Un examen de Selectividad.
Un examen de Selectividad. MANU GARCÍA

Hoy termina la Selectividad más difícil de la historia en Andalucía, a juicio de tantos muchachos como salen prestando su testimonio al acabar algunos de los exámenes que han ido desarrollándose estos días. También sus padres estarán por la labor de creerlo. E incluso muchos profesores. Porque este tipo de creencias se consolidan al repetirlas hasta la saciedad, aunque no sean ciertas. Sí, ahora que usted remata este primer párrafo intuye bien al intuir que el titular es pura ironía.

La Selectividad vuelve a llamarse PAU (Prueba de Acceso a la Universidad) y no con aquellas mareantes siglas con letras mayúsculas y minúsculas que mezclaban la prueba que no probaba nada con el bachillerato, la universidad, las churras y las merinas.

Dicen que la PAU de ahora es más difícil porque, en vez de preguntarlo todo para que el alumnado decida qué va a responder, es decir, qué ha sido lo único que ha estudiado y está en disposición de redactar de memoria para olvidarlo después, pregunta una serie de cosas que constituye el examen. Ahora el examen es una opción de las muchas que podían haberse preguntado, es decir, una opción de entre las muchas que el alumnado debe saber. Eso lo dificulta todo bastante, porque llevábamos un lustro –con la excusa del Covid, cuyo modelo se alargó sin sentido- ofreciendo exámenes que eran una verdadera oferta a la carta difícil de suspender. El resultado ha sido la inflación de las notas de corte para elegir carrera hasta límites insospechados. Lo dijimos en esta misma columna hace once meses: sacar un 10 era de mediocres.

Ahora que simplemente se vuelve a hacer exámenes que examinan se ha preferido manosear el concepto de lo competencial. Que el alumnado no estudie tanto de memoria como que sepa enfrentarse a una prueba demostrando sus competencias, se dice. En realidad, los exámenes han cambiado solo porque han reducido la vasta optatividad que ofrecían para que, en rigor, dejaran de ser exámenes. 

El problema de fondo toca los bajos fondos de determinados conceptos que deberían estar claros y no lo están, empezando por una Universidad que ignora tantas veces que debe formar alumnos para la vida universal y no trabajadores para determinados mercados. La Universidad pública debería fijar claramente la raya que la separa de los intereses del capitalismo. Por otro lado, desde la escuela más básica debería volverse al amor por el conocimiento que tan mala prensa ha arrastrado en los últimos tiempos, como si el saber, de súbito, sí ocupara lugar y fuera lógico pensar que para ocupar megas de memoria en la mente de cada pobre alumno ya estaba la Inteligencia Artificial, que todo lo sabe después de la ardua investigación estudiantil a golpe de clic. 

"Sin conocimiento cabal en cualquier disciplina, no se puede opinar con rigor, ni tener sentido crítico alguno, ni ser creativo, ni tener competencias de nada"

Llevamos años insistiendo en la importancia del sentido crítico, de la creatividad, de la competencia y de la educación emocional, y echando pestes de la memoria y el conocimiento consolidado. Pero conviene recordar algunas evidencias por las que solo de vez en cuando caemos en la cuenta de que el rey va desnudo. Para tener sentido crítico es necesario cultivar primero los sentidos. Para ser creativo, hay que manejar con soltura primero las herramientas que puedan servir para la creación. Incluso la imaginación propia se alimenta de la imaginación ajena.

Y hay que leer y mirar. Mucho, por gusto, sin prisa, sin límites. La competencia no es un medio deseable, sino un resultado comprobable. Para educarse emocionalmente, hay que encontrar primero la emoción en casa, con la familia, con los amigos, aquí y allá. Quiero decir, en suma, que cualquier alumno, de entrada, no va a la escuela y sale de ella con sentido crítico, siendo creativo, teniendo competencias y educado emocionalmente, como parece predicarse hoy por parte de falsos gurús especializados en engañar al personal. Todo ello es una consecuencia, un resultado a muy largo plazo.

Pero para conseguirlo hace falta leer, releer, comprender, expresarse correctamente en cada situación, disciplinarse, ejercitar la mente, memorizar, relacionar, aprender a hacer con soltura determinados ejercicios, ampliar el vocabulario y organizar el conocimiento en las estanterías de nuestra mente.

Para la escuela y para un estudiante de diez, doce, catorce años es mucho más importante trabajar el sujeto, el verbo y el predicado que soñar con convertirse en artista que no sepa hacer la o con un canuto. Sin conocimiento cabal en cualquier disciplina, no se puede opinar con rigor, ni tener sentido crítico alguno, ni ser creativo, ni tener competencias de nada. Hay que recordar estas perogrulladas contra ese enemigo invisible que tal vez nos quiere más ciegos, más necios, más manipulables, más ilusionados en lo creativos que somos ahora que la moda es pensar que creamos cuando nos crean. 

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