Que vaya por el trabajo, por su casa y por la vida en manga corta, pero siempre, sin excepciones, ni siquiera en Navidad o en los días ventosos de febrero, es una metáfora de su alma pura, de su transparencia personal, de la candidez de este gigante con corazón de niño que nunca se resfría. Pero no deja de ser una anécdota que a todo el que lo ha conocido lo ha sorprendido en las casi cuatro décadas que lleva volcado en la docencia de las matemáticas. Acostumbrado a levantarse antes de que salga el sol, este profe de los números que ahora vive sus últimas semanas en el instituto antes de su júbilo final y que tan raramente ha faltado alguna vez a sus clases en su larga y anchísima trayectoria es un ejemplar de maestro tan en peligro de extinción que probablemente la administración de la que ha dependido laboralmente no sabe de la misa la media, porque los datos –eso es matemático- suelen ser tan fríos, tan indiferentes y tan ciegos que nunca reflejan lo importante de verdad.
Lo fundamental lo sabemos quienes hemos trabajado a su vera, y especialmente quienes han tenido la inmensa fortuna de ser sus alumnos. Apuesto a que ni uno solo de los que han formado parte de sus clases desde el último tercio del pasado siglo se atreverá a contradecir este artículo. No suele ser un argumento muy sólido ese tan extendido de que, para ser buen profesional, hay que ser primero buena persona. Pero quienes han trabajado codo a codo con él, o quienes han atendido en sus clases, han podido comprobar hasta qué punto esta combinación tiene tanto de platónico como de real. Lo van a recordar, y mucho, quienes recelaban, odiaban o no se fiaban de los números y luego resultó que, con él, los números adquirieron cara, voz, personalidad y hasta sonrisa; quienes han estudiado matemáticas por su influjo irresistible.
No tiene precio un profe de matemáticas en camiseta que apura los recreos para explicar dudas; que aconseja a los repetidores sobre los problemas que se le plantean más allá del libro de texto; que se ha volcado lo mismo en la directiva que en los jardines, de igual forma en la formación del profesorado que en las estadísticas de resultados, en los problemas informáticos del centro que en sustituir a compañeros de Educación Física cuando ha sido necesario. Un profesor de Matemáticas al que le apasiona la Historia, la Literatura o la Filosofía. Un profe de Mates que jamás ha vacilado en su amabilidad ni en las clases ni en los pasillos ni en las reuniones ni en los claustros ni en el patio ni en la calle. Un profesor que ha valorado tanto a los maestros de escuela, que los acogió de tan buen grado en aquella época de la transición de la Logse para que impartieran el séptimo y el octavo entonces transformados en los primeros cursos de la ESO. Un profesor con tantas ganas de aprender que, a su lado, cuesta dejar de hacerlo. Un profesor de números que ha terminado siendo un profesor de cables, de tecnología y hasta de radio. No tiene precio, no, sino mucho valor, y la ciega administración tendría que focalizar este tipo de valores que pasan desapercibidos para catapultarlos ahora que piensa renovar tan masivamente el funcionariado.
Con Federico Andújar se puede decir alto y claro que la educación, la juventud, la ciudadanía y el país funcionan porque existen funcionarios como él. Con Fede, que jamás ha hablado mal de nadie –ni aun teniendo sobrados motivos-, se puede gritar con júbilo, ahora que él se jubila, que tiene sentido esperanzarse en los demás. Con Fede Andújar, con quien uno siempre tiene un feliz complejo de inferioridad moral, podemos estar seguros de que merece la pena explotar la vocación que sea, pasar por el mundo haciendo el bien, vivir la vida sin necesidad de contarla, estar seguros de que existen, de que han existido, ejemplares de personas, de educadores, de funcionarios que se salen de ese injusto tópico que siempre cacarean quienes no lo han conocido. Ya podría haberse jubilado, pero va a apurar el curso porque Fede no es hombre de dejar las cosas a medias. Cuando el curso que viene tengamos frío, lo llamaremos y seguro que vendrá.