Harina, aceite, levadura y agua. La masa de una pizza hoy en día es un secreto a voces. Pero hace 33 años resultaba todo un misterio. Era un producto extraño que todavía muchas familias no habían probado y la curiosidad mató al gato. La primera vez que en las conversaciones de los jerezanos se escuchaba la palabra “pizzería” fue en 1988 cuando el establecimiento Las Delicias revolucionó la oferta gastronómica en la ciudad. “Fue una de las primeras, yo creo que antes de nosotros estaba Verona en el Polígono”, comenta Andrés Jiménez, de 63 años, dueño del negocio que también fue el primero en impulsar el servicio a domicilio en Jerez.
Antes de iniciar este proyecto, la familia ya regentaba el bar Delicias desde 1957, situado justo al lado de la pizzería. Su suegro, Juan Partida, policía municipal natural de Olvera, lo montó y el relevo lo tomó su cuñado, José Luis Partida, tristemente fallecido, con el que puso en marcha este negocio. “Vimos que podía salir adelante”, comenta Andrés. No se equivocaron, sin embargo, “los inicios fueron complicados”. En aquella época este manjar era un absoluto desconocido. “La industria de la pizza no estaba consolidada de ninguna forma, cualquier cosa que nos hiciera falta, era un mundo encontrarla”, expone el jerezano echando la vista atrás.
Los materiales eran escasos y tenían que buscarse la vida fuera de la provincia. Además, nunca habían trabajado la pizza por lo que fueron informándose, “buscando hasta que encontramos la forma”. Según cuenta Andrés a lavozdelsur.es, “las primeras cajas de reparto las hicimos nosotros con poliéster, aquí no había absolutamente nada, fue un poco rústico”. Poco a poco se fueron adaptando y el invento salió de maravilla. Pronto, el salón de abajo y la primera planta, después acondicionada como cafetería y hoy ya desaparecida, se convirtieron en un punto de encuentro que siempre estaba a rebosar. La pizza era atractiva, la novedad tenía tirón. “Fue un boom, nosotros entramos aquí un poquito agobiados económicamente y gracias a Dios funcionó”, comenta el dueño.
Frente a la barra, los recuerdos pululan por la mente de Andrés al sacar dos cuadros que presentan recortes de prensa de los años 90. Una fotografía en blanco y negro desvela las primeras motos de reparto que circularon por Jerez. “Teníamos hasta 20 repartiendo, eso era una locura”, dice con los ojos clavados en la propaganda con el logo “Voy con pizza” que sigue acompañándolos.
“La industria de la pizza no estaba consolidada, aquí no había absolutamente nada”
De aquellos años solo han quedado dos pizzas de la primera carta, la de cuatro estaciones y la marinera, y una clientela fiel que continúa eligiendo sus opciones. “La masa artesanal y los productos del día yo creo que es lo que nos mantiene”, expresa Andrés mostrando su agradecimiento a aquellas personas que probaron las primeras combinaciones de ingredientes y todas las que han ido incorporando con los años. La jerezana, la extravaganza, la taurina o recientemente la de kebab. Aunque dice que la estrella que brilla al salir del horno es ‘Las Delicias’. “Esa es la más emblemática, al principio era de salmón y caviar, pero no salía mucho, con el tiempo la cambiamos y ahora es la que más sale con diferencia”, explica el hostelero.
Al otro lado del local, en una amplia cocina, su hijo Andrés, de 27 años, mezcla pollo, beicon, huevo duro y doble de queso. Está preparando esa pizza que, de alguna forma, lleva su huella. El hostelero, que ha trabajado en restaurantes como el mítico Hermanos Carrasco, siempre personalizaba su pedido con esos ingredientes y su padre, cuando cambió Las Delicias, confió en los gustos de su hijo. Andrés prefiere la de cuatro quesos, que es otra de las más demandadas.
En este establecimiento no solo triunfan las pizzas sino también distintos tipos de sándwiches, hamburguesas, baguettes o platos combinados. La carta se ha ido ampliando y ahora “es extensísima, te puedes encontrar desde un solomillo de ternera a un calamar a la plancha”.
“El cine nos daba mucha vida, pero nos duró poquito”
La historia de la pizzería está marcada por aquellos años en los que el antiguo cine Delicias, pegado al local, todavía no se había transformado en una sala totalmente abandonada. A expensas de constituirse como un solar con hasta 60 viviendas, el deterioro del edificio llama la atención desde el interior del establecimiento. Andrés se asoma por la ventana y señala la sala que tantas películas ha proyectado, la última, una de la saga Star Trek en 1997. “Mira desgraciadamente como está. En aquella época estábamos hasta aquí, el cine nos daba mucha vida, pero nos duró poquito”, dice con nostalgia. El jerezano recuerda cómo a la salida de las sesiones, parejas, amantes, familias y colegas buscaban una mesa libre para cenar.
Al igual que los cines, el matadero municipal, actual centro comercial Asunción, también fue clave para la actividad en el bar Delicias, antes de que existiera la pizzería. Según Andrés, “era un constante trasiego de personas, los que traían el ganado, los transportistas… ya no hay la afluencia que había antiguamente, ni mucho menos”.
La familia ha atendido a muchas generaciones de jerezanos y las que les quedan. “Hoy vienen los hijos con los hijos de los hijos”, comenta el propietario. Tampoco se olvida de la cantidad de repartidores y camareros que han pasado por el local durante todo este tiempo. Protagonizan momentos que quedan ya lejos de la fatídica pandemia con la que convive el mundo. La escena es muy diferente y la venta, “reducidísima”.
Andrés comenta que “es complicado porque no tenemos horario de venta, el personal lleva a las 21.15 o 21.30 y tenemos una hora para vender, a las 22.30 hay que decirles a los clientes que nos vamos”, lamenta. Paralelamente, el servicio a domicilio también arranca sobre esa hora, de forma que, en 60 minutos “se nos acumula una barbaridad de trabajo, no da tiempo, yo espero que por lo menos nos dejen alguna hora más para repartir”, dice.
La crisis ahoga, pero no mata. Aunque la situación es difícil con 18 personas en plantilla y “eso a final de mes cuesta”, la pizzería sigue aguantando como puede. Como hostelero, Andrés echa en falta un empujón por parte de las administraciones. “Todas esas ayudas que pregonan por el televisor yo no las veo por ningún sitio”, dice. Junto a parte de su familia seguirá luchando con la esperanza de que sea su hijo “el que coja la batuta”.