El “aire” de José Mercé entra por la puerta de un tabanco histórico del barrio de San Miguel. Los farolillos, el cante flamenco y un olor a vino que impregna los rincones del local revelan esa mezcla de taberna y despacho que caracteriza al tabanco San Pablo. Allí donde se rinde homenaje a las copas y suspiran las botas, se alza un santuario del mundo del toro repleto de carteles con solera. Sus paredes han sido testigo de las parejas que se conocieron y de los hijos que tuvieron, historia social jerezana que retumba entre sevillanas.
Detrás de una gran barra de madera, el jerezano Jesús Muñoz Nieves, de 49 años, no para quieto. Lleva sirviendo a las familias desde que, en 1990, con apenas 18 años, se puso al frente del negocio junto a su hermano Juan Manuel. Aunque él recuerda estar fregando vasos en el tabanco desde los 11 años. “Él estaba aquí mientras estudiaba y después, continuó como maestro en Sanlúcar y yo dejé mis estudios y me quedé aquí, pero viene los fines de semana a ayudar”, cuenta aludiendo al que considera su “mano derecha”.
Con ellos se encuentra Pablo Muñoz, su sobrino de 30 años que ya lleva 9 recorriendo el tabanco de un lado a otro atendiendo a curiosos, turistas y clientes de toda la vida. “Ha bebido de la fuente de la juventud”, bromea su tío con un gesto cariñoso. El joven es la cuarta generación que pisa el establecimiento. Rostro de una tradición familiar que perdura en el tiempo desde que en 1934 el Tío Manuel comenzara su andadura. “Le tocó la lotería y con 6.000 pesetas montó la barra, las botas y alquiló el local”, explica Jesús a punto de hilvanar sus orígenes.
“Le tocó la lotería y con 6.000 pesetas montó la barra”
El tabanco abrió sus puertas como punto de venta de vinos a granel en una época donde “la sociedad era un poco de aquella manera”, señala el jerezano. Las mujeres no entraban en estos locales que contaban con una pequeña ventana por la que ellas compraban. “Muchas mujeres venían y decían: -Dámelo fresquito que es para el guiso. Pero lo querían frío para bebérselo directamente”. Jesús asegura que el Tío Manuel no tenía ningún problema con las mujeres y tenía una amiga francesa “pintora y muy bohemia” que, como no podía pagarle las copas de vino, le regaló un cuadro. “Desde entonces ahí está”, dice señalando un vetusto dibujo de un caballo en una playa colgado entre carteles.
Manuel era un personaje en el buen sentido de la palabra y con mayúsculas. “Era otra historia”, comenta el jerezano sumergiéndose en un mar de anécdotas que configuran el peculiar carácter que tenía el fundador, siempre sentado en un banco junto a la puerta. “Le decían: - Manuel, ponme una copita, y respondía: - Espera que venga otro que yo para una no me levanto”. Algunos que lo conocían ya tenían sus trucos. “Mi suegro le decía: - Ponme dos copitas que viene un compañero para acá. Se tomaba la suya y al rato le contaba que el hombre no iba a venir”, relata Jesús sin parar de reír.
Los clientes antiguos le han contado miles de vivencias protagonizadas por este curioso jerezano que “tenía sus manías” y no dejaba a nadie indiferente. Lo mismo le decía al padre de un niño que cantaba “a rabiar de bien” que lo llevase al Villamarta que “aquí no va a cantar”, que le quitaba media botella a una familia y le daba dinero para otra “porque me voy con unos amigos a los toros, a Sevilla, y voy a cerrar ya el bar”. Jesús podría estar toda la mañana hablando de las peripecias del Tío Manuel que en 1978 dejó un legado.
Tras su muerte, el tabanco pasó a manos de Atanasio Muñoz El Nene, sobrino del primer dueño y padre de Jesús. “Él ya había regentado el bar Sherry junto a la antigua estación de autobuses, toda mi familia es de bares y tabancos”, añade el actual propietario. Fue hace 31 años cuando con orgullo siguió la saga familiar con la ayuda de su hermano. Y desde entonces ha palpado las alegrías y penas que se han vivido en el centro de Jerez.
Cuando se iniciaron las obras del aparcamiento de la plaza del Arenal, el tabanco San Pablo sufrió las consecuencias. “Pasamos unos tres años de mucho apuro, a la gente le costó mucho venir al centro. Además, se dejó de beber vino, venía muy poco público, la juventud se fue al botellón y se perdió todo, el vino de Jerez estaba muerto”, expresa Jesús que ahora observa un mayor interés por parte de los jóvenes, “tienen más ganas de aprender”.
Las botas contienen una gran variedad de vinos a granel de las bodegas de Real Tesoro -antes Valdespino. El fino, el amontillado o el palo cortado “de lo mejorcito”, se unen a la morenita, una opción muy demandada entre el público femenino que consiste en una mezcla de oloroso y moscatel. Un surtido representativo de la pureza jerezana a sorbos.
“Durante un tiempo fue el único tabanco antiguo de Jerez que se mantuvo abierto”
Los vinos volvieron a tener su sitio, a florecer, pese a la caída de muchos tabancos. “Durante un tiempo fue el único antiguo de Jerez que se mantuvo abierto, hasta que empezó a haber una sintonía junto a Plateros y El Pasaje”, sostiene Jesús que, por aquel entonces, consideró que la única forma de reflotar el local era agarrarse a la cocina casera.
A base de tapas frías, chicharrones, queso o papas aliñadas el negocio renació. A Jesús se le ocurrió regalar todos los domingos ajo campero que fue todo un éxito. “Me llevé un año dándolo gratis y al año siguiente empecé a cobrarlo y a meter montaditos, gracias a Dios empezamos a ver la luz. Cambió mucho la película”, dice.
Este rincón con encanto ha evolucionado en las últimas décadas, pero nunca ha perdido esa esencia que embelesó a la productora de El verano que vivimos dirigida por Carlos Sedes y protagonizada por Javier Rey y Blanca Suárez, entre otros. El tabanco se convirtió durante unas 6 horas en escenario para el rodaje de esta obra audiovisual, llegando así a saltar a la gran pantalla.
“A Blanca Suarez la atiendo aquí y le pongo 60 copas de vino, toma desde aquí, toma desde allí, toma trasera, toma frontal, al final se me ve media cara”, cuenta el jerezano recreando la escena con mucho arte. Su aparición generó expectación entre los fieles a este tabanco en el que ya se habían grabado cortometrajes, videoclips y programas de televisión. “Hemos salido hasta en una de las revistas más importantes de Japón, impresionante”, comenta tratando de recordar el nombre de la cabecera.
En sus mesas también han bebido vino una larga lista de artistas, algunos visibles en las fotografías del espacio. Paco Cepero, Camarón de la Isla, Antonio Recio, Manuel González Gordon y marqués de Bonanza y otros personajes reconocidos. Jesús recorre los recovecos del tabanco, narradores de su historia –“fuimos campeones en concursos de caracoles y ahí estoy con el torero Rafael de Paula”–hasta detenerse en un cuadro en el que se observa a un hombre apoyado en la barra. Posa su dedo en la fotografía deteriorada por el paso del tiempo. “Aquí está el Tío Manuel”.
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