Arcos inspira. Por algo la llaman la villa de los poetas, esa que cautivó a Azorín y a la Generación del 27. Este pueblo blanqueado en el que nacieron tantos grandes poetas como Antonio y Carlos Murciano, José y Jesús de las Cuevas, Antonio Hernández y Julio Mariscal, que hacía las veces de cicerone para sus colegas por las callejuelas serpenteantes y las empinadas cuestas, cuenta con un casco histórico declarado Conjunto Monumental Histórico-Artístico en 1962. "Blanca maravilla del tiempo con la luz", evocaba el poeta, "de la ermita del Romeral al barrio bajo de San Francisco, nos lleva calle del Molino abajo, donde, como escribió Aleixandre, "la piedra toda es claridad" [1]. Solo pasear por las callejas del casco viejo arcense ya es un puro placer que hay que disfrutar al menos una vez en la vida.
La plazuela de Boticas o la plaza del Cananeo son dos paradas imprescindibles. Y por supuesto, la plaza del Cabildo, desmantelada casi al completo en 1812 antes de marcharse el Ejército francés, ha sido siempre el centro de la vida arcense: en ella se adiestraron soldados y jinetes, jugaron los nobles, se lidiaron toros, se celebraron Autos Sacramentales, se establecieron mercados mañaneros, veladas de la patrona... Allí tiene lugar cada año el increíble Belén viviente de Arcos (ciudad cuya Zambomba navideña está considerada junto a la de Jerez como Bien de Interés Cultural) y en esta plaza se encuentra el Parador Nacional de la ciudad arcense, ideal para pernoctar, comer, o tomar un café para experimentar sus maravillosas vistas.
Con presencia humana desde la Edad del Bronce, la cal protagoniza la que llaman la puerta de entrada a la ruta de los pueblos blancos de la Sierra de Cádiz. "Arcos de la Frontera el pueblo arriba el río abajo. En la peña vieja, nueva lagarto. El perro azul de su río echado a los pies del amo", escribía Gloria Fuertes. Con pasado romano y musulmán, reconquistada por los cristianos bajo la espada de Alfonso X el Sabio en 1253, la antigua Arx-Arcis (fortaleza en la altura) se eleva imponente sobre una peña cortada con un tajo a 150 metros de altura del río Guadalete.
Desde sus numerosos miradores es posible obtener algunas de las mejores y más impresionantes panorámicas de la provincia de Cádiz. Dentro del casco antiguo se encuentran los más emblemáticos: el de la plaza del Cabildo —donde la vista alcanza la Sierra de la Sal y Medina Sidonia, conocido popularmente como el balcón del coño (hasta en Google Maps figura así), porque todo el que se asoma exclama algo tan vulgar como: ¡coño, qué alto está esto!—; el mirador de San Agustín —el más alto—; el de Abades —desde el que se ve el lago de Arcos—; y el mirador de la Peña Vieja. También hay muchos miradores fuera del casco antiguo y todos ofrecen postales increíbles que ofrecen toda la belleza que rodea a la localidad gaditana.
Desde la calle Corredera se llega a los arbotantes del callejón de las Monjas, bellos arcos de Arcos, que dan paso a la plaza del Cabildo, donde aparte del mencionado mirador, se encuentra uno de los grandes tesoros patrimoniales del pueblo: la Basílica Menor de Santa María de la Asunción. Declarada Monumento Nacional en 1931, de origen mudejar y datada entre los siglos XIV y XV, funde estilos como el plateresco, el gótico tardío y el barroco, en una impresionante construcción sobre la que gravita este pueblo de altura. Aunque todo en su interior es digno de admirar, se recomienda el retablo mayor renacentista, la pintura mural gótica, la momia incorrupta de San Félix, la capilla de las Nieves, que alberga la imagen de la Patrona de Arcos, el exuberante órgano y el coro, considerado como uno de los mejores de Andalucía.
