No es frecuente encontrar en Sevilla lugares como Gallo Rojo. Enraizado en un enjambre de calles entre las plazas de San Juan de la Palma y del Pozo Santo, —en la zona de Las Setas—, se abre este espectacular espacio con ventanales que van del techo al suelo y columnas industriales que evocan, por un momento, a espacios más propios de ciudades como Berlín o Londres. Pero no. Al otro lado de la cristalera un azulejo de la Capilla de la Divina Pastora nos recuerda que estamos en pleno corazón de Sevilla, y esto de entrada hace que sea un lugar único.
Tampoco es frecuente encontrar a personas tan luminosas y hospitalarias como Javier Delgado Gordillo, sevillano de 42 años, y Teresa Cabello García, malagueña de 37, los artífices de este proyecto, una pareja que abrió Gallo Rojo en el año 2015 para ofrecer a la ciudad un punto de encuentro cultural. Esta combinación de modernidad en la forma y tradición en su contexto, mezclado con la cercanía que desprenden sus productos (de hecho, sus cervezas artesanas fomentan el comercio de proximidad), hacen de Gallo Rojo - Factoría de Creación, un lugar que invita a pasar y, sobre todo, a estar. Quizás sea por lo diferente de su construcción o por la disposición del espacio (que remite a un hogareño salón), que el tiempo aquí es para tomárselo con calma, observando la vida que sucede fuera y la que pasa dentro, mientras se disfruta de un buen desayuno o de la música del nuevo piano de cola que llegó hace poco para quedarse. O viendo una de sus exposiciones, o un pequeño concierto, o una charla sobre ciencia. Hasta en la planta alta tienen espacio de coworking.
“Gallo Rojo es un foco de relaciones, de reflexión y de encuentro entre creadores. Por aquí han pasado muchos artistas y gestores, casi toda la gente que está haciendo algo en Sevilla. A veces no somos conscientes de la cantidad de personas que en algún punto de su trayectoria han compartido su tiempo aquí. Esto es como un pueblo”, cuenta Javier asombrado, echando la vista atrás y reflexionando sobre los seis años que llevan trabajando para ser este nexo de unión. “Gallo Rojo es el escaparate de Tertulia, la cooperativa desde la que trabajamos y hacemos otros proyectos relacionados. De todos ellos, este es el más visible y el que ha servido de contenedor cultural para múltiples propuestas. Aquí se han hecho cosas que no hubieran tenido cabida en otro lugar”.
La filosofía de Gallo Rojo es clara: “Creemos en la cultura como herramienta de cambio junto a la educación. Aun falta mucha mediación para que sea transformadora, pero este debe ser el camino a seguir”, afirma Teresa, quien además se dedica al mundo de la educación en arte y cultura.
"Gallo Rojo es un foco de relaciones, de reflexión y de encuentro entre creadores. Por aquí han pasado muchos artistas y gestores, casi toda la gente que está haciendo algo en Sevilla"
Este concepto de espacio no es casual, y es que Teresa y Javier estuvieron buscando un local que respondiera a sus inquietudes durante dos años. Tenían muy claro el discurso estético que querían generar, “algo que tuviera personalidad, un espacio diferente para un proyecto y unas propuestas diferentes”, explica Teresa. Este local tuvo varias vidas antes de ser Gallo Rojo, entre ellas fue tienda de decoración, almacén, sede del bar La viña (ahora en calle Troya) y bodega La obrera en los años 20 del siglo pasado. “Pensamos que tenemos el mejor local del centro. Tiene una idiosincrasia espectacular”, asegura Teresa con la sonrisa ancha de quien sabe que ha conseguido algo muy difícil y anhelado.
Para un lugar tan especial, el nombre no podía ser menos. “En la época que estábamos pensando el nombre no parábamos de escuchar Gallo rojo, gallo negro, la canción de Chicho Sánchez Ferlosio que rescató Sílvia Pérez Cruz en su disco Granada. Estábamos enamorados de esta canción y así decidimos llamar a nuestro proyecto”. Este nombre además tiene otra simbología, y es que Gallo se llamaba la revista que impulsó en Granada Federico García Lorca, que contó con membrete de papelería realizado por Dalí, y cuyo dibujo da la bienvenida en la cristalera de acceso a Gallo Rojo.
La poesía está presente también en las botellas de cerveza que elaboran, y que contienen un poema escrito en ellas. Javier es ingeniero químico de formación, hasta que en 2011 dio el giro: “Siempre me ha gustado la parte de ingenio de la ingeniería. Comencé a investigar y a estudiar, hasta que fundamos Cervezas Abril, nuestra cerveza cultural”. La más famosa de todas ellas quizás sea la Zurda, una imprescindible de la casa y seña de identidad. Para la elaboración de esta cerveza les interesa más lo local y la cercanía que lo ecológico, ya que como dice Teresa, “para qué hacer algo ecológico si tienes que traer la malta de Alemania, teniéndola aquí en Sevilla”. Javier lo tiene claro: “Prefiero los tomates de Los Palacios”.
"La gestión hostelera choca con la gestión cultural. ¿Qué y cómo se programa para no perder a los clientes?"
A pesar de ser un espacio que ha servido para ocupar un importante nicho cultural, Javier y Teresa lamentan que el apoyo institucional no sea más firme: “Si tuviéramos apoyo público la rueda de creación continuaría mejor”. En este sentido, Gallo Rojo fue uno de los pioneros en Sevilla en combinar hostelería con programación cultural, algo que no es nada fácil de gestionar y que Javier, entre bromas, recomienda no hacer. “No puedes pretender financiar la actividad cultural a través de la hostelería. La gente piensa que eso es lo que ofrece rentabilidad, y es muy difícil que después paguen por alguna actividad”, comenta Javier.
“La gestión hostelera choca con la gestión cultural. ¿Qué y cómo se programa para no perder a los clientes? Este complicado equilibrio exige que a la hora de mirar propuestas tengamos que pensar si van a traer a gente que consuma, y eso hace que todo se cubra con la pátina de la monetización. Con apoyo público podríamos trabajar mejor en la cultura, tanto en servir de espacio de difusión como en la producción. Aun con las trabas que supone tener un proyecto interdisciplinar (sobre todo a la hora de pedir ayudas o justificar permisos), sigo peleando a pecho descubierto para mantener esto como espacio cultural”.
Esta diversificación a veces resulta confusa, pero Teresa asegura estar orgullosa de que la gente considere Gallo Rojo un espacio cultural ante todo: “Nosotros tenemos vocación de atender (que no de servir, que viene de siervo), pero sí de atender, de abrir las puertas de nuestra casa. Estamos contentos porque el público que viene es muy cercano y agradable. Tanto, que dejan los servicios muy limpios”, añade entre risas. Pensándolo así, quizás no haya mejor síntoma de que alguien se siente bien en un lugar que el que lo trate como su propia casa. Este encuentro con Teresa y Javier termina como terminan las conversaciones en las casas de los pueblos, con la llegada de un buen amigo que pasa y entra a saludar.
Como escribió Sílvia Pérez Cruz en una dedicatoria para Gallo Rojo: “Valentía y fortaleza”. Que no falte nunca y siga entrando firme a través de sus imponentes ventanales.
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