Este fin de semana acepté trabajar como extra en una película con tal de ganar algo de dinero. En el autobús de vuelta desde el rodaje se dio la siguiente situación. Vimos un camión que aparentemente había sido parado por la Guardia Civil, aunque lo más probable es que se tratase de una escolta y que simplemente habían parado.
Entonces fue cuando el señor que tenía delante en el bus dijo algo como: “Ahí, que le multen por no ir a la huelga.” Aquella interpretación de la ley y la justicia me llamó mucho la atención, así que le respondí que eso no funcionaba de aquella manera. La réplica que recibí desde la ignorancia fue un discurso de clases casi perfecto.
El problema estaba en que para empezar fallaba el contexto y que también incluía un ataque gratuito a los sindicatos.
Cada vez que salgo de mi círculo cercano intento entablar este tipo de conversaciones, ya que es la mejor aproximación que voy a tener de lo que piensa realmente la gente de a pie. Lo contrario sería engañarse y es un fallo muy común en política, creer que todo el mundo piensa como los que te rodean, que normalmente tienen una ideología parecida y un nivel de formación similar. El único modo de acercarse al votante medio y ver lo que piensa es salir de tu círculo y esperar a que salga el tema naturalmente y sin descubrir tus cartas. De esta forma, al final también se ve hasta que punto cala la propaganda y los bulos de la ultraderecha, que en parte se ve favorecida por el estilo catastrofista que impera ahora mismo en la televisión.
Si hay que analizar la situación económicamente, hay que hacerlo con perspectiva. Las marchas lentas son muy llamativas y parece que todos los camioneros están en huelga, sobre todo cuando tardan más de media hora en pasar por la puerta de tu casa pitando, pero siempre hay que atender a los términos relativos. De 168.929 camioneros registrados, se estima que en el auge de las protestas el seguimiento era casi del 49% y que actualmente la participación está por debajo del 8%. Si realmente el sector trabaja con pérdidas, la participación no hubiera disminuido tanto los últimos días de no ser por el compromiso y buena voluntad del Gobierno en las medidas propuestas.
La subvención de 20 céntimos por litro de los cuales 5 son asumidos por las petroleras parece adecuada, y es que poco más se puede hacer, no se puede olvidar de que el libre mercado es el que es y que está influido por un panorama internacional complicado. Se plantean además otros 450 millones en ayudas directas, ofreciendo 1.250 euros por camión. Con todo son ya 1.000 millones de euros en ayudas, el doble de lo que se planteaba la semana pasada. También hay que recordar que además los transportistas hacen uso de distintas cooperativas que les permite un acceso más barato a los combustibles y que aparte pueden deducirse el IVA soportado. Con todo, el precio por litro es inferior al 1,40€ que se exige.
Otra cuestión es que por pérdidas se entienda reducción del margen de beneficios que recibe el empresario. Sin embargo, se trata de terreno pantanoso, ya que el 51,55% (87.000) son autónomos, aunque habría que matizar que muchos son falsos autónomos que trabajan para un único cliente. En cualquier caso, la lógica aplastante es que para evitar pérdidas o recuperar un margen aceptable es que suba el precio de los portes. Puede que la huelga funcione además para presionar a las grandes superficies comerciales, que son lo suficientemente fuertes como para imponer sus precios y condiciones. Luego estaría el tema de si estas aceptan de buena gana reducir su margen de beneficios o repercuten este nuevo coste vía precios a sus clientes favoreciendo una escalada de la inflación.
En la situación en la que vivimos, que es fácilmente identificable como un shock de oferta, cabe esperar tanto una escalada de precios como una reducción de la renta y riqueza del país. La última vez que se vivió algo así fue en 1973 cuando los países árabes se negaron a exportar petróleo a quienes apoyaron a Israel en la guerra del Yom Kipur. Fijar un precio máximo solo sirvió para agravar el problema de desabastecimiento. Irremediablemente vamos a vivir momentos difíciles que se podrán atajar pero que tampoco va a ser cómodo. Ante esto, es importante no caer en el envenenamiento de quien en vez de proponer medidas reales solo pide la dimisión de la ministra de transportes. Solo se pretende desestabilizar al gobierno y en su maniobra populista robarán el discurso de lucha de clases si hace falta.
En su intento de adueñarse de esta protesta no tienen reparo en hacerse fotos subidos a camiones. Aunque puede ser simplemente que todavía no se hayan quitado de la cabeza aquella canción de Loquillo con Alaska.