A principios del presente mes de julio volvía a abrir sus puertas el Vizcaíno, todo un clásico de Sevilla y más concretamente de la calle Feria que, desde hace años, atrae por igual a vecinos del barrio y a curiosos que llegan desde distintas partes del mundo. Ubicado a la altura de la Plaza de Montesión, su fama siempre ha ido ligada a la forma de tirar la cerveza. La importancia del Vizcaíno radica en que es de los pocos sitios que se ha convertido en turístico que mantiene intacta su clientela habitual. En este caso, la gentrificación que sufrieron los fieles de otros bares del centro (sobre todo antes del estado de alarma) por la cual se vieron desplazados por cientos de turistas, no se ha producido, y se contemplan a diario estampas de extranjeros compartiendo barra con lo más granado de la calle Feria o la Macarena.
Realmente, el bar en sí no es nada espectacular. No hablamos de uno de esos pintorescos lugares en Sevilla ataviados con fotos o bustos de vírgenes por las paredes, ni siquiera se escucha música de Semana Santa y huele a incienso al estilo La Fresquita, a pesar de encontrarse en uno de los corazones cofrades de la capital andaluza. Se trata de un establecimiento bastante sencillo, con total protagonismo para la barra, con una ubicación privilegiada, tanto por la plaza en la que se encuentra, que constantemente tiene el mérito de poner hasta arriba, como por su cercanía al centro más turístico, que es de tan solo 5 minutos.
fachada de Casa Vizcaíno en la calle feria de Sevilla. FOTO: MANU GARCÍA“Desde 1936 llevamos abiertos, aunque algunos dicen que es desde el 34, pero no hay constancia documentada de ello. Antes, en los años 20, era una tienda de tejidos”, cuenta Curro, uno de los camareros que no paran de salir y entrar desde la calle con vasos de cañas. Insiste en que “la gracia” del lugar es la forma de tirar esa cerveza fría que para el sevillano “es un lujo”. “Aparte de la cerveza, el otro atractivo del bar es el vermut, que es casero y lo acompañamos de su rodaja de limón y, si el cliente quiere, con un poco de sifón. Y por supuesto, sus altramuces y sus aceitunas que no falten”. Pero lo que se consume, al igual que el tipo de cliente, va cambiando con los años. “Hace muchos años se tiraba más del vino tinto, que se bebía en el vasito con su agua de sed, que le decían al sifón. Y la cerveza, que siempre ha sido popular”.
Un local que lleva tantos años abierto y en una zona tan popular y particular de la ciudad hispalense no sería nada sin su cliente habitual, el cual imaginamos que ha cambiado con los años, aunque hay zonas de Sevilla en las que el tiempo parece detenido en aquellos cafés cantantes de la calle Sierpes, y el Vizcaíno a determinadas horas pudiera ser uno de ellos, pero sin los flamencos cantando y bailando. “Con los años el tipo de cliente ha pasado a ser de un abanico muy amplio. El sitio es ya tan famoso que viene desde gente de la televisión, a vecinos del barrio que son médicos o hasta el que está en paro y viene a tomarse su cervecita”. Pero Curro reconoce que el turismo en los últimos años ha sido muy importante. “Este tiempo hemos tenido mucho madrileño, mucho inglés, italianos… ha cambiado. Aunque nuestros parroquianos siguen ahí y siempre están con nosotros”.
Caja en el Vizcaíno de Sevilla. FOTO: MANU GARCÍAPero un bar y más en Andalucía es difícilmente comprensible sin su tapeo, aunque en este caso y por extraño que parezca, sirven desde no hace mucho tiempo. “Aquí tradicionalmente el tapeo solo se ponía en Semana Santa, que se hacían montaditos y se ponían chacinas”. Ahora se han reinventado, ese concepto tan de moda sobre todo cuando a alguien le va mal a partir de los 40, y sirven más comida, tapas típicas que casi puedes llevarte una denuncia si tienes un bar en Sevilla y no las pones. “Ahora también tenemos tapas de mojama, el bacalao crudo salado, las huevas de maruca y el mejillón al natural”. Tapas tan sevillanas que están enfocadas al sevillano, porque reconoce que el turista “viene cortito de comer, más que nada lo que hacen es beber”, una afirmación que no causa gran sorpresa a los que vivimos en el centro de la ciudad y tenemos balcones que dan a la calle. “Si piden de comer los guiris, les aconsejamos la mojama o el mejillón al natural, porque el bacalao suele ser fuerte para ellos”.
