Dicen que una persona no es de El Puerto si no se ha montado en El Vaporcito o no se ha comido una buena pavía en Casa Paco Ceballos. Pero tampoco lo es si en sus recuerdos no guarda algún que otro desayuno en El Cafetín, uno de los establecimientos tradicionales de la ciudad donde empezar el día con energía zampando “una de churros” o “media con aceite y jamón”. Este local histórico lleva nada más y nada menos que 80 años al pie del cañón.
Fue en 1941 cuando el montañés Ángel Sordo Díaz decidió mudarse desde Cantabria hasta el sur para seguir el camino de sus hermanos, notables hosteleros de la localidad, y montar su primer negocio. “Nuestro abuelo era familiar de los montañeses que habían fundado otros bares conocidos como el bar Santa María o Los Pepes”, cuenta Miguel Ángel Sordo, de 54 años, sentado en una mesa de la terraza.
Junto a su madre, Feliciana Díaz, de 81 años, y a su hermano Óscar, de 50, se disponen a contar la historia de sus vidas en este local que, en sus inicios, se llamaba Café Moderno, “pero los clientes le llamaban El Cafetín, el Cafetín, el cafetín”. La montañesa explica que fueron las familias que frecuentaban el lugar quienes le pusieron este nombre tan característico. Un apodo que le venía al pelo ya que, en aquella época, “el abuelo nada más que tenía café, café y café”.
“El abuelo nada más que tenía café, café y café”
Al comienzo, en los 50, las mujeres no entraban en los bares, pero se buscaban sus trucos. “Había por detrás un cuartito donde las señoras a las que les gustaba tomar una copita, se la tomaban”, cuenta Feliciana que entró en el negocio en 1967 junto a su marido Maximino Sordo, ya portuense, segunda generación de la saga. “Este es mi padre con 16 años”, dice Miguel Ángel señalando una foto antigua, en sepia, en la que se observa una barra típica de las de antaño.
La familia va hilvanando la evolución de la que es su casa entre fechas y vivencias. Feliciana se acuerda con detalle de cómo era La Placilla. “No sabéis lo mucho que ha cambiado esto”, suspira. Señala cada rincón de la calle recreando la escena que solía presenciar cuando trabajaba en la cafetería. “Estaba llena de puestos, la gente del campo venía a vender la verdura. En la esquina vendían platos y losas y de aquí para allá, vendían juguetes”, comenta. Por entonces, la gente acostumbraba a comprar su papelón de churros en unos de los quioscos ambulantes y tomar el café en El Cafetín, hasta que el matrimonio le dio un giro al negocio y empezó a venderlos en el interior.
Las tapas que habían introducido quedaron en un segundo plano en cuanto, en 1975, ofrecieron este alimento popular que aún no había aterrizado en la ciudad. “En ningún bar los tenían. Mi padre era amigo del dueño de La Ponderosa -otro clásico- y se pusieron de acuerdo para iniciar la actividad de vender churros dentro del local”, explica el hermano mayor. Así, se convirtieron en pioneros. “Los pusieron los dos el mismo día”, apunta Feliciana tirando de su admirable memoria.
Este novedoso producto le “dio vida” al establecimiento en años de crisis, y aunque la comida- y el consomé- se fue perdiendo, se transformó en una cafetería de desayunos con horario readaptado que trajo tiempos de gloria a la familia. Tostadas, molletes y el chocolate eran y siguen siendo las estrellas. “Compramos el cacao puro y, a través de una fórmula maestra de mi madre hacemos el chocolate casero”, comenta Miguel Ángel mirándola de reojo. “Ella todavía sigue de vez en cuando dándole a la pala”, dice. La veterana sonríe bajo la mascarilla.
“Compramos el cacao puro y, a través de una fórmula maestra de mi madre hacemos el chocolate casero”
Cuando Óscar, Miguel Ángel y José Alberto, otro de los hermanos, crecieron, se metieron de aprendices a ayudar. “Pasábamos los veranos trabajando, cuando nos daban las vacaciones”, recuerdan los actuales dueños, que vivían en la vivienda de arriba. A la familia le viene a la mente una anécdota de aquellos tiempos. “Le compramos un interfono a mi padre para que llamara cuando había que echar una mano. El peor regalo que le hicimos, a las 8 de la mañana estaba aquello sonando y nos peleábamos para ver quién era el afortunado en bajar primero”, ríen al unísono.
Tras el fallecimiento de Maximino en 2005, muy querido en la ciudad, Feliciana tomó las riendas hasta que se jubiló en 2013. El Cafetín lloró su pérdida y clausuró durante tres años hasta que los hermanos Miguel Ángel y Óscar tomaron la decisión de revivir la mítica cafetería con unos aires más modernos. “Lo reabrimos por tema sentimental. Mi padre entró aquí con 10 años y se murió aquí con las botas puestas. Es un sitio de tradición en El Puerto y nos daba pena que se perdiese”, cuenta Óscar.
El establecimiento se sometió a una gran reforma en la que recuperaron la piedra original y le dieron un diseño nuevo. Según explican, “era bastante novedoso cuando lo pusimos, pero hoy en día muchos bares se han revestido de madera”. A la nueva aventura se sumó Alexis Skipis, actual encargado del local que tiene encantada a los Sordo. “Hasta habla inglés”, dice Feliciana risueña.
Las paredes de El Cafetín reflejan su historia en fotografías en blanco y negro de diversas etapas que evocan a otras décadas en las que la palabra “pandemia” aún no estaba a la orden del día. Desque que llegó la crisis, la cafetería ha sufrido sus altibajos. Echan de menos las festividades, fechas en las que las mesas rebosaban y la alegría se respiraba al pasar. “Los viernes santo el bar abría a las 5 de la mañana y a esa hora ya había gente gritando: abre, abre, abre”, expresa Miguel Ángel.
Nada queda de eso. Las ayudas gubernamentales no llegaron nunca y el horario quedó reducido. “Se notó mucho”, dicen. Sin embargo, el verano llega fuer con buenas sensaciones. Según Óscar, “este mes de julio es el mejor que hemos visto desde que abrimos en 2016 con diferencia”. Con la esperanza de que “todo se normalice” y que el centro deje de estar “muy deprimido, hay ciertos horarios en los que no pasa nadie”, la tercera generación –“con el café al mismo precio que hace 20 años”- no se rinde. Están orgullosos de su plantilla tanto como lo está su clientela fiel, esa que no falla y felicita la labor de “Maxi el de El Cafetín”. Un señor que lleva viniendo desde hace 40 años se acerca. “Si tu padre levantara la cabeza estaría satisfecho”.