El viento, el mar y tres hombres. Miran a su alrededor con la mano pegada a sus cejas a modo de visera. Huele a oleaje y a sal en el puerto deportivo de Chipiona. El paisaje que se alza ante ellos nada tiene que ver con el de antaño. “Esto antes no estaba así”, dice José del Moral Zarazaga, chipionero de 71 años que se deja envolver por los recuerdos. Hasta el año 1992, el puesto de la Guardia Civil era un coqueto club de vela en el que los apasionados de la navegación intercambiaban sensaciones. La marea subía bastantes metros más de lo que lo hace ahora y la zona estaba más animada que un día cualquiera de mayo.
“Yo me he criado aquí, me acuerdo cuando este puerto no existía y había que esperar a la hora de la marea para poder salir a navegar, era muy bonito”, comenta José del Moral de La Bastida, de 41 años, hijo del vecino histórico que no quita ojo al agua. “El ambiente que había en el club en el 89 se ha perdido”, dice al que todos llaman Pepe.
A su lado se encuentra Elías, su hermano, que explica por qué esta familia está en este escenario de sueños marineros. Sacan adelante un negocio de alquiler de embarcaciones y motos de agua y experiencias náuticas que surgió de la pasión de José padre.
“Él era carpintero, desde pequeño jugaba haciendo sus barcos. Con 13 años tuvo la suerte de conocer a americanos de la base naval de Rota, le hablaron del poliéster y empezó a experimentar”, cuentan los hermanos mientras un equipo pone a punto una de las embarcaciones.
En los partidos de baloncesto que jugaba con ellos, descubrió un material que cambió el rumbo de su vida. José es pionero en la fabricación de barcos con fibra de vidrio en la provincia. Con 28 años creó su propia empresa, Astillero Zarazaga y, desde entonces, se ha ganado el apodo de “Pepe el de los barcos”.
Fabricaba veleros y embarcaciones pequeñas pero también ofrecía alquiler de piraguas y kayaks en la costa de Chipiona. Desde 1986 en adelante, no era raro verle en la orilla de la playa Camarón, en el monumento de la luz o, años más tarde, en las Tres Piedras, Aguadulce, Virgen del Mar, Costa Ballena o El Chorrillo.
Así nació Triman Nautic en 1988, una aventura en la que navegan tres hombres, directa o indirectamente. “Yo me dedico a la fabricación”, aclara Elías mientras que Pepe padres ya está jubilado, aunque no puede evitar pasearse por el puerto a menudo. La afición late en su corazón.
“Este trabajo nació de un hobby, todas las vacaciones nos íbamos a las playas con los barcos”, comenta Pepe hijo, que le dio el relevo a su padre en 1997, cuando introdujo la escuela náutica en la que imparten cursos de licencias de navegación, patrones de yate y otras titulaciones.
A lo largo de los años, han dado a luz barcos de distintos tamaños, hasta un pesquero de 24 metros, que han surcado -y algunos seguirán haciéndolo- por aguas andaluzas, pero, sobre todo, extranjeras. “Todo se ha vendido fuera. El mejor cliente que ha tenido mi padre ha sido Holanda”, destaca su hijo, que baja al muelle de madera.
Sus fabricaciones no solo han navegado sino también han tenido su hueco en exposiciones de todo el mundo. La familia recuerda ciudades como Madrid, Palma de Mallorca, Düsseldorf o Barcelona, que “era un referente pero el salón náutico se ha perdido”. Cada embarcación incorporaba aspectos tecnológicos que han ido evolucionando con el tiempo, tanto a nivel de materiales como de motor.
Según cuenta el chipionero, “los motores fueraborda que teníamos cuando empezamos eran de siete caballos y medio, el más grande, y ahora los hay de 600 caballos. Los barcos cada vez pesan menos y son más resistentes”.
El fundador de este negocio cuenta anécdotas en las que añora ese club extinto cuya huella permanece en Triman Nautic, que, además de alquilar motos de agua, ofrecen el servicio de balizamiento de puertos y playas y de socorrismo y embarcaciones de rescate.
En sus embarcaciones, de hasta 14 metros, los amantes del mar sienten el baile de las olas y, las personas sin titulación, disfrutan de rutas y paseos con patrones profesionales. “También hacemos travesías desde Chipiona hasta Portugal o Marruecos”, añaden estos chipioneros que llevan toda la vida junto al mar.
Ellos le dan vida al puerto deportivo al que se acercan muchos turistas y locales en busca de ese ocio que, en verano, es aún más demandado. "Cádiz ha vivido de espaldas al mar pero, cada año, notamos que la gente se está tirando más al mar y que hay más gente con conocimientos. Nos gustaría que hubiera más vida de ocio deportivo, que no sea solamente de bares", expresa Pepe hijo que valora que la afición aumente.
Al final, su motor es transmitir esa admiración por el mar que siempre han tenido desde pequeños y dar a conocer el mundo de la náutica, en el que continúan viento en popa, a toda vela.
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