Permítanme el desahogo de esta queja mía, entre la indignación, la incredulidad y la tristeza, ante la monumental farsa a la que se ha llegado con lo que se viene llamando “flamenco”, sobre todo en estos últimos años. Pues lo que era un arte peculiar, genuino y distinguible, individual y universalmente expresivo al mismo tiempo, lo que era un arte pleno de vanguardia artística se ha convertido mayormente en mímica coreográfica y argumental, meramente tramoya, oropel y hueca algarabía, falso, decadente, engañador.
Lo que hoy se denomina “flamenco” ha dejado así de ser un arte reconocible, evidente y palpable para convertirse en un producto insulso, arrancado de la cultura y de la geografía que lo produjo y envuelto y revuelto para el consumo dislocado, listo para engrasar la maquinaria de la industria preferente del turismo. Toda una aberración. Se han negado, arrinconado y, en la práctica, ignorado las bases artísticas esenciales de una música ilustre y única por incomparable. Así, hoy día, lo que se viene llamando “flamenco” se ha desvinculado casi completamente de sus fuentes originarias y de su dimensión creativa, apoyándose o directamente bebiendo en otras fuentes diferentes, en otras músicas muy dispares e incluso alejadas de nuestro entorno más próximo, como el jazz o el rock u otras. Hoy el apellido de “flamenco” se le pone casi a cualquier actividad, sea a la moda, a una obra teatral, a un bar…, hasta ya existe hoy un sindicato de trabajadores del flamenco que lleva ese adjetivo. Y el colmo es que hay también hasta “embajadores flamencos”…
Un despropósito ridículo del Ayuntamiento de Jerez, que irresponsable y neciamente promociona este exterminio cultural. Pudiera ser comercialmente ganancioso, que conste que no estoy juzgando los resultados económicos que renta esta farsa del “flamenco” y de este atropello del más elemental sentido común, los cuales, para muchos, sin duda, pudieran calificarse como espléndidos, mas no hablo de rentabilidad económica, pues no soy economista ni tampoco concejal de hacienda, pero el resultado estético es inconsistente y absurdo, sin relieve formal, anecdótico, decadente y zafio, porque está mal cimentado sobre retazos o fragmentos de otras músicas y de otras manifestaciones expresivas, degradándolas de este modo a todas. Toda una caricatura sin fundamento.
Lo que hoy se considera y se aplaude como “flamenco” ha perdido su vinculación con la tradición musical en la que teóricamente se debiera de inscribir, desde donde nace y desde donde se desarrolla, la del cante gitano. Hasta los años ochenta del pasado siglo, esta tradición artística se venía reinterpretando con mayor o menor fortuna por unos o por otros, pero nunca sin rechazar de plano sus bases musicales esenciales. Hoy, sin embargo, no se sabe bien qué es el flamenco, apenas, si acaso, un amasijo informe sin carácter ni personalidad definida: cualquier cosa se etiqueta con ese apodo. Todo vale.
Hoy “flamenco” puede ser incluso cualquiera que así se proclame o cualquier música que así se proclame, sea de donde sea y se actúe como se actúe en un escenario o incluso fuera de él
En suma, los criterios puramente mercantiles (lo que hoy se llama “flamenco” está catalogado como una “industria turística”) han sustituido a los culturales o a los estéticos. Con esa etiqueta de “flamenco” se vende algo que ya no responde a ninguna tradición musical y pretende responder a todas. Insisto en que no estoy juzgando los resultados económicos, sino que el “flamenco” se caracteriza hoy por la ocurrencia del profesional de turno y por la incoherencia y la discordancia, mayormente. Se han pervertido sus estructuras musicales fundamentales y sus formas en nombre de la rentabilidad comercial y de la afluencia de público, como único objetivo, exclusivamente. Ya me dirán ustedes si siendo este el único criterio válido todo lo que se cobija bajo esta formulismo tiene la consistencia mínima que merezca esa etiqueta. No lo creo. De siempre, el cante ha sido un arte en evolución y así debe de ser, pues como cualquier otro arte está sujeto al proceso que va de la tradición a la creatividad y también al revés.
Sin embargo hoy lo que se viene llamando “flamenco” reniega continuamente de sí mismo. Curiosa manera de desenvolverse. Hoy “flamenco” puede ser incluso cualquiera que así se proclame o cualquier música que así se proclame, sea de donde sea y se actúe como se actúe en un escenario o incluso fuera de él: un espectador, un escritor, un profesor, cualquiera que pone una escuela de baile o un periodista… Cualquiera y de cualquier latitud. Baste con que se afirme como “flamenco”. Por cierto, también es un pájaro. Está claro que hemos alcanzado el máximo nivel de indefinición del término “flamenco”. Por tanto, cuando las diferentes administraciones dicen proteger o salvaguardar o promocionar el “flamenco”, ¿qué están haciendo?, ¿qué protegen? Y, ¿qué promocionan?