Pasear por la calle Compañía implica toparse inevitablemente con los parroquianos que van y vienen desde el Bar Brim. A un salto de la plaza de las Flores, este clásico del centro histórico de Cádiz, lleva 65 años sirviendo un solo producto: café.
Tortas de aceite, sobaos y dulces varios aparte, Antonio Díaz Orcero continúa con el sueño de su padre, que decidió dedicarse exclusivamente a servir esta bebida, en horario de mañana y tarde. "Quitó todo y se especializó en café. Solo café. No quería ser uno más. Para él y para el señor de la Atlántida, traían camiones de Café Dromedario desde Santander.", explica a lavozdelsur.es Charo Aragón, esposa de Antonio, y heredera del legado (histórico) de Antonio Díaz padre. "Ella sabe toda la historia, toda, toda", dice Antonio, que perdió a su padre hace ya doce años, cuando este tenía 90.
"Hasta que no murió no dejó de pagar a la Seguridad Social", explica la camarera sobre su suegro. Este montañés de Cabezón de la Sal, nació en 1918 y emigró a Cádiz con tan solo 13 años para trabajar en el Novelty de la plaza de San Juan de Dios junto a su tío Pedro. Tras años lavando vasos y platos, adquiere experiencia de hostelero y asciende hasta encargado. Cuando reúne algo de dinero, aún en plena posguerra, se hace con el antiguo Café Morante de la calle Columela. A los años, cambia el negocio por otro en la calle Compañía: el actual Bar Brim.
"Esto era un bar de tapas, se daba de beber pero también de comer. Él nos contó que hasta vendía helados por la ventana durante el verano", dice Charo, que fecha en 1956 el año en el que su suegro se hizo con el local.
Pero, ¿por qué Brim? Al parecer, el restaurante se llamaba Bar Prim, a causa de la calle donde se encontraba: General Prim. "La calle Compañía se llamaba así en la República. Cuando vino el Movimiento obligaron a cambiarla. El antiguo dueño no tenía dinero para un cartel nuevo y pintó la barriguita en la P. Así pasó de Bar Prim a Bar Brim", cuenta entre risas el propietario.
Tras adquirir la propiedad, su padre decidió eliminar cualquier tipo de aperitivo y dedicarse en exclusividad al café, que tostaba en el mismo sótano del local —ahora sirven Catunambú en grano—. "Aquí abajo", dice señalando el suelo Charo, que ahora lo tiene cerrado al no poderse utilizar.
"El 90 % de la venta es café", reconoce Antonio, que recuerda los tiempos en los que habitualmente se acompañaba de coñac. "Desde que prohibieron consumir alcohol en las obras ya no se pide, pero algún albañil siempre queda. Gracias a Dios se vende menos alcohol", comenta.
Su padre, que falleció en 2008, continuó al frente del negocio hasta semanas antes de diagnosticarle una enfermedad. Acompañado de su ayuda en los últimos tiempos y la de Paco Álvarez —uno de los camareros que estuvo con él durante 50 años—, fue un incansable trabajador, apasionado de un negocio de hostelería con el que buscó diferenciarse del resto. "Con el café no te haces rico, cualquiera no pierde el tiempo en esto. Tiene que haber un material bueno y mucha limpieza", aclara Charo.
Inevitablemente los tiempos han cambiado y poco o nada tiene que ver la ciudad de Cádiz de hoy con la que creció el hostelero. Al público de Cadi, Cadi, devotos del Bar Brim de toda la vida, les acompañan ahora turistas alemanes o italianos, provenientes de los cruceros, en standby desde hace año y medio por el covid.
"Cuento los años para jubilarme", espeta Antonio, que pese a contar y escuchar de su esposa con orgullo la historia familiar, reconoce "no estar apegado a nada material". "Yo estudiaba Bellas Artes, iba para Imaginería, pero había que destacar mucho. Me metí aqui por mi padre y no me importará el día en el que cierre", explica.
El matrimonio, sin hijos, desconoce que sucederá en unos años, cuando ambos cuelguen el uniforme de barista. Por el momento, podremos seguir disfrutando de uno de los cafés mejor tirados de la provincia. El secreto está en las manos de Antonio.
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