Con orgullo y responsabilidad, Israel Expósito Gálvez, cuenta la historia de una familia que desde hace 80 años lleva dedicándose a los churros en San Fernando. Él es la cuarta generación de churreros del conocido 44, más que un establecimiento, pues ya se ha convertido en una marca. Trabajando desde los 13 años con su padre, con el que se levantaba a las cuatro de la mañana para hacer masa, a Israel se le nota que le gusta su trabajo y que es “un culo inquieto” como le decía su abuela. Y así, desde ese pequeño puesto en la puerta de Correos que sus bisabuelos abrieron a finales de 1939 y de donde se fueron a la ubicación mítica en la Plaza del Rey, hasta este nuevo establecimiento del 44 en la Casería, en el Club Náutico, un sitio idílico de San Fernando donde se puede contemplar toda la Bahía de Cádiz.
“Llevamos cinco meses y la respuesta ha sido espectacular”, cuenta Desireé Romero Moguer, su pareja, mientras empiezan a salir de la cocina los típicos platos de churros del 44 y los cada vez más conocidos churros rellenos de Nutella, pistacho, pantera rosa o lotus, entre otros, y las solicitadas ruedas de churros a las que le puedes añadir los toppings que prefieras. También hay público para los desayunos combo que incluyen rebanadas de campo con dos huevos, tomate, queso y aguacate, o con tortilla francesa y jamón york y, por supuesto, una tostada con jamón serrano o el pan con aceite más andaluz. Casi un almuerzo o brunch, que dirían los modernos.

Reconoce que el nombre de 44 sigue siendo una incógnita, pero lo cierto es que sus churros son los más famosos de La Isla. Desde su buque insignia en la Plaza del Rey, que regenta su hermano, el 44 se ha ido abriendo a más espacios en San Fernando hasta llegar a la otra punta de San Fernando, en La Casería. “En 2005 empecé a montar otras cafeterías del 44 en San Fernando e, incluso, abrí una en Cádiz, que ya traspasé”. Ahora, la ciudad cuenta con hasta cuatro establecimientos que llevan el sello de esta mítica churrería: en Hornos Púnicos, en la calle Real, frente al Castillo de San Romualdo, la mítica originaria frente al Ayuntamiento y la benjamina.
“Cuando nos enteramos de que los anteriores dueños del Club Náutico dejaban el negocio, vimos la oportunidad de un 44 aquí”. “Este sitio es un espectáculo, es un paraíso, una zona salvaje que aún queda en San Fernando, ¿tú sabes lo que es tomarse un café aquí? Es que te sabe diferente”, se pregunta y se responde retóricamente, abriendo los brazos para enfatizar aún más la amplitud que tiene la cafetería y la sensación de libertad y respiro al estar ubicada en La Casería con la Bahía como skyline. “Es que es una cafetería muy espaciosa y tiene mucha facilidad de aparcamiento, con lo cual es muy fácil venir y, especialmente, si son grupos grandes”, completa Desireé.

“A mí me gusta ir a contracorriente y, ahora mismo, hay muchos bares y cafeterías en el centro de La Isla. No me gusta ir al son de la gente y por eso me decidí venir aquí”. También, se ha arriesgado a darle una vuelta de tuerca al clásico churro y abrir la carta a nuevas experiencias. “Siempre me ha gustado la repostería”, reconoce y, por supuesto, conoce como nadie el producto. “Es verdad que desde que nos conocen por las redes sociales, viene mucha gente, sobre todo de fuera, pero tenemos una clientela fiel que viene por los churros del 44, porque saben diferente, porque no se repiten, porque no son aceitosos”. El secreto, como dirían, está en la masa y, especialmente, en cómo se hace esa masa. “Nosotros seguimos la receta de mis antepasados y seguimos haciendo la masa a pala”. Él ha llegado a hacer 1.500 kilos de masa en Semana Santa. “Navidad y Semana Santa son para nosotros fechas claves. La noche del Nazareno, por ejemplo. Eso es brutal”.

Jonathan Bustelo es su mano derecha y quien lleva quince años con él aprendiendo el oficio. “Es ahora el encargado de hacer los churros del 44 de La Casería y es una persona de mi máxima confianza”, explica Israel que insiste “en lo sacrificado que es esto”. “Hemos tenido una respuesta espectacular del público, pero esto es un sacrificio y un riesgo y, a veces, no está valorado todo el trabajo que lleva un hostelero a sus espaldas: te abre su casa, te da el mejor servicio, su vida, su tiempo y, por supuesto, las cosas valen dinero. A veces, nos sentimos muy desamparados”.
En el 44 de La Casería ahora mismo hay contratadas nueve personas y la actividad no cesa. “Nos quedan tareas de decoración para ponerlo más bonito, queremos instalar un parque para los niños para que las familias vengan con sus hijos tranquilos y todos disfruten”, explica Desiré. Lo mejor es que los proyectos no acaban aquí y sin querer revelar más de la cuenta, Israel dice categórico: “en poco tiempo, se van a poder comer churros del 44 en toda España”. Ahí lo deja. El relevo además está asegurado, pues con tres hijos ya sabe que alguno se hará carga de lo que ya es un emblema de la hostelería de La Isla, junto con la mítica Venta de Vargas o La Mallorquina. “Sí, sí, va a ver una quinta generación”, asegura Israel con el mismo orgullo con el que habla de su bisabuelo. “Ellos también tendrán que adaptarse a los tiempos que les toquen, innovar y hacer cosas distintas para mantener esto que ya es una marca”.