En todas las ciudades hay restaurantes cuyos nombres resuenan en las mentes de sus habitantes. Es el caso del mítico Bar Jamón en El Puerto, un local que ya lleva 65 años abierto. Fue en el año 1955 cuando este negocio familiar se asentó en la calle Capillera, localizada en las entrañas del barrio alto. Allí, José Fernández, gallego de nacimiento, fundó un pequeñísimo bar que llevaba por nombre Joselito El Gallego, en referencia a su persona, después de haber regentado justo enfrente una tasquita clásica durante ocho años.
Pronto este rincón caló en los portuenses, y sobre todo, en sus paladares, ya que desde una barra que ocupaba casi todo el espacio, José ofrecía jamones de Salamanca, que por aquella época no abundaban en las mesas ni en las barras. “Se hizo famoso porque ponía unas lonchas de jamón gigantescas con una lonchita de chorizo encima”, recuerda su hijo, Pepe Fernández, ahora propietario del restaurante que asegura que fue “el respetable público” el que le terminó cambiándole el nombre. “Vamos al bar ese, al del jamón, el bar del jamón, y así nació”.
Por aquel diminuto local pasaron abuelos, padres e hijos que “le tenían mucho cariño”. Sin embargo, en el verano de 1998 los Fernández decidieron abrir otro restaurante en la que hoy se denomina avenida Víctimas del terrorismo. “Aquello se había quedado pequeño y no había aparcamiento, entonces aprovechamos este terreno de mi padre, que antes era puro campo, para poner aquí todo lo que no podíamos hacer en el otro sitio”, explica Pepe sentado en uno de los salones por lo que se lleva desplazando media vida.
Con la intención de cerrar el local del barrio alto, abrieron el actual restaurante, pero su idea se desvaneció cuando los dos bares empezaron a llenarse. “No lo pudimos cerrar hasta que pasó un año, cuando los clientes ya se fueron dando cuenta que esto era lo mismo pero mucho más cómodo”, comenta el propietario.
La esencia de Joselito el Gallego no se perdió. Pepe da fe de ello ya que “todavía seguimos teniendo platos muy típicos de allí como la berza, que tiene mucho éxito”. La cocina clásica, “la de toda la vida”, se luce en los distintos platos que ofrece el Bar Jamón, donde la gastronomía tradicional se lleva por bandera. En su carta, “con un toque de innovación”, predominan los revueltos, los guisos, las carnes de retinto, los ibéricos de bellota o el pescado a la sal. Los comensales pueden degustar corvina fresca, solomillo, almejas a la marinera, puntillitas de la Bahía o rape a la roteña, entre otros.
El restaurante apuesta por una oferta variada donde la estrella son los panes de la casa. Con ellos se elabora la famosa tosta de pan de cortijo con aceite, tomate, ajo y, como no, jamón, que cumple 32 años siendo “el plato más solicitado de todos”, según Pepe, al que le ayudan sus hijos durante el verano. Este manjar también pude acompañarse de carne mechada con huevo a la plancha y jamón, queso y anchoa ahumada, verduras o de bacalao con tomate.
A su vez, el local se ha adaptado a los tiempos e incluye opciones vegetarianas. “Antes no tenía repercusión, pero ya llevamos cinco años con este tipo de comida”, añade Pepe que también alude a los platos para personas con intolerancias. Las láminas de berenjenas con pisto, la ensalada de aguacate y queso o la parrillada de verduras forman la lista de la pizarra que recoge estas sugerencias.
Además de una selección de vinos, riberas, de Extremadura, riojas y los de la tierra de Cádiz, Pepe resalta los postres caseros, que son “inigualables” como la tarta de chocolate, el tocino de cielo o el pionono de yema.
La comida no es el único atractivo de este restaurante con forma de una especie de “cortijillo sevillano” a las afueras del centro. Su amplitud llama la atención al entrar por la puerta principal. Desde su construcción, el espacio cuenta con una terraza, tres comedores para el día a día, dos salones para banquetes y eventos, uno con capacidad para 150 comensales y otro para 280, y un parque infantil, además de un aparcamiento propio.
Cada parte del establecimiento lleva un nombre diferente que aporta un toque especial a la experiencia. Uno de los salones se denomina Joselito, “en honor a mi padre”, otro “Puerto Menesteo, que es como se llamaba antes El Puerto, el de la chimenea se llama Molino Platero porque enfrente había un molino de viento gigantesco, otro Doñana, por la gente que venía del Rocío, y el último Bodega de Lete, por su decorador”, expresa Pepe mientras que los camareros llevan platos de un lado a otro para algunas familias.
El Bar Jamón, además de acoger numerosos salones, es el único sitio de la localidad que tiene un tentadero, donde antiguamente se soltaban muchas vaquillas en comuniones, bodas o bautizos. Las celebraciones familiares siempre han tenido una gran presencia en este rincón desde donde se ve la rotonda de “la bola del mundo” en el que los más pequeños revoloteaban en los toboganes del parque mientras que los mayores armaban jaleo en el albero. Pepe reconoce que “al principio esta placita de toros funcionaba muy bien pero con las trabas de las compañías de seguros ya decidimos dejarlo porque la verdad es que era un riesgo que no compensaba”.
Desde hace cinco años, la plaza que diseñó el jerezano —y muy llorado— José Alfonso Reimóndez López, alias Lete, está destinada a los aperitivos de las bodas, a espectáculos ecuestres y a conciertos de jazz o flamenco.
Este lugar insignia de la hostelería portuense, por el que han pasado rostros conocidos como el periodista Carlos Herrera, el entrenador Luis Aragonés, el ex presidente andaluz Manuel Chaves, “su majestad el Rey, ministros y mucha buena gente” continua en tiempos de pandemia. La crisis sanitaria que provocó su cierre dos meses y medio les llevó a incorporar servicio a domicilio por primera vez, una iniciativa a la que recurrieron otros bares de la ciudad. Para Pepe, “era una forma de estar en contacto con los clientes”.
Al finalizar el estado de alarma, el restaurante optó por dar comida para llevar con recogida en la barra. Pese a las dificultades, Pepe asegura que “está siendo un verano espectacular, había ganas de salir a la calle después de tanto confinamiento y volver a hacer una vida casi normal”.
Según el propietario, el negocio sale adelante porque “afortunadamente tenemos una terraza muy grande que nos permite trabajar con cierta holgura manteniendo unas distancias razonables”, dice desde el lugar que protagoniza las fotos de muchos recuerdos de portuenses.