Da la sensación de que solo los nacionalistas convencidos y militantes hablan bien del nacionalismo. Desde fuera, todo son defectos, tanto éticos como políticos. El nacionalismo se presenta como una amenaza, una caja de Pandora difícil de controlar. La experiencia histórica aporta muchos ejemplos de imperialismo, xenofobia y exclusiones sociales. Incluso en nuestra democracia, los nacionalistas separatistas son vistos como gente interesada, sin escrúpulos, sin una idea del bien común, ni de la solidaridad ni de la igualdad.
Para comprender las virtudes de los nacionalismos, es preciso realizar algunas aclaraciones. A la hora de definir una nación existen dos caminos, el étnico y el participativo o voluntarista. Nunca se dan en estado puro, pero dependiendo del énfasis que se ponga en cada uno de ellos obtendremos diferentes formas de entender el nacionalismo. Desde la perspectiva étnica, una nación se configura a través de su lengua, su religión, sus costumbres, es decir, su tradición cultural. Desde el enfoque participativo, lo importante es formar parte de un colectivo que desea darse unas normas para gestionar su funcionamiento.
Hay otra distinción que nos interesa. No es lo mismo el nacionalismo conservador que el reivindicativo. Aquí no hablamos de derecha e izquierda. Con nacionalismo conservador me refiero al movimiento político que pretende conservar un Estado-nación ya consolidado. Mientras que el reivindicativo reclama el derecho a construir un Estado-nación que todavía no existe. Es evidente que se trata de un proceso histórico concreto: los que fueron reivindicativos pueden luego volverse muy conservadores…
Una de las virtudes del enfoque étnico es que el nacionalismo es capaz de generar identidad. El sujeto político arraiga en una tradición, no es algo vacío. Ser andaluz o catalán no es algo abstracto, meramente legal o formal, sino el resultado de un proceso histórico. Una lengua, unas costumbres y una historia común definen al francés, al castellano, al vasco, al español… La identidad no implica únicamente un sentimiento, una forma de percibirse como individuo y como colectivo. También conlleva una preocupación por el bien común de la nación. Sin la identidad que aporta el nacionalismo, las responsabilidades políticas se debilitan. Los pensadores comunitaristas insisten en que un mero contrato social formal no sirve para mover al ciudadano a actuar. La identidad nacional activa la solidaridad interna.
Los nacionalistas del enfoque participativo y voluntarista creen que la identidad lingüística e histórica es un aspecto secundario. La gran virtud del nacionalismo reside en la autodeterminación ética y política: darse normas a uno mismo, tanto en lo individual como en lo colectivo. Este enfoque conecta el nacionalismo con la democracia participativa y la descentralización del poder. La independencia de un país se concreta en la ausencia de esclavitud política. No solo se busca el beneficio económico… Una de las críticas más persistentes a los nacionalismos es que solo desean aumentar las rentas, controlar todos sus recursos y abandonar los vínculos solidarios con entidades políticas más amplias.
Otra de las críticas que suelen sufrir los nacionalismos es la que habla de los sujetos políticos y los derechos. Desde el punto de vista liberal, solo los ciudadanos tienen derechos. Las naciones no son sujetos políticos. El derecho a la autodeterminación de los pueblos no estaría dentro de los verdaderos derechos fundamentales. Así que exigir ese derecho no deja de ser una falacia o una ficción. Los nacionalistas se defienden mostrando que un pueblo sin Estado, sin soberanía real, ya no contiene ciudadanos, sino meros súbitos o esclavos. Con la creación de un Estado-nación se logra más libertad para cada ciudadano. La independencia de un pueblo es siempre un progreso para la humanidad…
Los conflictos y dificultades a la hora de definir una nación concreta son evidentes. A veces la terminología es confusa. Se habla, por ejemplo, de nacionalidades históricas, de naciones, de pueblos… Se trata de encajes de bolillos para compartir la soberanía. Lo mismo ocurre con los tipos de Estado: autonómico, federal, confederal… Estas dificultades han desembocado en muchas ocasiones en conflictos civiles violentos. Sin embargo, han existido procesos de unificación nacional o movimientos de independencia que todavía son celebrados en todas las partes del mundo.
Desde un punto de vista ético, el modelo participativo quizás sea el más racional y el que más virtudes posee. La autodeterminación política sirve para crear sociedades más libres. En el siglo XXI el nacionalismo debería desarrollarse siempre dentro de las coordenadas del federalismo y el respeto de los derechos fundamentales. Se puede alcanzar un alto grado de autodeterminación compartiendo soberanía. Y en ningún momento la nación puede estar por encima de los derechos básicos.