La inmovilidad tónica es un estado natural de parálisis en muchos seres vivos, incluidos los humanos. El cuerpo segrega una especie de anestésico y nos aísla del dolor incluso provocando la sensación en ese instante de amenaza de que eso que nos pasa le pasa a otro que está justo enfrente. Es una reacción cerebral que se activa en estado de pánico. Esta maniobra de defensa ante un dolor o un riesgo extremo se pone de manifiesto en un momento del documental Nevenka.
La ex concejal del PP en el Ayuntamiento de Ponferrada, Nevenka Fernández, cuenta cómo, después de orquestar toda una estrategia para quedarse a solas con ella, el ex alcalde Ismael Álvarez acaba recostado masturbándose a su lado, en la misma cama de la habitación que comparten “por economía municipal” y “porque dos amigos pueden compartir cama”, según le dice éste para persuadirla. El alcalde ha vuelto a intentar mantener relaciones sexuales y ella ha vuelto a rechazar esa posibilidad, no sin temor a las represalias o a los ataques coléricos del político, cada vez más frecuentes, cada vez más insoportables.
En el juicio por el primer caso de acoso sexual de un político en España, Nevenka explica cómo estaba tan devastada por tantos meses de presión y acoso, tan aterrada ante la escena, que no podía más que permanecer inmóvil, si acaso temblando de miedo. El fiscal en ese momento le reprocha insistentemente por qué no abandonó esa “escena dantesca”, sin la más mínima empatía por la víctima, y con un discurso cromañón que hoy en día causa bochorno y vergüenza ajena escuchar: “Usted no era una empleada de Hipercor que tuviera que dejarse tocar el culo para asegurar el pan de sus hijos. Podría haber dejado su trabajo”. La frase no puede ser más demencial y elocuente: hace veinte años, solo veinte años, ya en este nuevo siglo, una cajera de Hipercor tenía que dejarse tocar el culo para llevar el pan a casa, según la teoría de este fiscal.
“Usted no era una empleada de Hipercor que tuviera que dejarse tocar el culo para asegurar el pan de sus hijos. Podría haber dejado su trabajo”
Pero Nevenka le insiste, casi en voz baja, que seguir era una cuestión de dignidad, seguir era una cuestión de no admitir que estaba loca o que era una mala profesional. Porque ni una cosa, ni la otra. Hasta el juez ha de recordar al fiscal José Luis García Ancos que Nevenka comparece en ese momento como testigo, no como acusada en un juicio por unos hechos muy graves que García Ancos rebaja, en declaraciones ante la prensa, a un proceso “un poco original”. Ante la presión del movimiento feminista, el fiscal acaba siendo apartado del caso, en lo que supuso la primera victoria judicial de una mujer varias veces victimizada: por su acosador sexual, por muchos de sus propios vecinos —esa mujer en la manifestación de apoyo a Álvarez que asegura que “a una no la acosan si no se deja”—, y por la propia justicia, encarnada en el jurásico fiscal García Ancos. Pero como afirma Nevenka en otro momento de la recta final del documental, “la verdad es muy poderosa, y en ese juicio tenían que pelearse con la verdad” para que no acabara haciéndose justicia. Y se hizo, pero de aquella manera.
Hace veinte años, esa justicia se tradujo en una indemnización de 12.000 euros y, paradójicamente, en el destierro por condena social de la joven de Ponferrada. El alcalde volvió a la política hace diez años, sacó cinco concejales, y la abandonó a los años, con total normalidad, cuando le dio la gana y sin que pesara lo más mínimo esa condena del pasado. Sigue viviendo en el municipio leonés con su nueva familia. Nevenka también armó una nueva familia, pero nunca volvió. Inmovilizada ante la posibilidad de reencontrarse con sus agresores, con unas secuelas que todavía hoy no le permiten hablar de determinados pasajes que sufrió. La verdad fue muy poderosa, pero a veces la verdad es tan incómoda que conviene silenciarla. Y por eso siguen reproduciéndose casos similares al de la ex política leonesa tantos años después.
Veinte años después, como muestra el documental disponible en Netflix y producido por Newtral, Nevenka ha conseguido la vida que quería para tratar de ser feliz, lejos de su tierra natal, pero con las secuelas imborrables del calvario que sufrió. Álvarez, unas semanas antes de la emisión del documental, deslizaba en unas declaraciones en medios de El Bierzo que había “dinero” detrás de esta producción de “dibujos animados”, insistiendo en autoexculparse de un caso en el que fue condenado con pruebas y evidencias palmarias, pero sobre el que, al parecer, “podría contar muchas cosas”. Pero no las cuenta. Como tampoco es capaz de pedir perdón. Algo tan sencillo y tan difícil a la vez. El tiempo no sirve a veces para curar heridas, o ver la luz, o encontrar disculpas. El depredador lo es para siempre porque cree ciegamente que no es un depredador. Pero la verdad, que solo tiene un camino, es muy poderosa, como dice Nevenka, pionera del me too y del no es no en España. Su lucha sigue viva.