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Vuelven las oscuras golondrinas

El poeta de las Rimas, el niño que soñó con la fama mientras paseaba por las orillas del Guadalquivir, vaticinó la vuelta de las golondrinas mientras imaginaba el juego con sus propias alas

20 de marzo de 2025 a las 09:28h
Gustavo Adolfo Bécquer.
Gustavo Adolfo Bécquer.

Lo prometió Bécquer antes de que se le partiera el corazón por última vez y acertó, porque todo vuelve y todo es un perpetuo regreso. Es verdad que volverán las oscuras golondrinas a nuestro balcón sus nidos a colgar, con su hipérbaton incluido porque las aves construyen sus nidos con ese caos ordenado con que también los poetas van amasando, a compás de ramas, acentos, paja y barro, esos hogares que son los poemas en los que algunos se quedarían gustosos a vivir. Ahora que las cigüeñas no vuelven por San Blas porque ni siquiera se van, el retorno de vencejos y aviones ha empujado al alcalde de mi pueblo, Los Palacios y Villafranca, a emitir un bando para protegerlos, supongo que porque, en ese exceso de limpieza que nos sobrecoge en el sur cuando asoma la primavera, a muchos vecinos los tentará quitar esos nidos de las cornisas de sus fachadas de dos escobazos. 

Hemos ido evolucionando y se tiene que notar. Avanzar, como ser original, es tantas veces volver al origen, al respeto, a la comunión con la naturaleza, que es la única amiga que nunca falla, porque salimos de ella y a ella volveremos. El argumento municipal, sin embargo, parece más prosaico, porque no hay como la razón práctica para empezar a convencer a alguien. Que estas aves se tragan diariamente 800 moscas y mosquitos, dicen, y como está el patio tan arisco después de la crisis del mosquito del Nilo, la labor de golondrinas, aviones y vencejos tiene que parecer celestial. Vuelven las golondrinas como agua de abril, pero en marzo, y en Los Palacios advierten de que las multas por destruir estos nidos de aves tan becquerianas pueden llegar a los 60.000 euros. Para pensárselo. 

Vuelven las oscuras golondrinas de cuando Bécquer insistía en que el amor que lo sustituyese a él ya no sería lo mismo. Podría venir otro amor, “pero mudo y absorto y de rodillas”, advertía el poeta sevillano cuyo balcón golondrinero sigue allí en Madrid. “Pero aquellas que el vuelo refrenaban / tu hermosura y mi dicha a contemplar, / aquellas que aprendieron nuestros nombres…”, escribió Gustavo Adolfo concentrando toda la potencia semántica de un tiempo amoroso irrecuperable en estas aves pasajeras, “esas… ¡no volverán!”. El poeta de las Rimas, el niño que soñó con la fama mientras paseaba por las orillas del Guadalquivir, vaticinó la vuelta de las golondrinas mientras imaginaba el juego con sus propias alas, llamando en los cristales, para construir esa alegoría tan dura como romántica de que ni las golondrinas ni las madreselvas serían las mismas cuando nuestras circunstancias personales cambiasen. 

Tampoco la lluvia de hoy es la misma que la de antes, por mucho que arrecie. Y tampoco tiene gracia ya destruir los hogares de unas aves de paso que necesitan, en ese paso que al fin es la vida, construir sus hogares porque mientras pasan tienen descendencia, o sea, que van dejando vida, recursos, posibilidades, relaciones, ética y estética. Bécquer, adelantado como fue, nos legó un símbolo impresionante de la explosión de vida en primavera, de las migraciones, de la historia de los seres vivos empeñados en seguir viviendo allá donde las circunstancias nos arrastren, con el derecho intrínseco de que nos permitan hacerlo, de que nos dejen en paz.

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