Unas manos cogen con delicadeza una pasta dulce crujiente y la introducen en el interior de una bolsa. Un matrimonio mira con atención el producto que mima para que esté perfecto antes de meterlo en unas llamativas cajas. Los portuenses José Manuel Ibáñez Castrelo y María del Carmen Herrera Gómez de Requena son expertos en cuidar los detalles de las famosas tejas. Desde una pequeña tienda de la calle Misericordia, preparan los últimos pedidos mientras un grupo de mujeres no pueden seguir su camino sin detenerse frente al coqueto escaparate.
La pareja, que se acoge a la jubilación activa, custodia un dulce que se ha colado entre los imprescindibles de El Puerto. Quién se atreve a marcharse de la ciudad sin llevarse este producto gourmet, símbolo gastronómico desde hace años. “Nos sentimos jóvenes para estar en un despacho, mientras la salud y la mente funcionen”, comentan detrás del mostrador.
Juntos, se disponen a hilvanar los orígenes de este estandarte portuense que nació en la antigua panificadora Gómez de Requena, al cargo de la familia de María del Carmen. En sus ratos libres, José Manuel se metía en el obrador a experimentar. Compaginaba su inquietud con su trabajo en el banco, donde empezó muy joven. Por aquel entonces, los padres de su novia elaboraban el pan en el local contiguo a la tienda, que antes regentaban sus abuelos, y que, en otro siglo, dicen que había sido un mesón.
“En 1995 mi tío me dio un libro de repostería francesa”
“En 1995 mi tío me dio un libro de repostería francesa y empecé a hacer recetas”, comenta el portuense que se topó con una página que le llamó la atención. Se acababa de encontrar con la fórmula de las tejas. “Yo la adapté y empecé a hacer unas cuantas para las cenas entre amigos y, después para el despacho”, explica mientras María del Carmen no para de envolver.
Los fines de semana, cuando libraba en el banco, José Manuel se esmeraba en elaborar esta pasta dulce que había personalizado. Entre recuerdos explica que “era complicado” cogerle el tranquillo. “Era una odisea por el horno, los panaderos trabajaban a 180 grados y yo tenía que hacer la teja a 130. Tenía que bajar la temperatura del horno, le ponía ventiladores y, a veces se me quemaban”, dice al que le dio la vena pastelera por la tradición de su mujer.
“Es una satisfacción haber creado un producto referencia de El Puerto”
Con esfuerzo y dedicación, el portuense acabó consolidando el invento y transformándolo en un producto típico con el que se volcó de lleno cuando se prejubiló con 52 años. “Tenía que hacer alguna actividad” y lo que empezó siendo una afición acabó constituyéndose como un negocio familiar muy popular entre locales y turistas. “Es una satisfacción haber creado un producto referencia de El Puerto”, añade. Para el matrimonio, el secreto de su éxito no es otro que “mucha constancia y muchas horas”.
Al dulce lo bautizó bajo la marca Cien Palacios, en honor a la localidad que lo vio nacer-conocida como la ciudad de los Cien Palacios-, y comenzó a extenderlo. Al cabo del tiempo incluso llegó a ser uno de los sabores estrella de la mítica heladería Da Massimo.
“La porción de cada teja se hace con una cucharilla”
Filas de latas ordenadas-procedentes de Alemania o Francia- con diseños de todo tipo adornan las estanterías de la tienda que despegó en 2006. Cuando la panadería, donde vendían las tejas a granel, echó el cierre, el matrimonio decidió continuar alegrando paladares. Así, se especializó en este producto y el 1 de diciembre de ese año comenzó su andadura. “Aquí había una sastrería y dio la casualidad de que el hombre falleció y el local se quedó vacío”, explican. Estaba cerca de la panadería, muy conocida en el centro, y aprovecharon para alquilarlo.
Con ilusión, José Manuel y María del Carmen eligieron una decoración con estilo parisino y llenaron los recovecos de vitrinas. Lo primero que compraron fue una majestuosa lámpara de cristal y, a partir de ahí, montaron el resto. Según cuentan a lavozdelsur.es, “antes teníamos dos sillas como en los antiguos almacenes de telas, pero con la pandemia las quitamos”.
Desde la pintoresca tienda, los portuenses entregan a los clientes las tejas que se elaboran artesanalmente en una nave del Polígono de Las Salinas. En las instalaciones, sus dos hijos, su yerno y otros empleados se encargan de la producción desde primera hora de la mañana. Toda la familia unida saca adelante este producto que tantos fans acumula. Un equipo que vela por que esta delicia perdure en el tiempo.
En el obrador no existen las máquinas, tan solo dos hornos de piedra tradicionales y el cariño de los artesanos. “La porción de cada teja se hace con una cucharilla. Se echa la porción, se aplasta con la mano y, después, se mete con la pala en el horno”, detalla José Manuel que mantiene la misma receta desde los 90.
Las tejas se conocen en muchos rincones de España, pero no todos los obradores las elaboran igual. “En la mayoría de los sititos las hacen arqueadas, la diferencia está en que esta es almendra fileteada con muy poca harina, para unirla”, dice el portuense. Su mujer muestra una lata con unos moños con cinta de regalo que acaba de dejar lista. En estos años, no solo le prestan atención a la materia prima sino también a la presentación.
El matrimonio también ha logrado que las tejas viajen a muchas ciudades gracias al boca a boca y a los puntos de venta con los que cuenta en Sevilla, Madrid o Bilbao. José Manuel pone la pegatina de la marca al envase que acaba de terminar al mismo tiempo que cuenta cómo vive la acogida del público. “Una señora de Zaragoza se acaba de ir cargada con 12 paquetes. Me ha dicho: -Estuve hace 3 años, las llevé y si vengo no me puedo ir sin las tejas”. Un día una mujer canaria le confesó que “ojalá tuviera una sola maleta para llevarlas”.
Sin duda, las tejas aterrizan en numerosos lugares, desde hoteles donde se ofrece como obsequio a los huéspedes hasta en las bocas de artistas como José Mercé o Falete. Algunos las han echado de menos durante el confinamiento. “Estuvimos dos meses cerrados a cal y canto”, comenta María del Carmen, que valora haber podido saltear los baches. “Gracias a Dios este año ha sido tremendo, mucho turismo, y comen cinco familias del negocio”.
De cara a los próximos meses, los portuenses cuentan que preparan el traslado de la tienda a un local más amplio ubicado en la calle Luna. Su idea es poder traer más cajas y poder decorar las esquinas según la época del año. Trabajadores, atentos y amables, a esta pareja no hay edad que la pare. Justos siguen al pie del cañón conscientes de que “algún día mis hijos se vendrán al despacho y descansaremos”. Pero, tranquilidad, José Manuel y María del Carmen aún tienen muchas latas que llenar.
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