En el Periodismo, como en cualquier oficio, parecía estar todo inventado hasta que aquí descubrimos el Nuevo Periodismo norteamericano que catapultó con la blancura de su traje impoluto Tom Wolfe después de haber leído a Capote y antes de que Gay Talese firmara sus reportajes de no ficción. Sin embargo, la gran sorpresa a posteriori fue que, mucho antes que estos reporteros que pasaron a mejor vida gracias a sus libros, aquí mismo, en la España profunda que había abonado el 98, ya habían escrito maravillosos reportajes empapados de realidad periodistas de oficio olvidado como Wenceslao Fernández Flores, Julio Camba o Josep Pla.
Entre tanto, aquí mismo, en el sur del sur, había surgido el sumo sacerdote del Periodismo, ni viejo ni nuevo, sino periodismo a secas, Manuel Chaves Nogales, hijo y sobrino de periodistas de raza y de quien en la Facultad de Periodismo de Sevilla nunca nadie nos habló en las postrimerías del siglo XX porque, noveleros como hemos sido por estos lares, pero de poquitas novelas, la academia de lo que sea —también de la cosa periodística— siempre priorizó las excelencias de fuera porque no tenía ni tiempo ni ganas de descubrir las de dentro.
Tuvo que llegar la profesora María Isabel Cintas para avisarnos con su sabia humildad de que el autor de aquella extraordinaria biografía de Juan Belmonte había hecho el mejor periodismo imaginable sin que en su tierra se hubieran acordado nunca de él, pues aunque dejó las más inteligentes páginas sobre la ciudad hispalense, sobre la Semana Santa y hasta el Rocío, luego de darnos las grandes lecciones de objetivismo en plena guerra civil española anduvo en avioneta por toda Europa, redactó la agonía de Francia, se fijó en un bailaor que estuvo allí, en Rusia, y murió de anónimo y peritonitis en el Londres asediado por los nazis.
De Chaves Nogales, a pesar de todo, quedó un lema sencillo, pero que las nuevas tecnologías y el enroque comunicativo de todas las instituciones fue haciendo cada día más imposible: andar y contar. Nos decían en la facultad, sin practicar con el ejemplo desde luego, que los periodistas teníamos que gastarnos las suelas de los zapatos, pero llegó el siglo XX con su internet, sus móviles, sus gabinetes de prensa y sus agendas políticas y las redacciones se fueron vaciando de periodistas hasta que, los que quedaron se culiatornillaron en su oficina para repetir con otras palabras lo que llegaba por fax. Muchísimas redacciones se vaciaron del todo y los periódicos se fueron alimentando de lo que destacados intelectuales hilvanaban desde el cómodo sillón de sus despachos porque, contaminados con lo que pensaba la chavalería, al fin y al cabo las noticias ya las daban las redes sociales. Esto que cuento lo saben muy bien los periodistas de larguísima experiencia, pero suelen ponerse de perfil porque hay que comer de algo. Quien lo sabía muy bien y lo predicó en el desierto, alertado porque el espíritu de las redacciones nos lo habían robado los ejecutivos, fue el maestro Antonio Ramos Espejo.
El caso es que hace una década –solo una década; que si 20 años no son nada, imagínense 10—, un periodista de Jerez de la Frontera, Paco Sánchez Múgica, quiso hacer un periodismo que volviera a oler a verdad regresando, simplemente, a lo que siempre fue el periodismo, el que practicó Chaves Nogales, por ejemplo, por aquellas redacciones en las que le dejaron escribir. Montó una pequeña redacción, buscó a unos cuantos mecenas y ni se le ocurrió acudir a ningún banco porque las entidades financieras potentes ya tenían sus propios medios de comunicación. Y así surgió lavozdelsur.es, contando las cosas de Jerez y sus alrededores. Hace solo una década, insisto. E insisto tanto porque en la fiesta de anoche por su décimo aniversario daba la sensación de que el periódico —digital como exige ser hijo de su tiempo y en papel una vez al mes porque somos conscientes de la alegría de tocar lo que se cuenta—, la sensación de que el periódico, decía, hubiera cumplido un siglo por lo menos.
Allí estaban todos los poderes fácticos de Jerez, Cádiz y el Campo de Gibraltar, empresarios de todo signo, alcaldes de todos los colores, la presidenta de la Diputación de Cádiz y el presidente de la Diputación de Sevilla, y todos hablaron de lavozdelsur.es con la convicción de que el periodismo así entendido, como se entiende en esta casa siguiendo los postulados de Chaves Nogales, no puede estar reñido ni con la política ni con la realidad porque es absolutamente siempre el condimento imprescindible para que funcione la democracia.
A mí, que aterricé a comienzos de este año en esta casa tan honorable para ayudar a reportajear la Sevilla de veras, me alegró muchísimo el contraste numérico entre el puñado de periodistas y fotógrafos que hacemos el periódico y los cientos de invitados y premiados que un periódico tan joven pero con tanto fundamento fue capaz de convocar. Y me alegró porque tuve la certidumbre de que, a pesar de las apariencias, de los tópicos y de los cabreos, el periodismo que hace a todas horas lavozdelsur.es es el periodismo que jamás puede morir, ese que consiste en contarle a la gente lo que le ocurre a otra gente. Y contarlo lo mejor posible. Larga vida a esta redacción ejemplar.
Comentarios