Ya no son tiempos de Capra; son tiempos de Lanthimos

Qué bello es vivir es una película que Frank Capra estrenó en el año 1946. Una obra que surge de los escombros de una guerra —la más terrible guerra que el ser humano haya presenciado— como si fuese un clavo ardiendo. Un clavo ardiendo de esperanza para agarrarnos a él y seguir adelante después de tanta destrucción. Hoy toda esperanza ha desaparecido

Foto busto

Poeta y filólogo

Pequeñas flaquezas prenavideñas. Una imagen de 'Qué bello es vivir', de Capra. Ya no son tiempos de Capra; son tiempos de Lanthimos.
Pequeñas flaquezas prenavideñas. Una imagen de 'Qué bello es vivir', de Capra. Ya no son tiempos de Capra; son tiempos de Lanthimos.

Últimamente, entre ley y ley, he estado dándole un repaso a los grandes hitos de la historia del cine. Clásicos que me había perdido entre la marabunta de novedades que aparecen en las plataformas, obras maestras que todo el mundo había visto menos yo. He disfrutado con maravillas como El apartamento, de Billy Wilder, Vértigo, de Hitchcock y un largo etcétera en el que se han colado magníficos ejemplares también de cine reciente como Call me by your name, de Luca Guadagnino.

Sin embargo, si me tengo que decantar por una de todas ellas, y aunque le sigue muy de cerca El apartamento, me veo en la obligación de decir: Qué bello es vivir. Qué maravilla de película. Qué obra maestra concibió Frank Capra, con ese final apoteósico como una traca interminable de bondad, belleza y fe en el ser humano. Con esta película Capra te da ganas de vivir. Te hace creer que otro mundo es posible, aunque no sea posible.

Esa es la magia del gran cine clásico: encontrar en la pantalla un reflejo de la realidad, pero perfeccionado. Un espejo en el que mirarnos, deseando que nos trague para formar parte de ese mundo idílico. Esa magia que cautivó a tantos, y que sigue haciéndolo a día de hoy, me temo que la hemos perdido en el cine actual. Antes teníamos El apartamento o Qué bello es vivir, con esa explosión de felicidad, ese destello luminoso que nos baña en su luz y nos rejuvenece; porque nos limpia la mirada, permitiéndonos ver lo que en verdad importa: la bondad, la solidaridad, la familia… En definitiva, abonar y cuidar tu pedazo de terreno, el que te haya tocado, y hacer de él un paraíso. Hacer una revolución con pequeños gestos, de tal forma que, si no hubieras nacido, la vida de los que te rodean habría sido más desdichada. 

Antes teníamos eso; en cambio, en los últimos años, el tipo de cine que adoramos es otro. Diría que los antecedentes más claros están en directores como Coppola, con El Padrino a la cabeza, o Scorsese, con Taxi Driver, por ejemplo. Siguiendo sus pasos, se han ido sucediendo filmes que se han convertido en referentes de los noventa y los dos mil como El club de la lucha, Pulp Fiction o American Psycho. Y si nos acercamos más al presente, pensando en series, sus descendientes más claros son Los Soprano, True detective, Breaking Bad, Juego de Tronos... Y en cuanto a películas, destacan cintas como Parásitos o Joker, y triunfan directores como Lanthimos. ¿Que qué une a toda esta ristra de obras que acabo de mencionar, tan aparentemente dispares? Pues que todas ellas ponen el foco en la podredumbre de la sociedad, es decir, del ser humano. Ponen la cámara en la basura más profunda, aquella que anida en los más oculto de nuestras entrañas. Una basura que, al formar parte de nuestro fuero más interno, de nuestra misma esencia, es irrenunciable. Y si es irrenunciable, eso solo significa una cosa: que no hay esperanza, que no hay posibilidad de cambio. Ni de soñar con él siquiera. Eso nos dice este cine. 

Qué bello es vivir es una película que Frank Capra estrenó en el año 1946. Una obra que surge de los escombros de una guerra —la más terrible guerra que el ser humano haya presenciado— como si fuese un clavo ardiendo. Un clavo ardiendo de esperanza para agarrarnos a él y seguir adelante después de tanta destrucción. Hoy toda esperanza ha desaparecido. Todo proyecto de futuro, todo horizonte, como sociedad, como seres humanos, se ha desvanecido por completo. Nuestra sociedad se ha muerto de desidia, de inacción, de esa calma chicha que nos ha llenado de hastío y de odio al prójimo. Tanto es así que parece que hemos hecho nuestra esa frase famosa del Joker de Christopher Nolan: “Hay gente que solo quiere ver el mundo arder”. Parece que nos gusta ver el mundo así en una pantalla: en llamas. No es tiempo de Capra, es tiempo de Lanthimos, de Von Trier, de Kaurismaki o del Joker. ¿Qué satisfacción encontramos viendo eso?, ¿qué placer encontramos en esas llamas? ¿Qué se nos ha roto dentro? 

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