas que crecen exponencialmente por este mundo. O no. Porque imagino que las interpretaciones en torno a ese gesto de hacer morir a una mascota a la que se quiere con locura pueden ser infinitas. Te quiero tanto, que morirás conmigo, pensaría Delon. Lo que sí dijo fue que no soportaría, desde ultratumba, que su perro siguiera sufriendo por él, lo cual no es sino un ejercicio de narcisismo absoluto.
Por esa misma lógica, nos llevaríamos a todos nuestros seres queridos a la tumba una vez que nosotros nos tuviésemos que morir. Si me muero yo, aquí no queda nadie. Si echamos el balón al suelo, podríamos pensar que ni él sufriría desde el más allá ni el perro seguiría sufriendo pasados unos días del entierro. Pero supongo que eso es ser demasiado prosaico.
El caso es que, más allá de interpretaciones rocambolescas, caprichos divinos y legislaciones estrambóticas, lo cierto es que Occidente se está volviendo insoportablemente perruno desde el criterio humano, y creo que esa paradoja de que los seres humanos traten a los perros como personas ni beneficia a las personas ni a los perros. Lo vemos a diario por nuestras calles inundadas de excrementos, con más perros que niños, con carritos más caros para aquellos que para estos, con perros vestidos como muñecas y con gente que se hace llamar papás de los perros que adoptaron o compraron por casualidad un día.
El sueño de Alain Delon me parece una perrería y celebro que haya sido solo un sueño. Yo sueño con el día en que los perros vuelvan a ser simple, maravillosa y realmente perros, sin más. Creo que también ellos sueñan con sus vidas de perros.
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