En la tranquila calle Compañía de María de Jerez, ajetreo solo hay a primera y última hora de la mañana, cuando los alumnos y alumnas del colegio homónimo entran y salen del centro. De hecho, no son muchos los jerezanos que en este lugar de paso hubieran imaginado un lugar como Las Garrafas. Sebastián Vega del Ojo, sí.
"Se me ocurrió abrirlo, se lo dije a mi padre: creo que aquí pega un tabanco", recuerda su propietario, que ayudó a su padre —también Sebastián Vega—, quien lo montó con sus propias manos. “El local era de mi abuelo, lo compró hace por lo menos 60 años. Cuando falleció, mi padre no sabía si venderlo. Las paredes estaban enfoscadas, se estaba cayendo, picamos y descubrimos la piedra”, explica mientras señala las paredes y el techo, con vigas artesanadas. La reforma, que costó “un dineral”, se extendió durante diez años. Hoy, la intrahistoria del local no deja indiferente a ninguno de sus parroquianos.
“Aquí mi abuelo hacía vino de Jerez”, comenta mientras muestra una botella de fino Pedro Jesús, bajo el nombre de Sebastián Vega Calero y la advertencia, en la propia etiqueta, de no estar acogido por la D.O. “Era otra época. Hemos conservado el 90% de las cosas que tenía, desde las damajuanas —garrafas—, hasta las herramientas y fotografías antiguas”, explica. Casi a modo de museo de Jerez y la provincia, el tabanco Las Garrafas alberga varios rincones singulares, entre botellas y etiquetas de vino. "Arriba tenemos el rincon portuense. La barra es original de la bodega Terry", dice. Sebastián, que nació en Jerez, ha vivido desde los ocho años en El Puerto de Santa María, donde su padre se mudó por motivos laborales hace ya casi medio siglo.
El local, que terminó de arreglarse hace cuatro años, llegó a ser almacén, taller de bicicletas y hasta dependencia de una funeraria. "Hace poco un cliente me dijo que trabajó aquí con las bicicletas", ríe el propietario. Tras las obras terminadas por su padre, el tabanco fue alquilado a un tercero con éxito hasta que, lamentablemente, la pandemia cambió nuestras vidas. Sebastián, que trabajaba en aquel momento en una plataforma sobre el Mar Báltico decidió volver a España y tomar el testigo.
"En Alemania lo gané bien, pero estaba muy cansado. Vi la oportunidad y me vine”, recuerda. Este operario de subcontrata, que empezó en la Bazán de San Fernando y los astilleros de Navantia en Puerto Real, cogió el subsidio de desempleo y personalizó el tabanco a su gusto. “Lo arreglé poco a poco con el paro. ¿Ves estas sillas? No quería que fueran como las de todos sitios, rojas y verdes. Las compré de segunda mano y las pinté yo”, explica a lavozdelsur.es. En uno de los laterales del local, hay un pequeño patio interior con geranios y hasta un limonero. “Me encantan las plantas, este patio se utilizaba poco y le hemos querido dar más uso”, añade.
Tapas caseras, carta de vinos y espacio cultural para exposiciones
Sebastián, que no oculta su afición por el rock, quiere convertir Las Garrafas en algo más que un tabanco convencional. Además de exposiciones —este mes de Paco del Ojo—, música de todo tipo —escuchamos a Triana y Van Halen mientras se desarrolla la entrevista—, ha ofrecido el espacio superior gratuitamente para dar clases de pintura o jugar al ajedrez. "Más allá del típico toque jerezano, hay que diferenciarse un poco", dice.
En la carta del local, vemos una amplia oferta de cervezas y vinos, así como tapas caseras que adquiere a una cocinera jerezana. "Las albóndigas (con cogollos) están espectaculares", indica. Los fines de semana hace lo propio con algunos platos de la zona, como la berza jerezana. Pese a llevar solo unos meses abierto —12 de agosto—, Las Garrafas ya es destino de jóvenes y mayores de la zona y de todo Jerez.
Al ser preguntado por su adaptación laboral a este nuevo entorno, alejado de buques, soldadores y agua salada, Sebastián lo tiene claro: "Hombre, me daba un poquito de cosa el trato al público. Pero me dije: con las cosas que he hecho en los astilleros, ¿cómo no voy a ser capaz de llevar un bar?". Acto seguido, da con la clave: “Tratar a la gente como me gustaría que me trataran a mí”. Es el secreto de cualquier tabanco.
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