“Muchos me dijeron que era una locura abrir un bar en una calle de meaos. Pero aquí estoy, el más feliz del mundo”, comparte Manolo Corchado Hermoso, el propietario del bar La Callejuela. Anclado, como su propio nombre indica, en una callejuela, Álvar López, que conecta la plaza Plateros con Eguilaz, abre en 1997 con un enfoque especial y hogareño. Y es que Manuel y su esposa Carmen González deciden reformar el salón y comedor de su domicilio para convertirlo en lo que hoy es su negocio. Este bar, decorado como si fuera una casa de la Sierra, es popular en Jerez por su calendario “anormal”.
Hasta su propio dueño lo define así, pero es que Manolo tiene una filosofía distinta a la de los demás hosteleros. Para él “las utopías son para hacerlas realidad” y expresa que en el sector servicios la salida más digna es la autosuficiencia. Lleva trabajando en este mundo desde los 13 años, piensa que casi 50 después, puede tomarse el privilegio de tener algunas excentricidades, como cerrar el bar durante Semana Santa o cuando se celebran las populares Zambombas, cuando precisamente más clientes potenciales hay en el centro.
“Las utopías son para hacerlas realidad”
Manolo Corchado está a las puertas de la jubilación y cuenta los días para que llegue. Ha trabajado en la hostelería desde que era un adolescente. En 1969 comienza limpiando vasos en el bar San Francisco, de plaza Esteve, por pura necesidad. Comparte que cuando su padre fallece en un accidente de camión con tan solo 38 años no le queda otra que dedicarse a su familia por ser el hermano mayor. Se emociona.
En cuanto recuerda esos duros inicios, ese fatídico accidente, se lleva las manos a los ojos. Confiesa que es muy visceral, que para él es muy duro evocar esas imágenes porque a día de hoy solo sale de su casa para acudir a funerales. Minutos después recupera un poco el habla, abre los ojos y sigue relatando su infancia y su forzosa madurez. El dueño del bar La Callejuela cuenta que aprende poco a poco a manejarse en un bar gracias a su puesto de camarero en el bar San Francisco, todo un “autodidacta”.
“En aquella época, el San Francisco era lo mejor que había junto con el Hotel Jerez y Los Cisnes. Hace 46 años era un buen bar, de prestigio en la ciudad”, comenta. Pero diez años después lo despiden por “hablar malamente de los compañeros”. “Eso es lo que ponía oficialmente en mi carta de despido, pero realmente me echan por ser sindicalmente molesto”. No obstante, dice que es el mayor favor que le han hecho en su vida, ya que Manolo no quería ser un trabajador más, sino tener su propio negocio.
Años más tarde su primo Juanma abre en 1983 el bar Almenillas, en calle Francos, establecimiento en el que trabaja hasta que traspasan el negocio y pasa a llamarse el Tragaluz (a día de hoy tampoco existe). De allí a la plaza San Marcos, donde abre un café-bar llamado Blanco y Negro. “Estuve más de 13 años dirigiéndolo, pero no aguantaba trabajar hasta tan tarde, quería vivir más y pasar tiempo con mi mujer y mis hijos. Por eso lo alquilo en 1998 y me aventuro a abrir un nuevo negocio en mi casa”.
El matrimonio tiene dos hijos, Manolito y Nuria. Él “tiene mucha guasa al principio, pero luego es muy cariñoso”, señala Manolo sobre el temperamento de su hijo. “Yo decidí montar este bar porque tenía ya la clientela del Blanco y Negro. Me traje la gente de allí, a mi grupo de espeleología y a los cofrades de San Marcos”, añade. Se alegra de haber tomado esa “loca” decisión de abrir en una calle sin apenas tránsito. Ahora trabaja con ilusión y dosifica más el trabajo como él siempre quiso. Manolito entra por la puerta a eso de la una. Sorprendido por ver que su padre está inmerso en una entrevista, se queda quieto y pregunta: “¿Y a quién habéis pedido permiso?”. Manolo, entre carcajadas, responde: “¡A mí, que soy el entrevistado!”. Manolito se queda callado y continúa hacia el interior de su casa. Tras la puerta por la que accede hay una salita, un patio interior, unas escaleras y la cocina.
Carmen González se encuentra cortando pimiento verde. No está cocinando tapas para los clientes, sino el almuerzo para su familia. “Lo que se come la gente es también lo que nosotros nos comemos”, indica Carmen. Su cocina es tradicional, casera. Realizan su propia salsa de tomate, con la que luego elaboran sus famosas albóndigas de pollo, o un rico plato de sangre con tomate. Eso sí, todas las tapas calientes están acompañadas por patatas fritas que cada mañana prepara la madre de Manolo. Pero sin duda, el plato estrella de La Callejuela es el montadito de carne mechada. “Llevo más de 32 años haciéndolo”, espeta la cocinera. La carta de este bar cambia cada día, ya que Carmen cocina según el producto que encuentre en la Plaza. “¿Que hay volaores en el mercado? Pues lo metemos en el menú”, concluye. Así es La Callejuela, un sitio espontáneo que no sigue pautas ni es esclavo de un horario. Al fin y al cabo la filosofía del negocio refleja la actitud de aquellos que lo llevan. Y para Manolo el bar es una familia, y por eso, se trae a la gente a casa.
Normalmente La Callejuela (calle Alvar López) abre de martes a domingo. En horario de mañana dan desayunos de 9:00 a 12:00 horas y por la noche abren de 20:00 a 24:00 horas; los sábados abren durante todo el día y los lunes descansan.