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Un trauma que va para largo. Escribo desde el dolor y el duelo. Es el sentir general de una ciudad y una población que ha sufrido un trauma difícil de digerir. Sirva esto como disclaimer y también como punto de partida. A veces, cuando todo es incomprensible, más sentido tiene intentar comprenderlo todo.
Cuidado con la romantización del “solo el pueblo salva al pueblo”. Está muy bien disponer de redes de apoyo mutuo y solidaridad vecinal, y es muy emocionante ver una oleada de personas concienciadas saliendo motu proprio a ayudar a sus vecinos y vecinas, no lo dudo, pero conviene señalar que las instituciones, las fuerzas de seguridad, los hospitales, los recursos de salvamento… todo eso también es pueblo. Nos los hemos proporcionado a nosotras mismas. Son las herramientas que nos damos entre todos y todas para protegernos, necesarias a la hora de intervenir en casos de estas características. No podemos obviar los recursos del Estado, nos guste más o menos, porque de alguna manera tenemos que organizarnos para superar esta catástrofe.
El valor de conocer nuestra historia. La Comunidad Valenciana es una tierra históricamente catastrófica, una zona de alto riesgo por sus peculiaridades geológicas. La terreta es tan apasionante y cautivadora como frágil. Desde que hay datos, se han contado 25 riadas. Para que os hagáis, una idea, el desbordamiento del río Turia en el 1957 causó unos trescientos fallecidos y aún hoy se recuerda como un enorme trauma. No demasiado después, se produjo la pantanada de Tous, una inundación debido a la rotura de la presa de Tous en 1982 que acabó con 40 vidas humanas. Mal que nos pese, es probable que el DANA termine superando estos antecedentes en cuanto a número de víctimas. La fragilidad de estas tierras exige trabajar hoy para no lamentar mañana. La prevención como camino más sensato. Y eso requiere mirada a largo plazo, inversión y madurez política. Una quimera en el panorama actual.
Una clase política que le da la espalda a la ciencia. Es una vergüenza ver cómo hay responsables políticos que contradicen, niegan o ignoran la ciencia. Uno ve cómo en el mundo mandan dirigentes que sienten que Dios los ha colocado ahí (como los radicales jefazos de Israel), que cuestionan décadas de evolución científica (Donald Trump y su caterva magufa), que apelan a un concepto abstracto como la nación como entidad reparadora (Abascal y sus neonazis folclóricos) o que cuestionan a la AEMET (como el inefable Feijóo), y no puede sino echarse a temblar. En un futuro, una sociedad civilizada mirará hacia atrás y se reirá de las atrocidades de nuestra época. La más obvia: que somos una sociedad que, aún teniendo acceso al conocimiento, lo niega.
Una obviedad: los recortes matan. La ausencia de recursos para afrontar situaciones límite, los que finalmente dan respuesta inmediata a catástrofes de esta índole, causan muertos y ahondan en la herida colectiva. Nos lo señaló la Covid-19, nos lo señalan los incendios cada verano, nos lo vuelve a recordar este drama. Cuando pagamos impuestos es para pagar seguridad, para comprar de alguna manera nuestras vidas, para que estos sucesos se puedan prevenir, detectar y responder a tiempo. Por eso es importante no sucumbir ante el discurso individualista de los evasores de impuestos, influencers andorranos y CEOs de las Big Tech, por eso no nos vale lo de “esto es una jungla y cada uno que se busque la vida”. Porque ni es una jungla ni nuestra vida está más protegida sin el apoyo y la solidaridad de la gente.
La fragilidad de nuestras vidas. La evolución de la sociedad en unas pocas décadas ha ido construyendo una infundada sensación de invulnerabilidad, que nos ha conducido también a un falso axioma: como tenemos una cantidad de avances científicos y tecnológicos sin parangón en la historia de la humanidad, nada puede con nosotras. Y no es así: la Covid-19, las riadas y el cambio climático, entre otros, nos advierten de la realidad. Somos muchos más insignificantes, banales, fútiles y fugaces de lo que creemos.
La importancia de saber qué es lo importante. Que el capitalismo gobiernas nuestras vidas es tan obvio como que el sol vuelve cada mañana. Decía Fedric Jameson que era “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. La imagen de gente aferradas a sus coches para no perderlos por la riada y perdiendo al final sus vidas, nos lo confirma. La imagen de repartidores que siguieron en sus puestos de trabajo durante el temporal aún a costa de arriesgarse a perderlo todo, nos lo refrenda. Hay todo un engranaje propagandístico, dirigido por gente apoltronada en sus privilegios, que nos hace creer que lo importante es producir, cuando sabemos que lo verdaderamente importante es querer y ser queridos, respirar la naturaleza, mirar el mar, sentir el tacto del viento, comer, dormir o besarnos. Nada de eso lo valora esa maquinaria inclemente que nos tritura la vida, incluso los días de riada.
Una oportunidad política. El tiempo, tremendo invento sabandija, ha querido que confluyan tres situaciones relevantes en términos de movilización política en España. La crisis de la vivienda, de la que ya hablé aquí, las consecuencias del caso Errejón y la vergonzosa normalización de la violencia contra las mujeres, y la protección del Estado ante catástrofes imprevistas. Este clima enrarecido, como precedente a un cambio sociopolítico de calado, conviene vehicularlo para que la ciudadanía mejore colectivamente y tuerza el brazo a los poderes fácticos. Es importante saber canalizar la rabia, traducirla en derechos conquistados.
Los bulos y el cuñadismo, otra vez. A veces, el imperio de la emoción nos lleva a convertirnos en altavoces de ideas que están muy bien para la barra del bar, pero que en la vida pública aportan bien poco. Por ejemplo, que el gobiernos nos controla con el sistema de alertas, que hay que ver con rechazar las ayudas de Francia o que todos los políticos son iguales. Es normal que nos vengan ideas similares fruto del desconcierto, poco contrastadas, pues los voceros de turno intentan sacar rédito difundiendo su política de puro y carajillo. Cuando una idea te salpique de caspa, ignórala.
Y sentir, que no estamos muertos. Platero y tú remataba con este verso de “Al cantar” una oda a la música y al simple hecho de estar vivos. Y la verdad es esa, que tenemos la suerte que no han tenido otras personas, y que podemos seguir contando nuestras vidas. Con todo el dolor y el respeto a cuestas, tendremos que seguir haciéndolo.
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