Hasta John F. Kennedy, en los años 60 del siglo pasado, se ha parado a comer en la Venta Pinto, un restaurante situado en la A-314, en la carretera que cruza La Barca de Vejer, la pedanía vejeriega donde concluyen varios establecimientos. Juan Pinto Crespo compró la posada en 1910 y le cambió el nombre, que conserva desde entonces, más de un siglo después, cuando el negocio sigue en manos de una familia que ya va por la cuarta generación de hosteleros.
Antonio Pinto Fernández Trujillo, hijo de Juan, se hace cargo del negocio en 1940, justo después de la Guerra Civil, cuando fallece el fundador de la venta. El restaurante, sin embargo, tiene sus orígenes en el siglo XVII, cuando se llamaba la Posada de la Barca, y se trataba de un puesto fronterizo por el que pasaban transeúntes. Su situación geográfica, en un cruce de caminos entre varias poblaciones de la comarca de La Janda, lo convertía en un lugar muy frecuentado.
Cristina Pinto, actual propietaria junto a dos tías suyas, forma parte de la cuarta generación de hosteleros de una familia que lleva décadas deleitando con su plato estrella, el lomo en manteca, que tiene en su carta desde principios del siglo XX, y que cuenta hasta con un Día Internacional, que se celebra en octubre. "Es nuestro emblema, por lo que se nos conoce", cuenta Cristina a lavozdelsur.es. "Estando cerrados por la pandemia hemos mandado pedidos a toda España", agrega. Eso da idea de la popularidad del plato.
Joaquín López es quien dirige la cocina de la Venta Pinto desde hace tres décadas. "Sale tan bueno porque le pone mucho cariño", agrega Cristina Pinto, quien confiesa que durante el confinamiento tuvo que proporcionarle a su jefe de cocina los ingredientes para que hiciera lomo en manteca en su casa porque "no podía estar sin cocinarlo, le apasiona hacerlo". La receta que le otorga tantos éxitos no la rebelan, pero aseguran que el secreto está en la calidad de los ingredientes, del lomo y la combinación de especias que enseñó la abuela de Cristina y que solo Joaquín conoce.
La Venta Pinto, que tiene habitualmente a 25 trabajadores, ha visto reducida la plantilla por las restricciones de movilidad impuestas por la pandemia, que les han obligado a cerrar durante varios meses este año. "Cuando tuve que anunciar que cerrábamos lo pasé muy mal", cuenta Cristina. "Nunca se ha cerrado la venta, más que algunos días por fallecimientos de familiares, pero ni por vacaciones, ni por días de descanso. Fue muy duro y volvimos con mucho temor, pero la respuesta fue muy buena", confiesa. "Estoy en medio de varios pueblos, por eso el cierre perimetral también nos obligó a cerrar. Mis clientes no vienen si no se pueden mover".
"Nos hemos criado aquí, jugando por el restaurante con mis primos", dice Cristina Pinto, que ahora gestiona el negocio junto a dos tías. "Mi bisabuelo compró este local y mi padre fue quien agrandó el negocio y lo reformó hasta convertirlo en lo que es", explica. El secreto de su longevidad es "mucho amor al negocio, mucho trabajo y mucha constancia". "También se sufre mucho, hay que decir", agrega. "Mi padre me lo decía y lo estoy viviendo en mis carnes, pero también da muchas satisfacciones. Es un niño al que hay que cuidar aunque te dé mucha guerra", señala entre risas.
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