Win Wai Chan (China, 1932) aterrizó en Rota casi una década después de que la Base Naval abriera sus puertas. Un paisano le ofreció un puesto de trabajo en su bar roteño y no se lo pensó. Con veintitantos se recorrió todo el planeta para comenzar una nueva vida junto a su mujer, Man Ying Chu. Y poco tardó en dejarlo para estrenar su propio negocio, el Old Hong Kong Bar, donde servía arroz frito, hamburguesas con patatas fritas, salteados de verduras... Mitad cocina americana, mitad cocina cantonesa.
Pero a los pocos años, cansado de la comida rápida, encontró un restaurante en la avenida San Fernando que unas señoras coreanas querían traspasar y dio el paso una vez más. Fue entonces, en 1968, cuando Win Wai Chan —conocido por todos como Charles Chan— decidió hacerse cargo del local y bautizarlo como Shanghai. Por aquel entonces no era el primer restaurante chino de España, pero a día de hoy es el más antiguo del país que continúa abierto.
En sus inicios, Shanghai tenía un menú de comida china con algunos extras de la gastronomía estadounidense. Se podía pedir desde patatas fritas con chuletas hasta pato a la naranja, pasando por arroz frito, plato que popularizó años antes el emblemático Shorty. Según cuenta María Chan, hija de Charles y actual dueña del negocio familiar desde hace 18 años, los primeros años fueron duros: "En un principio la mayoría de la clientela era americana. Quizá por miedo a lo desconocido, los españoles apenas entraban al restaurante". Además de la falta de clientela, otro de los problemas que tuvo el cocinero chino fue conseguir productos autóctonos de su país, alimentos que su propia familia exportaba desde China.
Pero el sacrificio y el buen gusto de su cocina hicieron que a lo largo de los años su negocio fuese reconocido como uno de los mejores de restaurantes de Rota, hasta tal punto en que en 2016 el restaurante Shanghai recibió la Urta de Oro (galardón que cada año otorga el Ayuntamiento de Rota a una entidad o a un particular) por promover el turismo gastronómico en el municipio.
Sin saber mucho español, Charles se dedicó a preparar sus mejores recetas en los fogones —incluso elaboraba los fideos a mano—, para que sus platos hablaran por sí solos. Su mano en la cocina, sumado al donaire de Juan, el camarero roteña más veterano del restaurante que todavía permanece en la plantilla, convirtieron a Shanghai en un destino turístico más en Rota, invirtiendo así la procedencia de su clientela, ya que a día de hoy la mayoría de los comensales son españoles.
Y fue en el milenio cuando Charles y su mujer decidieron jubilarse. Con un hijo en Canadá y otro dedicado a otros negocios que nada tienen que ver con la hostelería, fue María la que apostó por continuar con la herencia de sus padres. "Podía haber cerrado pero me daba muchísima pena un negocio de tantos años y tanto sacrificio se quedara en el olvido", expresa. Ella, que se estuvo ayudando en el restaurante desde los 16 años, se licenció en Turismo en la escuela de Jerez, pero cuando se le presentó esta situación, dio un paso adelante y, junto a su marido, Jesús Real, que abandonó su trabajo, se pusieron al frente del negocio.
"No se lo esperaba y se emocionó", comparte sobre cómo reaccionó su padre cuando le dio la noticia. A los tres años de coger el testigo, María y Jesús hicieron una reforma para darle una imagen más minimalista al local. Además de darle otro toque a la carta. En la actualidad, los platos estrellas de Shanghai son los tallarines, el arroz frito, la familia feliz picante (un salteado de cerdo asado, pollo, gamba y picante), pato con salsa de arándanos y el pollo teriyaki. Y la carta de postres tampoco se queda atrás, sobre todo el famoso toffe (un helado de vainilla entre dos bizcochos de chocolate con toffe templado por encima), la espuma de crema de cacahuete (por influencia de la Base) y el browinie de chocolate.
"Este restaurante te da muchas satisfacciones, ver que la gente se va contenta...", incide María, quien cada día saluda a los comensales desde la barra. En el mismo salón la acompañan las camareras Leidy, Verónica, Estefanía y Juan. Y justo abajo, en la cocina, trabajan Manolo, Simón (el jefe de cocina), Jesús y Juanma. Es jueves, y, momentos antes de empezar a sacar comandas, llegan los proveedores con productos frescos de kilómetro cero. Arriba, la peque de la casa acaba de llegar del colegio. ¿Seguirá ella con el legado del restaurante familiar? "Ella esto se lo toma como un juego, pero si a ella le gusta, ¿por qué no? De momento, dice que quiere ser pastelera", sonríe su padre.