Un trocito de Asturias habita en el paseo marítimo de Valdelagrana. Entre las tapas de pescaíto frito se camufla un lugar distinto a los que predominan frente a la Bahía de Cádiz. El sol se cuela por la puerta de un local que lleva al Norte por bandera.
Se llama La terracina asturiana y, como bien indica su nombre, es un restaurante que da a conocer los entresijos de la gastronomía del Principado.
Abrió sus puertas en 2014 cuando a un matrimonio natural de Aller, Asturias, les dio “una locura y casi sin pensarlo” arrancaron en el Sur. Ana María Martín Pardo y Víctor Álvarez Bernardo ya llevan ocho años al frente de este negocio que cobró vida en cuanto la pareja se mudó a El Puerto.
“Teníamos otros negocios arriba, pero no eran restaurante. No conocíamos la zona ni a nadie, solo pasamos una vez de vacaciones, fue aleatorio”, recuerda Ana María junto a un mural de la playa de Gulpiyuri, considerada la más pequeña del mundo, de la que confiesa estar “enamorada”.
Desde entonces, se sumergieron en una aventura de lucha, trabajo y sacrificio que siguen viviendo “con ganas”. A esta la bautizaron entre unos amigos como La terracina asturiana –“que no terraciña, que es gallego”- en honor al diminutivo típico de su tierra.
Cuando comenzaron “nadie conocía lo que era un cachopo”, ese estandarte de su carta que en sus inicios los clientes comían en un local con azulejos andaluces y que ahora reposan en mesas fabricadas con palés por el propio Víctor.
“Cuando abrimos, nadie conocía lo que era un cachopo”
Despacito y con buena letra, los asturianos lograron hacerse un hueco entre los bares de la zona, a los que consideran “compañeros” -en más de una ocasión les saca de algún apuro-.
“Al principio, incluimos en nuestra cocina pescado de aquí, nos informamos, porque en Asturias a las puntillitas les llamamos chopitos y el choco no existe”, comenta Ana María que, además de intentar que los clientes vayan, ella se adapta a ellos. Eso sí, sin perder su esencia, la cocina tradicional y casera que elaboran diariamente con mimo.
Hace unos cinco años las hermanas de la asturiana se sumaron al equipo y en familia continúan en este establecimiento que se metió en el bolsillo a su clientela fija y, cada año, engancha a visitantes y locales que aún no lo han descubierto. “El verano nos costaba mucho, a 40 grados, no estábamos acostumbrados a esos calores detrás de la barra”, dice. Pero, ni las altas temperaturas han impedido a más de uno pedir un buen plato de fabes.
Ana María no puede evitar reírse al recordar a un anciano que pidió este producto a la 22.00 horas. Quién sabe si pudo contraer el sueño aquel día.
"Traemos los productos de Asturias"
Junto a la fabada, la estrella de la casa es el cachopo y el super cachopo, que varían en el relleno y no en el tamaño. Además, su oferta incluye chorizos a la sidra, entrecot de ternera con patatas peladas y cortadas a mano o creps salados rellenos con picadillo asturiano y salsa cabrales.
“Nosotros traemos los productos de Asturias. Sigo comprando en la carnicería de mi pueblo, que tiene ganadería propia y la ternera es de calidad. El 80% de los clientes lo aprecian y notan el sabor”, explica la hostelera que apuesta por su ganadero de confianza.
Su idea es ofrecer platos poco comunes en la zona sin adornos ni fusiones. Comida casera asturiana de toda la vida, recetas que pasan de generación en generación. Poner en valor la cultura gastronómica desde un local que está en constante transformación.
“Casi todos los años, cada noviembre cuando cerramos por vacaciones, hacemos cambios”, señala Ana María mientras saca un plato de albóndigas de ternera con salsa de tomate.
En la terracina, esta familia asturiana se esmera en los fogones y en hacer sentir como en casa a aquellos que la eligen para saciar sus apetitos o descubrir otros sabores del Norte.
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