Viendo la puerta a casi las 4 de la tarde con 40 grados, parece que la clientela ha vuelto a responder tras el confinamiento, aunque seguro que esos guiris que Curro nombraba llegan ahora con cuentagotas. “El cliente de siempre está, el problema es el aforo. Muchos se tienen que ir cuando estamos completos”. Esas limitaciones hacen que ahora sea menos frecuente ver la plaza de Montesión, donde se ubica, llena de gente con un vaso de caña en la mano, una fotografía que hasta primeros de marzo de este año, se estaba convirtiendo en todo en clásico de la calle Feria. “Nos han limitado a 20 personas dentro y la gente en las mesitas altas de fuera. Nosotros no hemos notado que haya bajado, los clientes siguen siendo fieles y están aquí todos los días”.
Interior de Casa Vizcaíno, Sevilla. FOTO: MANU GARCÍAUna de las batallas que Sevilla — a veces Andalucía— lleva librando contra el resto del país, es su cerveza por antonomasia, la Cruzcampo, que es rechazada habitualmente en muchas partes de España con la misma efusividad que los sevillanos la veneran. “Aquí siempre se ha tirado Cruzcampo, está totalmente prohibido poner otra cerveza, nos pegan los parroquianos. Es un pecado mortal meter aquí otra cosa”. A Curro le da igual que fuera de Andalucía no esté bien vista. “Estamos en Andalucía, estamos en Sevilla, y esto es el templo de la Cruzcampo. Aquí la quitamos y el virus no nos ha hecho daño con lo que nos pueden hacer si la quitamos nosotros de aquí”. Pero no solo cerveza se sirve en el Vizcaíno, ya que también trabajan muy a menudo con vino y vermut. “Nosotros traemos el vino y el vermut de la parte del condado, de Huelva. De más lejos de allí no traemos nada”.
Por el tipo de local que es el Vizcaíno y por el barrio en el que se encuentra, llama la atención su nula vinculación al flamenco. “Pocas veces se ha cantado aquí flamenco. Alguna que otra vez, pero pocas, porque permitir una palma, incitaba al que estaba al lado, y este a otro… y al final terminaba esto siendo un tablao”, relata Curro mientras me quedo con las ganas de decirle que todavía tendría más encanto si fuese, precisamente, un tablao. “Esa no era la misión del bar, en muchas tabernas sí se cantaba porque se juntaban los flamencos, pero aquí no. Lo cual no quiere decir que no se le haya permitido a algún cliente hacer sus pinitos cantando, pero no mucho para evitar que el personal se viniera arriba”. Y menciona que la zona ya tenía suficientes locales de flamenco y fiesta tanto en la Alameda de Hércules, a tan solo un minuto andando, como en la misma plaza, donde había salas de fiesta a las que llegaban “muchos señoritos en coche de caballo”.
Cuenta con tiza en la barra en el Vizcaíno de Sevilla. FOTO: MANU GARCÍAAunque la zona ha perdido esa relación con el flamenco, sí la mantiene ineludiblemente con la pasión que más adentro llevan los hispalenses, por encima de la rivalidad Betis-Sevilla o incluso de la Feria de Abril: la Semana Santa. “Aunque la calle Feria ya no está en la Macarena, estamos muy hermanados”. Y menciona que pese a la cercanía de la Hermandad de Montesión, cuya capilla se encuentra a escasos metros, lo que más se ve por el Vizcaíno son macarenos. “Hay que tener en cuenta que la Hermandad de la Macarena es bastante más amplia y tenemos muy buena relación con ellos, en realidad con todas las del barrio, que hay bastantes”.
Curro pone en valor el respeto del barrio, precisamente, debido a que su jefe tiene una serie de normas como cumplir restrictivamente los horarios, lo cual valoran muy positivamente los vecinos. Eso, unido a una clientela muy de a pie, que no da lugar a escándalos, parecen ser el secreto para que un pequeño local que sirve pocas tapas y está lleno casi siempre, sobreviva desde hace 84 años y lo siga haciendo como uno de los referentes tradicionales del centro.
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