En un local de apenas 33 metros cuadrados con “una barra muy pequeñita y una terraza muy grande”, Jesús Manuel Chorro Vidal, con 26 años recién cumplidos se hizo cargo del negocio que su padre había comprado, allá por el año 1996. “Con mi mujer, que entonces era mi novia, abrimos con ilusión y ganas, pero sin saber la repercusión que iba a tener”, dice el portuense de 51 años que estaba preparándose las oposiciones para funcionario de prisiones.
Paso a paso, Jesús sacó adelante uno de los bares más míticos de la ciudad. El Chovi, cuyo nombre alude al compuesto de sus apellidos “cho- de Chorro y vi- de Vidal, está a punto de cumplir 25 años ofreciendo cocina andaluza a distintas generaciones.
Pero antes de asentarse en su ubicación actual, en la calle Tórtola, el bar resistía a unos 100 metros, en el mismo barrio. “Y la casualidad de que el primer verano empecé a hacer clientela con desayunos y meriendas”, comenta Jesús que más tarde se atrevió con las tapas. “Allí inventamos el chovito con pechuga de pollo, pimiento y jamón dentro y está empanado con patatas fritas. Le gustó mucho a la gente”, dice el propietario que también le dio cabida a “las pechuguitas de pollo con bechamel” elaboradas por su suegra, “eso fue un pelotazo”, recuerda.
Cinco años y medio después el portuense se trasladó al local de 300 metros y dos plantas que empezó su andadura el 17 de agosto de 2001. “Aquí había una tienda y yo venía a comprar cuando me faltaban cosas, pero vi el cartel de: Se vende, y por lo visto María, la dueña, se iba a jubilar”, explica el que tardó medio mes en adquirir el espacio, “la verdad que fue un triunfo”.
“Aquí había una tienda y yo venía a comprar cuando me faltaban cosas"
Jesús, sentado en una de las mesas del establecimiento cuenta como durante seis meses, ambos estuvieron abiertos a la vez hasta que la clientela fue frecuentando el nuevo local. Mucho más amplio, con terraza, zona de cervecería, salones y una barra de trece metros, El Chovi mantuvo toda la esencia de sus inicios e incluso “la zona del fondo, de la barra se parece mucho al bar pequeñito, muy gracioso”.
En la pared, unos azulejos albergan el logo que Jesús quiso para su negocio, al que llama “el combi” porque representa “el aceite, el vinagre y la sal, yo mi mujer y mi hija, y cuando nació el pequeñito puse la pimienta”, explica el portuense que dedica la imagen a su familia.
Fotografías de recuerdos de El Puerto y pintura de colores adornan el interior. En las mesas, con gran separación entre ellas, varios comensales degustan los platos tradicionales que caracterizan la carta. Montaditos, pinchitos, carne al toro, pescaítos, según el dueño, en total hay casi más de 100 tapas, “mucha variedad, hay carnes ibéricas tanto a la plancha como guisadas, también hay pollo, entrecot, hamburguesas de buey, sobre todo lo ibérico es lo último nuevo que hemos puesto y la verdad que está funcionando bastante bien”. Jesús destaca la carrillada ibérica “que está exquisita, no hace falta ni cuchillo, se desmenuza”.
Otras de sus especialidades son el lomo de atún, a la plancha, el atún encebollado o el chicharrón de atún, y el pimiento del piquillo relleno de carne con bechamel por encima. Pez espada, o calamares, “lo mismo te vendo el plato que te hago una tapa, por ejemplo, el solomillo de retinto se va cortando según quiera el cliente”, dice mientras repasa la larga lista de opciones que a raíz de la pandemia plasmó en la pared con letras grandes.
El coronavirus no solo le ha quitado las cartas de las mesas sino también las celebraciones. A lo largo de los años, en el salón de la planta superior se han reunido cientos de familias y amigos para disfrutar de un buen rato. Bodas, bautizos, el día de Reyes, “también muchas despedidas de policías y de guardia civiles”, añade Jesús que desde el primer momento quiso cambiar la catalogación en el epígrafe “para que me dejaran hacer esas cosas”.
“Lo mismo te vendo el plato que te hago una tapa, se va cortando según quiera el cliente”
Por su mente pasan momentos agradables que quedan lejos en un tiempo raro marcado por la limitación de los eventos como los que ha albergado El Chovi. “Son muchos menos, pero hacer hemos hecho de todo”, asegura el portuense que menciona cuando la empresa de animación infantil Gesto, se reunía en el salón “en su local no tenían sitio y muchas veces se venían por las tardes, venían vestidos de payasos”, comenta.
Los recovecos de El Chovi también han sido punto de encuentro para los magos. La Sociedad gaditana de ilusionismo lo adoptó como sede durante cinco años y hasta el mismísimo Juan Tamariz hacía sus trucos allí y se tomaba “un piquislabis” después de las clases de magia. A Jesús se le escapa una carcajada al recordar las despedidas de solteros, y sobre todo de solteras, que también se han organizado en el salón. “Un día me metieron un boy, me dice el camarero: -quillo que ha entrado un boy y va para arriba, y yo pensaba: -ya me la han liado, ya no les puedo decir que no”, relata el propietario con tantas anécdotas que contar.
Todo eso se ha acabado, pero, aunque las celebraciones se hayan esfumado, el negocio ha podido continuar a flote “ahora hay reservas, gracias a Dios sí se está manteniendo, pero el problema es que son seis personas por mesa, y si vienen doce, tengo que poner dos mesas de seis con la separación de por medio”, añade. Hay que adaptarse a las circunstancias, y Jesús cumple a rajatabla las recomendaciones a las que intenta estar atento. El hostelero reconoce que los cambios de última hora le tienen mareado, pero, para él, la peor crisis fue la del 2008.
“Ahí sí que pegamos un bajonazo todos, menos mal que los fines de semana eran buenos, pero entre semana había que pasarlo”, dice recuperando vivencias del pasado. “La gente ya no venía con la misma asiduidad, el que se gastaba 30 euros, ese ya no venía y el que se gastaba 50 ese venía, pero se gastaba 20”, sostiene el propietario agradeciendo el haber tenido cerca el calor de su familia. “Mis padres y mis dos hermanas siempre me han apoyado en todo, estamos abiertos gracias a ellos”, dice viajando a aquellos tiempos en los que para aprovechar al máximo los recursos del bar, “el pez espada lo cortaba en partes, y de dos sacaba seis tapas”.
Desde sus comienzos en la hostelería, Jesús puso su empeño por “que la gente esté contenta, y se sienta lo más a gusto posible”. Y así lleva un cuarto de siglo, atendiendo a la que “más que clientela es más amiga en sí”, dice el portuense que se dirige a la barra para seguir con su faena poniéndole al mal tiempo buena cara.