En un edificio inacabado del siglo XVIII que iba a acoger la Casa de los Jesuitas se abre paso el mercado de abastos de Arcos, y mientras se camina no dejan de asomar edificaciones con muchos siglos a cuestas. Como la Iglesia de San Pedro —edificio del siglo XVI, fue colegiata en el Siglo XIV y se asienta sobre los restos de una fortaleza hispanomusulmana, posiblemente de época almohade—, la Iglesia de San Francisco, el convento hospital de San Juan de Dios, la capilla de la Misericordia —construida en 1490 sobre una sinagoga—, y la Iglesia de San Miguel, que fue antigua fortaleza musulmana sobre una colina hasta mediados del siglo XV que se convirtió en ermita bajo la advocación de San Miguel, Patrón de la bella localidad serrana.
Quizás para hacer un alto en el camino ante tanta maravilla haya que pasar por La Cárcel. Aquí el que entra, sale, pero acaba regresando. Eso defiende la familia Saborido, que puso en marcha un negocio de platos complejos y asequibles con productos de aquí. Ubicado en pleno centro, recibe su nombre por el antiguo cuartel: "Mi padre empezó con café a los guardias y bocadillos a los presos", aseguraban hace poco en un reportaje en lavozdelsur.es los propietarios del mítico establecimiento. La Taberna Jóvenes Flamencos, el gastrobar El Retablo, o El Aljibe, son otras buenas opciones para adentrarse en la rica y variada gastronomía de una tierra que sabe bien. La alboronía, los potajes de acelgas o el ajo molinero son algunas de las recetas típicas de Arcos que conviene no dejar de probar.
La Torre del Secreto, el Adarve de Levante, las Torres de Flanqueo del sur, el gran Aljibe del Patio de Armas y los Merlones de Cobertura Piramidal... son algunos de los rincones del Castillo Ducal de Arcos, que puede visitarse bajo reservas aquí. También tiene mucho interés la visita al Palacio del Mayorazgo. Del siglo XVII, es actualmente sede de la Delegación Municipal de Cultura, y en su parte baja se sitúa la Pinacoteca Municipal y el Jardín Andalusí.
En este Palacio también hay dos salas dedicadas al Romance de la Molinera y El Corregidor, una leyenda que surgió en Arcos y que, aparte de denunciar los abusos de los nobles sobre los campesinos (campesina en este caso), sirvió de base en el siglo XIX a El sombrero de Tres Picos, del escritor realista Pedro Antonio de Alarcón; y algo más tarde, en pleno siglo pasado, al famoso ballet del mismo nombre compuesto por Manuel de Falla: El sombrero de Tres Picos (ballet) y la obra de teatro La Molinera de Arcos, de Alejandro Casona. En estas salas en el Palacio del Mayorazgo se conservan el vestuario original de la película y parte del atrezzo.
Una escapada a Arcos tiene magia. "Vieja peña, pueblo mío, milagro de arquitectura, piedra en vuelo hacia la altura, en vilo sobre el vacío", escribía Antonio Murciano. Arcos, con sus casi 31.000 habitantes, un bello rincón al Sur de Europa, a las puertas de la Sierra de Grazalema, tiene por si fuera poco otros atractivos fuera de su núcleo urbano. En la barriada rural de La Perdiz, Aal suroeste de la localidad, concretamente en el Cerro del Moro, se encuentra Sierra de Aznar, yacimiento arqueológico romano que esconde en sus entrañas un gran tesoro: el agua. También es digno de ver el Puente de San Miguel, que este 2020 ha cumplido su centenario. Un puente de hierro para sortear el paso del río del olvido, como le llamaron los musulmanes, por el municipio arcense. Ya de vuelta al centro histórico, "las callejuelas se enredan en una maraña inextricable; ya suben a lo alto, ya bajan a lo hondo en cuestas por las que podéis rodar rápidamente a cada paso (...) No hay en esta serranía pueblo más pintoresco", dejo escrito Azorín en El Imparcial.
[1] Tejada, José Luis: Gades, op. cita., pp. 172-173, citado en Julio Mariscal Montes. Poesía completa. La Isla de Siltolá. 2014.
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