Las puertas del número 3 de la plaza Silos están abiertas. Es día laborable y en las oficinas Gerardo del Pino Íñiguez acompañado de un simpático perro, atiende a varios compradores, que desean pasar a ver las instalaciones. La cercanía en el trato y la naturalidad es una de las señas de esta bodega jerezana, fundada en 1886. Hoy, reinventada a sí misma, se vale tanto de la tradicional venta a granel, como del embotellado de sus grandes vinos de solera, sin perder tampoco su labor como almacenista de Lustau. Un legado centenario con el que continúan cuatro primos de la familia Del Pino, tres de ellos pasean con lavozdelsur.es entre unos pasillos que albergan 1.070 botas. En una de las naves, Gerardo, gerente y único trabajador de la bodega, saca palo cortado. El misterio que rodea a este jerez, del que se dice que antiguamente estaba reservado para los enólogos y los bodegueros, se desvela aquí. No es un secreto, ni magia, es Cayetano del Pino.
Sus primos José Enrique Otte Del Pino y Santiago del Pino Maldonado, también propietarios, se encuentran con él, que junto a Miguel Ángel Otte del Pino y la rama familiar de los Del Pino Benjumeda, forman la cuarta generación de esta bodega. Por la puerta de entrada a una de las naves de la bodega, una luz asoma iluminando una pequeña mesa sobre la que se sientan. "Estos son nuestros vinos", dice Gerardo, que presume de etiqueta. Su primo José Enrique le ayuda: "Tenemos una colección de hasta 600 etiquetas, el 99% del siglo pasado", recalca. "Hemos querido diferenciarnos y hemos sacado algunas de esos diseños antiguos en nuestras botellas, con todos los requerimientos de hoy".
Gerardo del Pino venenciando una copa en las bodegas Cayetano del Pino. FOTO: MANU GARCÍA.
Fue el bisabuelo de ellos quien fundó esta pequeña pero señera marca. Cayetano del Pino y Vázquez, natural de la localidad cordobesa de La Carlota y vecino de Sevilla desde los once años de edad, llevaba la conocida marca de vinos Antón Pericón. Atraído por el mundo del jerez a la ciudad, en 1886 se asoció con el hijo de un popular banquero sevillano, Manuel de la Calzada, fundando el 19 de noviembre de dicho año en la calle Rosario 16, Cayetano del Pino y Cía. De ahí pasó a la calle Armas de Santiago en 1890, ocupando su actual nave bodeguera, adquirida a Domecq, en 1983.
"A mi bisabuelo ese banquero le engañó, y hubo un pleito que duró muchos años", reconoce José Enrique sobre los orígenes de la marca. Suministrador de la Casa Real, se dice que Alfonso XIII llegó a que el 19 de mayo de 1904, con motivo de la visita del monarca al cercano Tempul, paró en las bodegas a tomar unos jereces. Un acontecimiento del que se hace eco el historiador José Luis Jiménez a través de lo publicado en la revista Mundo Nuevo.
Los tres primos del Pino, conversando entre ellos sobre la historia familiar de la bodega. FOTO: MANU GARCÍA.
"La bodega siempre tuvo mala suerte porque su hijo, nuestro abuelo, Cayetano del Pino Balbontín, murió joven", apostilla. Fue su hermano, Enrique, quien compaginó la herencia familiar bodeguera con el fútbol, siendo portero del Xerez y luego presidente. La marca se vio debilitada por los problemas en la gestión. "Hubo una época en el que en nuestras etiquetas ponía hasta Cayetano du pin o Cayetano do Porto", comenta Gerardo. "Hay que tener en cuenta que en aquel entonces se vendía mucho internacionalmente", añade Santiago, hijo de Cayetano del Pino Bohórquez, de la tercera generación, que falleció en 2016.
Tras unas décadas complicadas, inversiones con la compra de una viña, una nave y una etapa como almacenistas, la bodega estuvo cerrada durante doce años. "No se vendía, ni uva ni vino", añade José Enrique. Santiago apostilla: "En ese desierto en el que no había comercialización teníamos que decidir entre vender barato o no vender, y decidimos no vender, con lo que nuestros vinos ganaron en vejez y calidad". Con mantenimiento pero sin venta al público, los vinos de Cayetano del Pino ganaron un plus que hoy es reconocido. "Un día el enólogo nos aclaró que lo que teníamos no era oloroso sino palo cortado", comenta Gerardo, ya que el proceso de crianza oxidativa partía de una previa biológica, de amontillado y fino, proveniente de una primera prensa. "Es vino de yema, por lo que no es oloroso", explica, sobre una de las joyas de esta bodega, que no vende vinos biológicos.
José Enrique Otte del Pino hablando con sus primos Santiago y Gerardo durante el encuentro con lavozdelsur.es. FOTO: MANU GARCÍA.
Esa crisis del sector, a diferencia de otras bodegas, no le vino mal a la familia del Pino. La huella del tiempo hace acto de presencia en un catavino. A granel, de la primera criadera, pero embotellado su solera y su 1/10. Como almacenistas, nada más y nada menos que palo cortado de solera para Lustau, y amontillado para rociar otro de los más grandes de esa casa, el Botaina. Sobre el jerez, los primos coinciden en que el horizonte es bueno pero también en que podría ser mejor. "¿Cómo puede valer un jerez con 25 o 30 años tan barato? Si fuera un vino francés costaría 400 euros", lamenta José Enrique que pese a ello, reconoce que hoy se están exigiendo mejores vinos. Santiago, por su parte, cree que además se están fomentando entre la gente joven.
"Al fin y al cabo lo que sucedió en Jerez parte de aquella lucha entre las bodegas por bajar los precios", dice en referencia a la crisis del sector en los años 80 y 90, mientras degusta un palo cortado recién sacado de la bota. "Jerez era rico, esto se lo tomaba una señora inglesa a precio de oro". Ahora, sin embargo, es al revés. Cayetano del Pino alberga un oro líquido a un precio casi al alcance de todos. Una realidad sobre la que, de de cualquier forma y pese a no vivir de ello, la familia está orgullosa. "Esperamos continuidad".
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