Las olas rompen en la orilla mientras una mujer toma el sol radiante que acompaña a un viernes cualquiera. A unos metros, los montículos de arena permanecen intactos revelando que aún no han llegado los turistas a la costa. Desde un local ubicado en el paseo marítimo de la playa de La Costilla, en Rota, parece que varias fotografías enormes de gran calidad adornan la pared si no fuera por el vecino que acaba de pasar en su bicicleta. El Badulaque alberga en su interior ventanales que permiten asomarse a la Bahía sin que el levante alborote las cabelleras. A través de ellos, se disfrutan unas vistas de ensueño que atraen a americanos y a locales desde hace doce años.
“Los que vienen de fuera lo valoran más que nosotros”, dice el hombre que ya ha visto miles de atardeceres desde la barra. Jose Antonio Liaño García, rotoeño de 46 años, inauguró en 2011 este lugar consolidado en la oferta hostelera de la zona. Llegaba con un concepto por entonces atrevido que en nada se parecía a la cervecería El Perejil que regentaba antes de iniciar esta aventura. Cambió la cerveza, algún montadito y las tostas por tapas elaboradas y copas. “Siempre me ha gustado complicarme la vida y monté una especie de gastrobar, pero si digo esa palabra en esa época me escupen, ahora ya está más normalizada”, ríe desde una mesa.
El roteño quería “hacer cosas distintas” en un sector al que siempre ha estado vinculado pese a que su profesión inicial es el mundo de la cerrajería, en la que se formó en Sevilla. “Tenía una cerrajería pero llegó la crisis y tuve que buscar otra cosa”, cuenta a lavozdelsur.es. Desde joven había trabajado en bares y cotillones y lleva a sus espaldas más de 20 ferias, 18 años montando una caseta en la que muchos vecinos han bailado y comido hasta la madrugada.
Fue allí donde se le ocurrió que su próximo negocio se llamaría Badulaque y no porque sea amante de Los Simpsons, sino porque este término definía a la perfección lo que quería ofrecer. “Una de las chavalas que me ayudaba a decorar la caseta se estaba leyendo la biografía de Juana La Loca, me contó que aparecía un badulaque como un mejunje que se hacía con hierbas y aceite”, comenta. Él proponía “una mezcla” en su local y lo bautizó con este nombre que en Sudamérica significa “loco”. A más de un sudamericano le ha extrañado ver este letrero que da la bienvenida a los comensales.
Jose Antonio comenzó con tapas baratas. “Pero no me daba para pagar la luz y tiramos como restaurante. Siempre me ha gustado darle una vuelta a las cosas, jugamos con el producto”, explica este enamorado de la cocina que apuesta por las opciones tradicionales pero con una vuelta de tuerca.
Las estrellas de sus fogones son el pescado y los entremeses, además suele inventar platos fuera de carta que van rotando para no caer en la monotonía. Los que nunca faltan en las mesas son las papas bravas, las croquetas y el marrajo mechado. “Llega un momento en el que todas tienen croquetas y papas, que son una versión de las de Sergi Arola. Son como canutillos pero nosotros las hacemos al vacío y las terminamos a la brasa”, explica.
Otra de sus creaciones son los Ferrero Rocher de morcilla que compra a Paco Melero en Vejer o los piononos de ternera. Una propuesta gastronómica de bocados a los que se añade la urta, como pescado más demandado. “La hacemos tanto a la roteña como a la brasa y frita, y la presentamos con las espinas”, sostiene mientras lleva un plato de marrajo mechado.
El hostelero también practica cocina de aprovechamiento y, al igual que prepara la urta de distintas formas, también la utiliza para hacer croquetas o fumés. Son muchos los roteños asiduos que se sientan en El Badulaque para saciar su apetito. “Hay clientes que vienen muchas veces y ni abren la carta”, dice con la playa a su espalda.
Más de una década con la cocina abierta doce horas para todas aquellas personas que no solo buscan agradar su vista.
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