Aun cuando quedan todavía bastantes días para que se dé por finalizada la temporada oficial de Zambombas en Jerez, permítanme esta reflexión en torno a una tradición conformada en fiesta, que desde el 9 de diciembre de 2015 está recogida en el catálogo de Bienes de Interés Cultural de Andalucía, desde el 9 de marzo de 2021 está considerada como Fiesta de Interés Turístico y que, como siga por esta senda, va a acabar por convertirse en todo lo contrario de lo que se pretende proteger.
Algunos estáis pensando que acaba de aparecer el agorero de siempre, el grinch que lo único que sabe es vaticinar el fin del mundo y que al final nunca pasa nada. Pero visto lo acontecido los últimos años y, sobre todo, este Puente de la Inmaculada en el que estamos inmersos, no son pocos los que ya piensan si la C de las siglas BIC hacen más alusión a la palabra comercial que a cultural. Y no es de extrañar.
¿Se imaginan ustedes ir a la Feria del Queso Payoyo en la Sierra de Cádiz y que se encuentren ustedes cualquier cosa menos el producto denominación de origen? ¿Qué pasaría si fuéramos a Barbate, Conil o Zahara y en su Feria del Atún nos ofrecieran cualquier cosa menos oro rojo de almadraba? ¿Y si fuéramos a Grazalema y en vez de la fiesta que celebran de bandoleros encontráramos con una feria con sevillanas y casetas? ¿Qué dirían ustedes si fueran a Cádiz en Carnaval y lo que hubiera por las calles fueran rondas de tunas? ¿Se imaginan una Feria del Caballo donde en vez de grupos de rumbas, sevillanas y flamenco hubiese chirigotas, coros, comparsas y cuartetos?
Pues dirían lo mismo que diría todo el mundo: Que les han dado coba. Ni más ni menos. Y en Jerez, desafortunadamente, llevan dando coba algunos años, denominando como Zambomba a cualquier cosa. Y lo que es peor. No hay visos de que se vaya a poner remedio. El asunto está llegando hasta tal punto, que muchos están empezando a ver la ciudad durante el mes de diciembre como el Magaluf de la Navidad o el Mojacar del Villancico.
Desde que hace unos años se hizo un programa-agenda oficial por parte municipal, donde se le daba cabida en plan café para todos a quien decía que iba a celebrarla, sin importar ningún tipo de criterio o condicionante, la zambombificación comenzó a ser imparable.
Aquel programa agenda abría una veda que hoy en día sigue sin tener regulación, más allá de un bando que permite “poner más barras en la calle” y, en la gran mayoría de los casos, la única intención no es otra que enmascarar un interés puramente comercial y mercantil. Todo lo contrario al sentido de una fiesta que, precisamente, lo que se fomentaba en sus orígenes era todo lo contrario.
Además, a lo anterior hay que sumarle la tipología de grupos que se contratan para amenizar estas pseudo-zambombas, que ni siquiera tienen la decencia de hacer sonar el instrumento protagonista de la fiesta, porque en la mayoría de los casos ni está ni se le espera.
No son pocas las veces que habrán podido comprobar ustedes mismos que, bajo el amparo de un cartel que dice en letras enormes eso de Zambomba, en vez de un coro cantando villancicos, se han tropezado con un recital de rumbas y adaptaciones musicales que, eso sí, han tenido como prólogo una o dos letras navideñas para cubrir el expediente.
Aquellas Zambombas, cuyos orígenes servían para combatir las necesidades, a base de compartir en reunión lo que había en las alacenas de muchas casas, en la actualidad está viéndose ultrajada por quienes no tienen más intención de llenarse los bolsillos a base de vender algo que poco o nada tiene que ver con la realidad.
Por cierto, si se encuentran una fiesta por las calles de nuestra ciudad, donde se esté cantando a coro, donde todo el que quiera pueda participar, donde haya una zambomba que sea la que marque el ritmo y el compás, donde las manos sirvan más para tocar las palmas que para sujetar un vaso ancho, donde se disfrute del cancionero popular y, sobre todo, donde no haya altavoces ni micros, disfrútelo todo lo que pueda porque habrá encontrado un trébol de cuatro hojas de esos de los que ya quedan pocos.
Esperemos que a quien corresponda, dentro del Ayuntamiento de Jerez, establezca más pronto que tarde unos requisitos mínimos bajos los cuales se ampare esta celebración navideña, antes de que la Junta de Andalucía se piense si la sigue considerando como un bien a proteger en el futuro o sigue teniendo interés como fiesta.